En algunas instituciones, sobre todo en el Congreso y el Senado, que deben representar los intereses de los ciudadanos y la soberanía del pueblo español, la escalada de insultos, palabras gruesas, descalificaciones personales y discursos teatrales, se está convirtiendo en la verdadera protagonista de la acción de sus señorías, que reciben, precisamente, este tratamiento por la dignidad del cargo que ocupan.
Parece que muchos de nuestros representantes ignoran cuál es su auténtica función, función para la que han sido elegidos en las urnas como representantes de la ciudadanía española y de forma democrática. Así, es inadmisible que los gritos e insultos que se profieren en tan dignas instituciones les impidan considerar las exigencias de sus auténticos patrones, nosotros, y que dejen de ver las cosas de la manera que ellos quieran, no como son en realidad y abandonen esas intervenciones de tragicomedia que tienen graves consecuencias a la hora de entender y afrontar importantes hechos que afectan a nuestra vida en sociedad.
Tampoco deben olvidar algunos que todas sus señorías, todas, son representantes legítimos de los ciudadanos que los han votado y que sus afirmaciones y argumentos han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas, aunque critiquen su acción política.
La participación parlamentaria debe destacar por la ausencia de insultos, ataques personales, descalificaciones o cualquier expresión que se aleje de los cauces correctos de la discusión, es decir, criticar sin insultar y escuchar para aprender.
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