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El hundimiento de la socialdemocracia

Almudena Negro
Almudena Negro
lunes, 27 de septiembre de 2010, 06:45 h (CET)
Llevamos los europeos viviendo desde hace décadas inmersos en una burbuja tan grande, que ríanse ustedes de la burbuja financiera e inmobiliaria, consecuencia de esta otra a la cual me refiero. Que no es más que la socialdemocracia, apaño entre esclavitud y libertad, entre socialismo y liberalismo, con el fin de traer más de lo primero y restringir lo segundo. Pues bien, una vez desaparecida la crueldad que se escondía detrás del Muro de Berlín, se está viniendo por la fuerza de los hechos estrepitosamente abajo. Por mucho que la socialdemócrata Europa se empeñe en seguir saqueando los bolsillos cada vez más menguados de las clases medias para mantener esa gran mentira que llaman, hasta el nombre es falaz, Estado del Bienestar.

Y es que nuestro sistema de pensiones, por ejemplo, es inviable. Hay que ir, se pongan como se pongan, a un sistema de capitalización de las mismas. Como inviables son la sanidad pública (en Murcia ya no se opera por las tardes porque no hay dinero para pagar al personal) o la educación pública. El cheque escolar, impuesto en Suecia desde hace años, o el cheque sanitario no van a ser una alternativa. Van a ser la única opción, a menos que la casta parasitaria quiera condenar al hambre a la depauperada clase media para siempre. Lo cual no es descartable. Ni siquiera la clase funcionarial, esa que se piensa a salvo de los vaivenes de la economía porque lo suyo, como el matrimonio, es para siempre, está a salvo. La reducción del 5% de sus sueldos no es más que un parche para seguir trampeando. Habrá que elegir entre dejar de convocar plazas públicas o reducir las nóminas hasta en un 40%. Este y no otro es el panorama real que Rodríguez Zapatero y demás ideologizados sectarios se niegan a ver. La flexibilidad laboral, la bajada de las cotizaciones sociales y la derogación del en Alemania inexistente sueldo mínimo interprofesional son imperativos si queremos que España deje de ser el país del paro. Ni qué decir tiene que habría que pensar en ir diciendo adiós al desbocado gasto público, a las subvenciones a partidos, sindicatos, titiriteros y oenegés. Adiós al despilfarro. Y a la escuela comprensiva. Bienvenida la bajada del IRPF, ese impuesto que castiga el trabajo. Justo todo lo contrario a lo que llevan décadas predicando los progres de todos los partidos, responsables últimos del desaguisado del cual, encima, siguen asegurando que sólo nos pueden sacar ellos con sus caducas y fracasadas recetas.

Estaba yo el pasado viernes en el programa “A Fondo” de Intereconomía radio, en el cual participo semanalmente, cuando saltó una noticia de alcance que, sin embargo, ha pasado casi desapercibida para los grandes y subvencionados medios de comunicación, siempre tan políticamente correctos: basureros y jardineros de las contratas del ayuntamiento de Madrid no cobrarán la nómina de este mes porque Alberto Ruiz-Gallardón, el mismo que al día siguiente celebraba una de sus megalómanas fiestas de medio millón de euros, hace 10 meses que no paga a las contratas, que ya no pueden más. Es la situación real que están padeciendo en España cientos, miles, de proveedores de las administraciones públicas. Que el resto de ellas deje también de pagar a sus empleados es sólo cuestión de tiempo. Como nada es lo suficientemente bueno para el déspota madrileño, máximo exponente de la realidad de una casta dirigente sita a años luz de las necesidades reales de la ciudadanía, lleva el señorito más de 530 millones de euros gastados en erigir su palacio, casoplón o mastaba. Mientras, el pueblo comienza a pasar hambre. Tal vez algún día despierte. Después de décadas de estatismo, verdadera madre del cordero, no está nada claro que las ovejas no vayan a ir cantando y bailando hacia el matadero. Su matadero.

Mucho me temo que acciones tan crueles como las perpetradas por Alberto Ruiz Gallardón, subvenciones para la ceja en forma de horteras celebraciones sí y paga a los empleados más modestos no, van a empezar a ser el pan nuestro de cada día. Lo que parece va a suceder en la capital tendrá también lugar a lo largo y ancho de nuestra geografía nacional. La crisis, al fin y a la postre, no es una crisis económica. Es la crisis de un modelo, el socialdemócrata, que ha llegado a su fin. Lo que venga detrás sólo de nosotros depende. Aunque, como ya anticipé, no soy muy optimista. Creo que corren malos tiempos para la libertad.

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