Una vez un barbudo, “un sin techo”, que pasaba por ahí le pidió el perrito a la hermana de Alejandra para tener compañía en su eterno peregrinar en solitario por el mundo, entonces, por miedo a que se lo robaran, lo encerraron en casa y no le dejaban salir más que para hacer sus necesidades.
Cuando se percataron de que realmente el barbudo se había ido de ahí le volvieron a dejar más libre. El barbudo se llamaba María Moñitos y la hermana de la madre de Alejandra le dio de comer algunos días pues le daba lástima. Parecía una buena persona, preocupada por los problemas políticos, por Venezuela. Y Venezuela, ¡que remedio tendrá Venezuela ¡...
María Moñitos Cheintellx Gueveriells cantaba rancheras en el pueblo por las noches cuando estaba borracho. Andaba siempre con su botella en una bolsa de papel marrón. Tomaba brandy para calentarse del frío nocturno, pero también tomaba exquisitos licores, vino, ponche crema, ron añejo cacique.
María Moñitos olía mal y tenía el pelo muy sucio y como entrenzado.
Aunque lejos, Dios quiso que la familia de Alejandra se enterase de su muerte. La madrina de Alejandra le lloró amargamente. Murió de repente, no se sabe si le mataron otros borrachos, pues muchos le tenían envidia, pues era bastante culto, bastante recto, ¿porqué estaría ahí metido?.
María Moñitos caminaba en zigzag con su botella en la mano y cantando. No cantaba muy bien pero su melodía era armoniosa.
Era sincero.
Siempre saludaba a Alejandra y a su hermana.
-Hola Alejandra, ¿cómo está tu madrina?
-Bien
-¿Sabías lo que comentan que va hacer el presidente Rafael Caldera?
-No, no sé.
-Pues van a sacar los borrachines como yo de la calle y les van a meter en un centro donde dicen no les faltará comida.
-¡Que bien¡
-¿Tú te lo crees?
-La verdad me parece muy buena cosa para salir de un político, pero ¿quién sabe?
-Yo no quiero irme de mi vida callejera, me gusta vagabundear y obviar los desastres de nuestra Caracas. Es posible que lo que hagan sea matarnos.
-María Moñitos Cheintellx, dijo Alejandra con la cabeza baja, -tú no has nacido para esto, eres inteligente y una buena persona.
María Moñitos un día encontró un pajarito pequeño enfermo y le curo sólo, sin la ayuda de nadie. Dejó de dormir muchas noches para salvarle la vida, pues se merecía vivir. Se entendía muy bien con los animalitos. Compartía su pan con otros seres hambrientos. No pedía limosna, se la iban a llevar muchos y muchas.
Una vez le llevó la policía y le devolvió limpio a la calle. Parecía un señor, pero a la semana, volvió a caer en lo mismo.
Don María Moñitos bebía en la fuente del parque Karabobolls y en la plaza de La Candelarietta Sur. Allí lavaba su cara. Le gustaban las bicicletas, hacía que andaba en ellas. Era feliz viendo lo que sucedía a su alrededor.
María Moñitos imitaba al ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. Oía a los evangélicos que cantaban:
“He visto la luz, me encontró la luz, yo primero sentí la luz, encontré la luz del Señor, yo la vi. Fue entonces cuando yo, conocí a Jesús y nunca de él me separé”.
Alejandra oía esta canción en casa y se quedaba adormecida, como en las nubes, y la repetía para sí.
A Alejandra le gustaban mucho como cantaban los evangélicos todos los fines de semana y las cosas que decían. También iba a mítines políticos en la calle principal donde iban negros y blancos pintados con la bandera de Venezuela en la cara y con ropas tricolores: amarillo, azul y rojo.
Alejandra ganó premios de poesía en el colegio. Una de ellas la dedicó a la virgen María. También hizo canciones con las que hicieron composiciones. Era una gran poetisa que nada sabía de rima.
