El tonto solemne ha existido siempre, pero es ahora, en la era de la comunicación, cuando su presencia más nos atosiga: puede abordarnos cuando vemos plácidamente la televisión o nos entretenemos escuchando la radio del coche en un atasco o nos tomamos una caña en un bar.
Pero ¿quién es el “tonto solemne”?, ¿En qué se diferencia de los demás tontos?
Bueno, yo diría que el tonto solemne siempre ha superado los tests de inteligencia; incluso a veces con un resultado que le hace creerse próximo a la genialidad….lo cual no demuestra sino lo cuestionables que han sido siempre esas pruebas.
El tonto solemne se recrea en el verbo, ocupa con frecuencia cargos o funciones de cierta responsabilidad, e incluso (en el peor de los casos) de MUCHA responsabilidad.
Suele adornar su discurso con cierta grandilocuencia y emplear –sin, casi nunca, saber latín u otras lenguas muertas, aunque haya peligrosas excepciones- de expresiones como “primus inter pares”, “a posteriori”, “a priori”, “sic transit” y muchas otras destinadas a embobar al personal con una pretensión de sapiencia. Con estas argucias tratan de llevarnos a su terreno. Y en él, como los topos cuando deambulan por sus galerías, son verdaderos maestros.
El “tonto solemne” nos conducirá a su madriguera y tratará de convencernos de cosas que generalmente se dan de palos con el sentido común.
Después de esta breve introducción voy a ponerles un ejemplo; no daré el nombre, y el pequeño juego consistirá en que ustedes se lo pongan:
Un señor calvo, tan calvo como una bola de billar, afirmaba hace poco, en el programa de Telemadrid “El círculo a primera hora”, que era imprescindible recurrir al servicio de interpretes para que en el Senado cada representante pudiera expresarse en su lengua vernácula; como si el castellano no lo fuera de todos y cada uno de los ciudadanos de este país que antes llamábamos España. Justificaba así la tontería de otro “tonto solemne”, que pocos días antes había recurrido a traducir su discurso, pronunciado en un tosco catalán, para que otro colega suyo –tan andaluz como él- entendiera sus sesudas reflexiones. Lo peligroso del caso es que ese señor calvo es una de las principales autoridades del Estado.
Cada gobierno suele tener sus chivos expiatorios; de los cuales no se hace leña como del árbol caído, sino chistes. El español, inerme ante tanta estupidez, recurre al sentido del humor, que es lo que impide, de momento, que alguien decida “tomar la Bastilla”; cosa, por demás, nada deseable.
En los primeros tiempos de Felipe González, fue el ministro Morán quien se llevó el gato al agua, acumulando casi tantos chistes como los sufridos ciudadanos de Lepe. Creo que ese ensañamiento, vía chiste, del entonces Ministro de Asuntos Exteriores, fue tan injusto como tomar aquel bonito pueblo andaluz como cabeza de turco de tanto ripio y chascarrillo.
Con todo, el mayor “tonto solemne” es el que se considera imprescindible para que las cosas funcionen.
Yo no he dado el nombre, pero observen cómo nos van las cosas en España y lo averiguarán sin la menor dificultad. Es tan simple como saber de qué color era el caballo blanco de Santiago, llamado “Matamoros”, antes de que la Alianza de las Civilizaciones le desposeyera de tan oneroso epíteto.
Pónganle ustedes el nombre, identifíquenlo y prevénganse de él (o de ella, Bibiana) porque es una peste perniciosa..
Y recuerden: nunca discutan con un imbécil, porque descenderán a su nivel y allí les ganará por experiencia.
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