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Los lagartos de Jaén

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
viernes, 15 de octubre de 2010, 12:06 h (CET)
¿Qué pasa? Si los catalanes tienen una Moreneta, ¿por qué no van a tener los andaluces una Morenaza? Por algo vivimos en la España de las autonimías ni tuyas y de las pedanías confederadas del Sur. ¡El Sur resurgirá de nuevo! ¡Viva la señorita Escarlata Obama y La Macarena!

Los que hayan visto “Lo que el viento se llevó” no podrán negarme el enorme parecido físico entre Los del Río y los hermanos Tarttleton, dos candorosos bobos que cortejaban a Escarlata en la “hasienda” de Los Doce Robles, y que le hacen el enorme favor de morirse en la guerra.

Pero Marbella no es Atlanta. Y la simpática Michelle Obama no es la Virgen de Lourdes apareciéndose a Bernardette Pantoja. Esta Bernarda, tonadillera y santa vestida de faralaes, y de cuyas partes pudendas tanta alusión se ha hecho en los adagios populares, está inquieta y zapatea nerviosa sobre las ruinas de las recalificaciones urbanísticas y los pelotazos malayos. Mientras, sus palmeros, los mezquinos cabreros y destripaterrones metidos a ediles, aguardan ansiosos el segundo “milagro de P-Tinto” que les libre de tener que bailar el ‘rock de la cárcel’. Porque una cosa es arrancarse por sevillanas, y otra muy distinta que unos sevillanos te arranquen la honrilla en las duchas mientras te agachas para recoger la pastilla de jabón.

Entretanto, a Julián Muñoz y a su particular Cirque du Soleil, empiezan a crecerle los enanos y la santa tonadillera se convierte en la mujer barbuda a causa del estrés. Un auténtico friki-muestrario que ilustra perfectamente la realidad de los “ajuntamientos” en España. Porque lo que padecemos aquí son ajuntamientos de rufianes que, travestidos de ediles, se reúnen para exprimir a los ciudadanos ejerciendo de trileros consistoriales. Unos ciudadanos que, dicho sea de paso, por su dinamismo, cada día me recuerdan más a los inolvidables “Airgam Boys” en sus envases originales.

Como rústicos hambrones recalificados, hemos matado a la gallina de los huevos de oro y nos la hemos zampado para merendar. Se acabó lo que se daba y los glamorosos actores que nos visitaban en el pasado, ya no volverán. James Bond “Connery” teme que le robe el “peluco” alguno de los bandoleros que han abandonado Sierra Madre para instalarse en el ayuntamiento y vivir de puta madre. Además, desde el estreno de “Torrente” circula el rumor de que los españoles volvemos a depositar los mondadientes en sus cubiletes, después de utilizarlos. Y eso, ahuyenta al turismo. Sobre todo al más snob.

El turismo fue la tabla de salvación a la que nos aferramos para salir del subdesarrollo. La convertimos en una sofisticada tabla de surf y nos pusimos a sortear las olas del porvenir mientras los helicópteros del moderno 7º de Caballería interpretaban a Wagner anunciando el “Apocalypse” global que se avecinaba. Como una tribu de confiados apaches, fondones y resignados a vivir en la reserva alimentándose con las migajas del hombre blanco, nos convertimos en pequeños grandes hombres y nos quedamos esperando al general Custer pensando que vendría montado en un caballo blanco, como Santiago Matamoros.

Y resultó que venía cabalgando un “pájaro de hierro”. La globalización y el mercado libre nos pillaron en bragas y nos dimos a la fuga con faldas y a lo loco. Al menos moriremos con las botas puestas. Pero serán otros los que se hayan puesto las botas a costa nuestra y de nuestras costas. Sobre todo de las del Mediterráneo.

Y ¡qué le vamos a hacer si nacimos en el Mediterráneo! Como homenaje a nuestra pasada gloria, desde Algeciras a Estambul, todavía la gente canta aquello de “Viva España” mientras bridan y eructan en nuestro honor. Shakira puso fin a la época del ñaca-ñaca y nos abrió las puertas del waka-waka declarando proféticamente que “esto es África”.

Y digo yo ¿qué hay de malo en volver a ser África? Nada, excepto los salarios, los servicios públicos y, a lo mejor, las universidades. Pero poco más. En verdad, siempre fuimos África. Antes y después del waka-waka.

Ahora estamos inmersos en un mundo gris iluminado con falsas luces de neón que anuncian una fiesta a la que no estamos invitados. Nos apuntamos al tea-party de la globalización pensando que podíamos jugar en igual-da de condiciones que alemanes, franceses e italianos. Ahora nos damos cuenta de que no da “iguá” y que no tenemos otra “tecnología” industrial para exportar que la del botijo y las castañuelas, y que los chinos ya nos han fusilado la paella y hasta el castizo bocata de calamares. ¡Qué haremos!

Los botijos de pitorro fálico y las castañuelas de repiqueteo funky y hip-hop ya se fabrican en China y vienen con el libro de instrucciones escrito en mandarín. ¿Qué idioma es ése?, ¿se podrá comer como las mandarinas o la gallina de los huevos de oro? Los más viejos del lugar recuerdan que cuando eran niños tomaban de postre un “flan chino mandarín” que sabía a polvos de talco espolvoreados con maicena. ¿Será lo mismo?

Para salvar el turismo internacional de calidad sólo nos queda el recurso de hacernos amigos de Paris Hilton en las páginas del Fakebook. Y mientras rechazan nuestra solicitud de amistad hasta el infinito y más allá, nos consolamos “hablando” con la pegatina de un extraño del mismo modo que nuestras abuelas besaban las estampitas de sus santos más milagreros.

La red social se parece cada vez más a una secta y es el pálido reflejo de lo que será la lobotomizada sociedad del futuro: una “saciedad” hermafrodita y hedonista embrutecida por el alcohol y las drogas de diseño. Disfrutaremos de una libertad virtual constreñida dentro de las estrictas y arbitrarias normas de las redes sociales que traficarán con nuestros datos personales, explotarán nuestra soledad y pasarán puntualmente el cargo por sus servicios en nuestra tarjeta de crédito sin que podamos hacer nada para impedirlo.

Llevamos treinta años enamorados de la moda juvenil. De las chicas, de los chicos y de los maniquíes. De los precios y rebajas que allí vimos…

¿Dónde? No lo sabemos. “I don’t know” dirán los sofisticados snobs del tea-party.

Sólo sabemos que no sabemos nada, salvo que ahora todo se fabrica en China mientras aquí, como los lagartos de Jaén, nos pasamos los lunes al sol acariciándonos la panza. Y el resto de la semana también.

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