Verónica limpiaba todos los días el parque. Trabaja ahí desde hacía muchos años. Ella era muy alta, tenía el pelo largo moreno y se lo cogía en una coleta para ir a su puesto de trabajo.
Hacía su tarea con mucho esmero para que los niños que jugasen ahí, no tuviesen accidentes con las jeringuillas que los toxicómanos tiraban en el suelo.
El tamaño del recinto era muy grande. Tenía carriles de arena y piedras y tenía bastantes espacios verdes con muchos árboles. En otoño se llenaba todo de hojas secas. Verónica sacaba cada mañana sacos y sacos llenos. Pesaban muchísimo, pero la gente tenía que pasear y no se podían escurrir.
La trabajadora observaba, con cierto recelo, a todo el mundo que andaba mientas ella recogía. Venían corredores a primera hora de la mañana hacer footing, estudiantes que hacían pellas, parejas de enamorados agarrados de la mano y niñeras con los pequeños. Eran multitudes de transeúntes. Se ponía todo siempre a tope y se ensuciaba mucho.
Todas las tardes, a las siete, iba al parque una chica muy elegante vestida con el pelo suelto muy bien peinado y alisado. Era también muy alta y la estructura ósea era muy parecida a la de Verónica. Iba muy despacio escuchando su ipad. Se respiraba aire puro y pensaba para sus adentros:
- ¡Qué limpio está todo! ¡Así da gusto pasear!
Ella estaba en las instalaciones hasta las nueve de la noche, hora en la que se cerraba las puertas, pero era la misma rutina para nuestra Verónica, sonaba el despertador, se ponía el uniforme e iba hacer la limpieza. Así iban trascurriendo los días y las estaciones.
Una vez, llegando la noche, aquella chica tan parecida a nuestra protagonista, entró subiendo las escaleras de piedra, se adentró. Un chico se detuvo, la miró de cerca y la preguntó:
- ¿Tú eres la chica que limpia cada mañana el parque, verdad?
Se dio la vuelta la muchacha y guiñó un ojo a ese hombre.
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