La felicidad es un camino, no un destino. La sensación de felicidad es un estado, no un lugar. Es una sensación, no una posesión de ningún tipo.
Dicen los que entienden que es un estado de completa aceptación de uno mismo y de los demás, sin ningún tipo de rechazo. Aceptación incondicional.
Paz interior, le llaman muchos a la felicidad. Un estado interior de serenidad, tranquilidad y amor, hacia uno mismo y hacia lo que a uno le rodea.
Amor incondicional, sin condiciones.
La felicidad termina cuando decimos “para ser feliz tengo que…”, “no soy feliz porque…”… En el momento en el que pensamos que hay que hacer algo para ser felices, es cuando dejamos de serlo.
Cada mañana cuando veo cómo Noa despierta, veo en ella la felicidad, completa. Tenemos la suerte de que despierta con la mejor sonrisa del mundo. Sé que no hay en esa felicidad ningún tipo de límite o condición, es feliz porque sí. Momentos después empieza el día y pedirá llorando ser alimentada, acunada, etcétera. Pero su despertar (y como consecuencia también durante algunos instantes ese momento en el que Belén y yo la vemos despertar), es un instante de felicidad, absoluta.
Todos hemos sido felices en algunos instantes de nuestras vidas, especialmente cuando fuimos bebés. Hubo momentos de felicidad incondicional y absoluta, de tener la sensación de que todo estaba en su lugar.
No sé si lo has pensado, quizás ser felices sea nuestra única opción. Algunos sienten ese estado de paz interior durante la mayor parte de sus vidas, otros sin embargo, instantes antes de morir, en los pocos segundos que pasan después de que los demás crean que has fallecido. Si quieres profundizar en este tema te invito a leer alguno de los libros escritos (son muchos) sobre las experiencias cercanas a la muerte.
Los que las han vivido, definen esos instantes como los de mayor felicidad de sus vidas, una sensación que nunca habían experimentado: amor y aceptación incondicional.
Pero esa felicidad no tiene por qué estar escondida sólo en esos momentos. El reino de los cielos al que anhelan llegar los cristianos o personas creyentes de otras religiones, no está sólo después de nuestra vida terrenal. El reino de los cielos está aquí.
La cuestión es si queremos vivir nuestra vida desde el sufrimiento o desde la aceptación.
Desde la guerra interior o desde la paz contigo mismo.
Desde el “no tengo suficiente y por eso no soy feliz” al “qué feliz soy con lo que tengo”.
Son cuestiones muy profundas, como puedes observar, pero te las quiero plantear hoy porque me parecen importantes, quizás las más importantes de nuestras vidas.
No quiero que vivas una vida insulsa, que pasen los años y que sientas que no estás disfrutando enteramente de esto. ¿Y si pudieras ser feliz? ¿Y si ya pudieras encontrar esa sensación dentro de ti mismo/a?
No hace falta que cambies nada en tu entorno, aunque lo cierto es que los cambios interiores provocan cambios exteriores, no al revés. Muchas personas creen que cambiando algo en sus vidas serás más felices. Se equivocan. Hacer un viaje no te hará más feliz. Hacer un viaje interior sí. Comprar un nuevo coche no te hará más feliz. Valorarte más a ti mismo/a sí.
Lo positivo de todo esto, es todo. La vida en sí misma es Felicidad.
Llega la Pascua, un momento muy especial para los Cristianos. Yo no soy creyente, pero respeto profundamente y comparto con los Cristianos su devoción por estos momentos, los he disfrutado mucho cada vez que he podido, desde el miércoles de Ceniza (recuerdo uno muy emotivo en el Monasterio de Poblet), hasta el Domingo de Resurrección, en el que te recomiendo asistir a la profesión de primera hora de la mañana en muchos de los pueblos de nuestro país.
Hace unos meses vi con Belén una película que me conmovió muchísimo, y me hizo entender algo más sobre esa felicidad de la que hablaba, te recomiendo verla en estos días tan emotivos, la disfrutarás.
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