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Criticar sin insultar, escuchar para aprender

La participación parlamentaria debe destacar por la ausencia de insultos, ataques personales, descalificaciones o cualquier expresión que se aleje de los cauces correctos de la discusión
José Antonio Ávila López
jueves, 9 de enero de 2025, 09:13 h (CET)

En algunas instituciones, sobre todo en el Congreso y el Senado, que deben representar los intereses de los ciudadanos y la soberanía del pueblo español, la escalada de insultos, palabras gruesas, descalificaciones personales y discursos teatrales, se está convirtiendo en la verdadera protagonista de la acción de sus señorías, que reciben, precisamente, este tratamiento por la dignidad del cargo que ocupan. 


Parece que muchos de nuestros representantes ignoran cuál es su auténtica función, función para la que han sido elegidos en las urnas como representantes de la ciudadanía española y de forma democrática. Así, es inadmisible que los gritos e insultos que se profieren en tan dignas instituciones les impidan considerar las exigencias de sus auténticos patrones, nosotros, y que dejen de ver las cosas de la manera que ellos quieran, no como son en realidad y abandonen esas intervenciones de tragicomedia que tienen graves consecuencias a la hora de entender y afrontar importantes hechos que afectan a nuestra vida en sociedad. 


Tampoco deben olvidar algunos que todas sus señorías, todas, son representantes legítimos de los ciudadanos que los han votado y que sus afirmaciones y argumentos han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas, aunque critiquen su acción política.


La participación parlamentaria debe destacar por la ausencia de insultos, ataques personales, descalificaciones o cualquier expresión que se aleje de los cauces correctos de la discusión, es decir, criticar sin insultar y escuchar para aprender.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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