España es, probablemente, uno de los países más permisivos del mundo que pueden encontrar los desalmados para envenenar legalmente a la población. Por una parte tienen los alimentos transgénicos, que vienen a ser más o menos la inmensa mayoría de los llamados verdes, los cuales son manipulados por unas pocas y muy torcidas multinacionales sin conciencia que están sometiendo al mismo planeta a sus espurios y tenebrosos intereses económicos. Suelen ser productos imprescindibles, como las harinas, frutas y verduras, a cuyas semillas se les manipula tanto para que produzcan poca paja como para que sus frutos no den semilla y los agricultores dependan de estas compañías para la compra de nuevas semillas, y como frutos de una apariencia impecable y apetecible que, sin embargo, pudieran estar envenenándonos por cuanto estamos ingiriendo alimentos a los que unos locos con grandes influencias políticas han manipulado, sin poderse conocer las consecuencias que a medio o largo plazo puedan tener sobre los consumidores, pero sobre los que hay fundadas sospechas de que buena parte de las enfermedades alérgicas y otros muchos males tienen una muy estrecha vinculación con la ingesta de estos alimentos.
Por otra parte tienen a los grandes desconocidos del gran público: los conservantes, aditivos y colorantes alimentarios. Usted puede ser obsequioso y estar regalándole a su hijo no una exquisita golosina, sino la muerte con forma de gominola o piruleta, o aún estar no agasajando a su familia con un manjar de alta cocina, sino envenenándola con los colorantes, aditivos y conservantes que contienen los productos que ha empleado para preparar ese banquete. Así, una opípara paella puede ser el vehículo de una enfermedad crónica que, a la larga, termine con la vida de sus seres queridos, simplemente porque en España todo esto es legal, y, aunque no lo fuera, tampoco pasan grandes cosas si se intoxica a la población, como bien lo pudimos comprobar con el asunto del Aceite de Redondela, lo del caso del Síndrome Tóxico que produjo la matanza aquella famosa del aceite de colza o como los miles de casos de intoxicaciones alimentarias que con tanta frecuencia nos sobresaltan, ya sea en colegios, guarderías o restaurantes. Y todo ello sin contar, claro está, con los casos que pasan desapercibidos, diagnosticados correctamente como alergias galopantes, asmas terminales o fallos de algunos órganos, pero sin vincularlos a la acumulación en el organismo de esos venenosos, pero autorizados legalmente, aditivos, colorantes y conservantes alimentarios.
Por último tienen a su favor nuestra peculiar legislación, en la cual un producto puede ser considerado tóxico, venenoso y hasta mortal de necesidad, se le puede obligar al fabricante a poner en los envases las amenazas que representa para la salud (caso del tabaco), pero puede venderse libremente y hasta el mismo Estado enriquecerse por los impuestos que de él obtiene. La salud de los ciudadanos, en fin, le importa al Estado un ardite en su más solemne manifestación, consintiendo que entre los aditivos de algunos productos alimentarios haya compuestos derivados del arsénico, del cianuro y hasta cócteles de decenas o centenas de productos potencialmente tóxicos o mortales, sin que ni siquiera sepa cuáles son. Sin ir más lejos, y por sólo poner unos ejemplos, nadie sabe exactamente qué tiene la Coca-Cola o qué tipo de venenos están inclusos en las aditivas fórmulas con que las tabaqueras "fidelizan" a su clientela a la vez que se fumigan de muertes horribles a la mitad de sus clientes. ¿Y qué hace el Estado?...: se limita a poner dibujitos y leyendas en los envoltorios al tiempo que se embolsa regular cantidad de dineros, pero sin que les impidan a las tabaqueras o licoreras incorporar los venenos que les venga en gana.
Un panorama desolador que, para quienes tengan alguna curiosidad y deseen el bien de su familia, puede completarse con unas cuantas visitas en Internet a cualquiera de los cientos de miles de páginas que tratan estos temas. Basta que ponga en su buscador las palabras “conservantes alimentarios peligrosos” o “alimentos transgénicos en España” y verán cómo se les cae a pedazos la posible imagen de bonanza que pudieran tener de nuestros gobiernos y partidos políticos, y aún esa apariencia de luchadora contra pandemias que enriquecen a las farmacéuticas de nuestra Ministra de Sanidad.
Tenemos, al fin, una suerte de gobiernos y de oposición política que ignoran este envenenamiento masivo que padecemos, si es que no son los socios necesarios para perpetrar el dolo. Estamos, ya se ve, abandonados a nuestra suerte, mientras lo único que les interesa es ganar las siguientes elecciones. No espere, pues, que nadie le proteja. Bájese de Internet las listas de productos potencialmente tóxicas o venenosas -algunas de ellas prohibidas en medio mundo pero legales en España-, emplee el tiempo necesario en leer en el supermercado las etiquetas de los productos que compra y proteja a su familia a sí mismo, porque nadie más lo hará. Todo eso de los rotulitos del tabaco y de las supuestos cuidados o desvelos que las autoridades nos prodigan, sólo son maniobras de diversión para ingenuos. Están advertidos.
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