Las leyes del Estado, gusten o no deben ser respetadas y obedecidas, porque en ello está precisamente el fundamento de toda democracia. No obstante, las creencias religiosas e incluso la libertad de expresión, manifestación y de las ideas, hecha con respeto y sin ofender a nadie son patrimonio de las personas, que tienen el derecho de pensar como quieran y a decirlo públicamente, opinando libremente sobre cualquier aspecto de la vida, de la política y de las ideas.
En estos días del inicio del Verano, en Madrid, se está celebrando con faustos, riqueza de vestuarios, abundancia de banderas “arco iris”, francachelas, demostraciones de cariño mutuo y apoyo de las fuerzas del orden, aportaciones del Ayuntamiento de la señora Carmena y jolgorio a raudales por parte de los asistentes a toda la serie de actos programados en unas fiestas que superan, con creces, a otras de gran tradición que, sin embargo, han quedado relegadas al olvido aparcadas por las nuevas ideas sobre moralidad de estas nuevas generaciones de españoles a los que, la distinción tradicional de sexos, parece que ya no les importa y que han decidido que es necesario promocionar, impulsar, darle preferencia y legitimar, dándoles los mismos derechos y considerándolos tan naturales o más que los que, durante siglos, han sido considerados como defensores de la única forma de unión aceptable, los heterosexuales.
Soy partidario de la libertad de las personas para que, respetando las leyes, hagan lo que prefieran con sus cuerpos y ello incluye, naturalmente, que practiquen el sexo como les apetezca. Repudio, no obstante, tanto para los heterosexuales como para los homosexuales que se vean en la necesidad de castigar, disgustar, ofender y provocar con exhibiciones públicas, con expresiones groseras, con ofensas a las religiones o con actitudes agresivas, a aquellos que no comulgan con sus ideas, que no consideran como algo natural estas uniones entre personas del mismo género o que se sienten incómodas cuando en plena calle, sin el menor comedimiento, sin la educación requerida y sin respetar los derechos de quienes no desean ser partícipes ni tener que contemplar espectáculos de sexo, exhibiciones provocativas o expresiones o insultos que puedan herir sus sentimientos vertidos por quienes no saben reprimir sus excesos orales o sus manifestaciones corporales..
Nos gustaría que, el Ayuntamiento de Madrid y, en especial esta señora mayor que parece, la alcaldesa Carmena, que es partidaria de dar paso al mayor libertinaje, las fiestas más horteras o la presencia de millones de homosexuales y lesbianas por las calles de Madrid que, si es posible que aportan unos millones de beneficio a la ciudad, también lo es que, el ejemplo que supone para una juventud sana o la curiosidad que pueden provocar en unos niños cuyas mentes no están preparadas para entender lo que está sucediendo, cuando contemplan que hombres con hombres o mujeres con mujeres se manosean, se besan sensualmente o llevan a cabo actos obscenos, difíciles de explicar a mentes tan inocentes; nos diera una explicación razonada del por qué se han gastado dineros de los impuestos de los ciudadanos en un acto semejante. Soy de los que opinan que el inculcar en los niños, antes de la edad de la pubertad, cuando sus mentes están tan ávidas de novedades, tan poco preparadas para distinguir lo natural de lo artificial, tan predispuestas a llevar su curiosidad, tanto hacia lo bueno como lo malo, o tan poco movidas, a tan tempranas edades, por el impulso sexual que permanece aletargado; es adelantar innecesariamente, fuera de tiempo, con mentes poco preparadas para tomar algunas decisiones de las que, una vez llegados a la edad madura, les pudieran parecer equivocadas, cuando ya fuera tarde para arrepentirse.
Hay algo, sobre este tema de la sexualidad, que nos preocupa. ¿Se trata, en realidad, de darles a homosexuales y lesbianas los mismos derechos que a las parejas heterosexuales o sólo es un primer paso hacia la libertad absoluta para toda clase de desviaciones sexuales como son el incesto, la zoofilia, los matrimonios múltiples, los hijos por encargo, etc.? Mucho nos tememos que la capacidad del homo sapiens es inconmensurable y, si se le deja decidir libremente sobre sus instintos más oscuros en materia de sexualidad, es muy posible que las aberraciones a las que pueda llegar sean capaces de estremecer de temor y repugnancia a la persona más abierta y tolerante con las innovaciones en materia genética.
En todo caso, no hay nadie que sea capaz de intentar convencernos de que no es necesario establecer una línea roja, poner unos límites, establecer vallas protectoras en torno a una juventud a la que, por desgracia, lo único que se le está enseñando es a vivir a su aire, a obtener antes de tiempo su independencia, a la promiscuidad de sexos, a juntarse libremente en parejas sin que antes se valoren las consecuencias de tales decisiones y se les haga responsabilizar de las consecuencias de una cohabitación, de la que existen grandes posibilidades de que se produzcan embarazos no queridos para los que evidentemente no suelen estar lo suficientemente preparados o mentalizados. Situaciones a las que se ven enfrentados y, en la mayoría de casos, sin tener una idea clara de cómo proceder, lo que puede acabar tomando la decisión de abortar o de deshacerse del recién nacido una vez hayan dado a luz.
Nos parece una equivocación garrafal que, en las escuelas, se establezcan enseñanzas solamente basadas en un concepto libertario de lo que se les deba enseñar a los niños, dando por supuesto que lo establecido por unos partidos que, en su ideología, consideran una determinada tendencia sexual como admisible y, además, recomendable; cuando es obvio que las leyes no son dogmas de fe y que dependen de las ideas que cada formación política pueda tener al respecto, de tal manera que es muy posible que, lo que para las izquierdas sea deseable, cuando se produzca un cambio de gobierno y de tendencia, los nuevos gobernantes decidan que lo mejor es cambiar aquellas leyes y promulgar unas nuevas de tendencia completamente contraria que las invaliden.
En todo caso, como decíamos en el título de este comentario, no es justo que sólo tengan ocasión de divertirse, de salir a las calles haciendo propaganda de sus tendencias sexuales, los homosexuales y las lesbianas y que, las principales ciudades de nuestro país, se vuelquen en favorecer, primar, cortar la circulación, dar festivales y llenando las calles de banderitas multicolores y montar un dispositivo de seguridad que, seguramente cuesta varios cientos de miles de euros, para evitar cualquier acto de terrorismo y los heterosexuales, los que, de momento, continuamos siendo mayoría, nos veamos privados por nuestras autoridades de la posibilidad de tener nuestro día especial dedicado al “orgullo de los hetero”, donde tuviéramos ocasión de manifestarnos, explicar nuestras razones, defender la pareja tradicional y explicar las ventajas que representa el tener una familia compuesta de personas de distinto género, unos hijos que tengan padre y madre y que sigan la tradición de tantos millones de familias que nos han precedido en el tiempo y gracias a las cuales, sin artificios, sin recurrir a experimentos de dudosa ética, sin dinero para alquilar vientres o sin tener que pagar para engendrar un hijo a otra persona ajena a la pareja dadas las dificultades de que dos personas del mismo sexo sean capaces de engendrar una vida.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no acabamos de entender que, en un mundo donde la razón parece que ha tomado la batuta para encaminarlo hacia el progreso, el desarrollo y el bienestar de la humanidad, los hombres no sean capaces de dominar sus pasiones y, si no es por convicción religiosa, al menos por simple instinto de conservación de la especie, no sea capaz de reflexionar acerca de aquellas conductas que pueden llegar a conducirlo a su autodestrucción.
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