Mientras el agua anega lentamente Bangkok, y mientras el agua potable se vicia en las tuberías de la capital tailandesa y los supermercados se quedan si agua embotellada, me viene a la mente un programa que vi anoche en la televisión, en el que presentaban con mucho orgullo una botella de agua mineral de cien euros. Era uno de esos shows sobre lujo y placeres que proliferaron en la última década, y que en tiempos como estos resultan bastante trasnochados. Supongo que era una repetición, pues en los canales nuevos, aquellos que requieren pulsar dos dígitos en el mando a distancia, el bucle es lo que se estila. También creo –y no lo puedo asegurar, ya que prestaba la atención justa– que el tipo que la vendía decía que los fondos recaudados se destinarían a una ONG.
Pero da igual: era un programa sobre las cosas caras que uno puede comprar: un coche de un millón de euros, un abrigo de novecientos mil, un litro de agua por cien euros nada más. No entiendo por qué le dedican un minuto siquiera al lado obsceno de la economía en un país que ya roza los cinco millones de parados. Peor todavía lo han hecho en El País, donde han comenzado un blog (y no un blog cualquiera, sino uno que acompaña a una revista en formato papel: un esfuerzo hercúleo) llamado SModa, que se presenta así: “Lo último en moda, belleza, tendencias y famosos con información sobre las pasarelas, fiestas, recomendaciones de compra…” El mercado natural de este atentado contra la inteligencia y el sentido común es femenino. