Como ya veíamos en una entrega anterior, y en otras muchas de similar temática, la lengua española está plagada de refranes que, aunque cada vez se usan con menor frecuencia, tiene orígenes conocidos.
Aunque los campos en los que, por comparación, más expresiones se han acuñado son el militar y el religioso, no hay resquicio de la realidad que escape a los mecanismos de la lengua de Cervantes, Unamuno y Vargas Llosa.
Irse de picos pardos
Nos trasladamos al siglo XVIII y a la Corte de Carlos III para localizar la causa y origen de esta expresión. Como ocurre hoy en día, los gobernantes estaban deseosos de lograr una sociedad libre de vicios y pródiga en virtudes; por eso a lo largo de la historia, la prostitución ha sido uno de los grandes caballos de batalla de políticos y moralistas. Pero volvamos a la Corte española de la Ilustración, donde Carlos III firma una ley por la que las prostitutas deberán lucir los picos de la falda de color pardo, con el fin último de identificarlas y diferenciarlas de las mujeres de bien.
La frase se ha empleado con diferentes significados a lo lardo de nuestra historia: en el siglo XVIII, la RAE decía que se empleaba para referirse a quien abandonaba asuntos importantes por dedicarse a otros de menor importancia. También se empleó, como hemos vito, para referirse a la prostitución y, finalmente, para expresar jarana o fiesta.
Pasar una noche toledana
Que Toledo es una ciudad que merece mil y una noches en vela es indiscutible; que a ninguno de nosotros nos gustaría pasar una noche toledana, también. Aunque todo depende de la teoría que decidamos escoger sobre el origen de esta expresión.
Según Correas, pasaban la noche de San Juan en vela las mozas en edad casadera, muy pendientes de cada sonido que llegaba de la calle, pues e esa forma tan particular oirían el nombre de su futuro esposo. Una teoría más probable, que sostiene José María Iribarren en “El porqué de los dichos”, asegura que se debe a que los recién llegados, desconocedores de la enorme cantidad de mosquitos que había en la zona, pasaban la noche en vela como consecuencia de las picaduras y sus picores. Últimamente, muchos pasan una noche toledana por irse de picos pardos.
Salir rana
Aunque pueda parecer extraño, esta expresión hunde sus raíces en la pesca de agua dulce: cuando los pescadores acudían a hacer lo propio de la profesión en un río, un lago o algún pantano, una vez que lanzaban sus anzuelos al agua, se encontraban en la encrucijada de poder atrapar un delicioso y enorme pez o un horrible batracio de sabor y aspecto asquerosos; en cuyo caso, la decepción estaba servida. De hecho, la expresión completa es “sale pez o sale rana”.
Así, cuando nos creamos expectativas sobre un acontecimiento, un objeto o una persona que, finalmente, resulta ser todo lo contrario de lo que esperábamos o, al menos, de mucha menos calidad, bien hacemos en decir que nos ha salido rana; y no pez, como cabría esperar.
La casa de Tócame Roque
Hay casas célebres como la Casa de la Cascada; casas literarias, como la de Bernarda Alba; casas encantadas como la de Castril, en Granada. La casa de Tócame Roque, situada en la madrileña Calle del Barquillo, se hizo famosa por el trasiego de gente, las continuas discusiones que en ella ocurrían, y la insalubridad de su interior. Afortunadamente o no, en 1850 se puso fin a su existencia con su demolición, que supuso el último de los escándalos en la capital por la cantidad de corchetes y ministriles que tuvieron que acudir a desalojarla. Los mismos que salieron de allí a palos.
Cuando una casa es un auténtico desastre, reina la confusión, y los alborotos son el pan nuestro de cada día, decimos que se trata de la casa de Tócame Roque. El nombre, por cierto, inmortalizado en el sainete “La Petra y la Juana o el buen casero”, proviene del hábito e una de las dueñas de gritar “¡Tócame a mí, Roque!” cada vez que había jaleo en casa.
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