"Nunca te metas con un cazador. Conocemos sitios donde nadie te encontrará".
Y no se trata de la frase de un enfermo mental con licencia de armas, como esos a los que Donald Trump, padre de cazadores y firme defensor de la caza, se las quiere conceder, ni de la advertencia de un cazador como aquel que en El Cabanyal (Valencia), después de provocar una explosión de gas en su casa se apostó en la terraza y con su escopeta y cartuchos para jabalíes mató en hora y media a una vecina, a dos policías y a un bombero. Explicaron que tenía sus facultades mentales perturbadas y que era alcohólico, pero a pesar de eso conservaba el permiso para utilizarla. O ese otro cazador que más recientemente mató a tiros a su pareja y se suicidó en Sanlúcar, lo hizo estando bajo tratamiento psiquiátrico y, aun así, había renovado hacía poco la licencia para sus armas.
Esta no es el mensaje de ninguno de los anteriores sino de una página de caza, con seguidores, donde aparecen habitualmente rifles y escopetas, los que las usan y sus víctimas, y esa amalgama de violencia, sangre, muerte y orgullo la exhiben engalanada con un aura de diversión y heroísmo porque para muchos la tiene y lo es, como en otros tiempos, algunos no tan lejanos, la tenía y lo era la caza de hombres.
Es la “sugerencia” que acompaña a un producto a la venta detrás del que hay todo un equipo de trabajo. No son las palabras de un trastornado aislado, son las conscientes, razonadas y planeadas de miembros de un colectivo al que amparan las leyes y al que pertenecen desde parados hasta reyes, un colectivo que cada aňo deja en Espaňa millones de animales muertos, heridos y mutilados, y docenas de humanos sin vida por "accidentes cinegéticos", que según ellos a cualquiera le puede pasar confundir a un conejo con un seňor de sesenta aňos, o apuntar a un corzo que está delante y darle a una mujer que paseaba por detrás. -Rebotaría –dicen-.
Esta camiseta está diseňada por cazadores, ellos la difunden y venden y cazadores son sus clientes potenciales. No contiene la reivindicación de un "ejercicio de la libertad", aunque esa libertad sea matar a seres inocentes porque sí, porque sube la adrenalina y provoca morbo. Tampoco expresa lo que tantas veces quieren aparentar: que son los primeros y mayores amantes de la naturaleza y de los animales. Ni siquiera es un grito de auxilio para los niños hambrientos de África, esos que sólo (y siempre) les vienen a la memoria y a la boca para recordarnos que existen cuando hablamos de sus víctimas.
En esta camiseta hay escrita una amenaza muy clara, un mensaje que advierte de la violencia con la que nos podemos encontrar quienes nos opongamos a ella. Al más puro estilo matón no se detiene en sutilezas, dejan claro que si les buscas pueden acabar con tu vida y esconder tu cadáver en algún rincón donde no será encontrado. Al no haber cuerpo no habrá crimen y, por lo tanto, tampoco criminal.
El mundo de la caza vuelve a no asombrar pero sí a dar asco una vez más, y a quedar nuevamente retratado como lo que piensan, son y, parece que al menos algunos de sus miembros, serían capaces de hacer. Tanto es así y tan orgullosos se sienten de ello que hasta lo imprimen en su ropa, para que no lo olvidemos, por si acaso.
¿Tiene algo que decir la sociedad ante esto? ¿Y los responsables políticos y del poder judicial? ¿Alguien podría imaginarse una camiseta que pusiera: "Mujer, no me denuncies que sé dónde encontrarte sola"? Un estampado en tela no mata pero expresa intenciones. Es un aviso.
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