En los mítines, todos se metían con Alejandra por ser guapa y salerosa. Los negros la miraban de cerca y ella se asustaba muchísimo. Pero no podía evitar correr el riesgo de ir a los mítines políticos a formar parte de ellos.
Recorría la calle de arriba abajo pasando verdadero miedo. Miedo real. No llevando nada de valor puesto, ni su preciada cadena de oro de la que nunca se separaba.
No tenía reparo en meterse entre las multitudes y gritar con ellos, pero si se sentía mirada, se retiraba sin pensarlo, lentamente, como quien no quiere la cosa. Así lo hacía.
Alejandra era un ser político como los demás, no tan activa como ellos, pero sí, le gustaba la política y era adeca.
Admiraba bastante a Simón Bolívar que tenía un caballo blanco como ella, pero no le gustaba que matase. Tampoco vivió su historia para saber si darle o no la razón.
Cuando iba a la Plaza Bolívar miraba su estatua y hasta sentía deseos de rezarle. Como si se hubiera convertido en un santo.
En la Plaza Bolívar había muchos viejos leyendo el periódico y dando de comer a las palomas. Allí jugó mucho cuando era pequeña con su hermana y con su prima Julie. Marie Julie, por cierto, espantaba a las palomitas más hermosas.
Julie Enrrietgh jugaba con las muñecas y le arrancaba los brazos y las piernas. También les quemaba las cabezas en una lámpara, como si de un secador se tratase. Marie Julie recibió muchos golpes para ser educada, para ser un poco persona. Le gustaba el grupo Menudo y en especial Ricky Martín. Bailaba y se olvidaba de estudiar hasta que su padre se sacaba la correa del pantalón y le pegaba con ella.
Julie tenía una habitación que daba a un jardín y vivía en un sitio muy bonito de Caracas. Su madre la sacaba a pasear para que los mozos del lugar la viesen y le dijeran algún piropo. Marie Julie siempre vivió enamorada de algún hombre.
Le gustaban los chicles Rlukbleg Wisengh de limón y fresa, o algo así, que hacían grandes bombas. Por las noches salía fuera de casa y se sentaba en los coches con un grupo de amigas y amigos, cantaban y se reían, se reían mucho.
Alejandra le quería a Jesús aunque la Biblia dijera que hablaba en parábola para condenar a los diablos. Esa parte de la Biblia ella no se la ha creído. Muchas veces, pudo haberlo dicho o hecho porque hay que tener en cuenta que Jesús es especial, no tiene que pensar como un pecador que está quemadito, aunque no por ello quiera decir que le condene eternamente. Jesús tenía que enseñar y quizás por ello, pensaba, metía miedo.
Marie Julie se casó a los veinte y ocho años con un chico del Estado Anzoátegui. Este chico se empezó a fijar en ella cuando creyó que heredaría mucho dinero, viera que era hija única y que sus padres la ayudaban mucho en todo. Se aprovechó de todo, de que la tenía conquistada y… se casó con ella. A los dos años tuvieron una hija que hizo muy feliz a Julie, que siempre quiso realizarse como madre.
El marido de Julie robaba siempre que podía, hasta a los familiares de sus padres. Se dedicaba a la venta de cara al público, en un mostrador, como decía él. Para eso hay que ser guapo y tener don de gentes, pero él era un verdadero ladrón. Su hermano Gerardo también lo era. Un día metió sus manos en el bolso de la madre de Alejandra y sacó unos tres mil bolívares. Esto en un monedero lleno de monedas que hacían ruido. Luego se fue a otro sitio a vivir y no volvieron a verlo, ni saber de él deseaba nadie, pues robar a la familia no es bueno, es un trago difícil de llevar, el tener esa dura experiencia.
Alejandra también sintió deseos de saber lo que era tener un hijo, pero no encontraba el amor por ninguna parte.
Sin amor, pensaba, no puede haber hijos, sería hipotecar tu vida a la infelicidad.
Es una cara hipoteca.
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