A estas alturas del curso, es relevante dosificar esfuerzos. Se suman muchos encuentros, tensiones y viajes. El Real Madrid evidencia síntomas de cansancio; su oponente, el Unicaja tampoco está para muchas florituras. Y más cuando se está en semifinales, cuando se enfrentan a una serie al mejor de tres triunfos. En consecuencia, el arranque fue monótono, cansino, carente de faltas, de defensas poderosas y donde hasta los puntos aparecían tímidamente. Situación que no fue óbice para un despunte andaluz: 6-12 tras dos triples seguidos (Smith y Díez); un minuto y medio después, el Real Madrid había volteado el marcador a un 13-12 tras canastas de Llull y Randolp.
El fogueo se acabó en cuanto apareció en pista un auténtico guerrero del baloncesto. Un jugador que apura sus últimos compases sobre una pista. Se trata del argentino Nocioni, quién en apenas dos minutos, prendió la mecha del Real Madrid. Le puso fervor al encuentro: cogió rebotes, anotó, presionó, discutió con los árbitros, asistió y elevó al Real Madrid. Porque ese final de cuarto, enlazado con el comienzo del segundo, fueron los mejores momentos blancos. En el juego y en el marcador: 36-21 tras 7 puntos casi seguidos de Nocioni, más, naturalmente, el mágico Llull, quienes con sus penetraciones o aciertos desde el perímetro (10 puntos al descanso por 9 del argentino) dibujaron una opulenta renta.
En este punto del camino, el Unicaja o despertaba o cedía el primer asalto sin casi siquiera haber planteado disputa alguna. Optó por lo segundo. Poco a poco, sin precipitaciones, empezó a defender con más orden y criterio al tiempo que recuperó su acierto. Después de pasar cinco minutos con sólo cinco puntos (a cargo de Nedovic), empezó a carburar. A competir. Díaz, Eyenga y Nedovic sostuvieron a sus compañeros, al tiempo que el Real Madrid se atascó dando la mano al descanso: 38-34. Aún había encuentro. Aún había primer asalto de semifinales.
Vuelta a empezar
El receso provocó una nueva desconexión. En casi cuatro minutos, más errores que aciertos. Y en ese mar de dudas, el Unicaja se aupó en el marcador: 40-41. Vuelta a la casilla de salida. El Real Madrid mostraba un evidente cansancio de piernas y eso acaba saturando las vías ofensivas (sólo tres triples) y abriendo lagunas defensivas. El conjunto de Joan Plaza -siempre bien recibido por Madrid- sumaba modestamente, eso sí, al tiempo que daba carrete a Llull, que tuvo el apoyo de un combativo y eficiente Ayón. Los malagueños tampoco estaban para muchos alardes. El cuarto se cerró con un ajustado: 52-50.
Y entonces, cuando el Real Madrid está en apuros, sucede lo que viene sucediendo este curso: que aparece un jugador de otra galaxia. Sí, ese jugador que es un mago con el balón. Ese jugador que gana encuentros él sólo. Ese jugador que es capaz de rechazar a la NBA. Sergio Llull sentenció el primer cruce en un santiamén. Anotó diez puntos seguidos (acabó con 28) y otorgó una agradecida ventaja al Real Madrid (62-54). Unicaja ni se enteró. A Plaza no le dio tiempo ni a buscar antídotos. Ni siquiera Díaz y Nedovic lo evitaron a pesar de su esfuerzo. Llull hacía puesto en órbita al Real Madrid. Y enganchado al público. Y dado una ventaja que gestionar. Y su lugarteniente Nocioni puso su broche con un tapón de época. Y la fuerza defensiva junto a Hunter. Por entonces, el Palacio vibraba con un hombre, con su hombre, con Sergio Llull. Gracias a su magia, el Real Madrid compró el primer billete hacia una nueva final de Liga Endesa. El viernes, segundo asalto, en Madrid, en la casa de Llull.
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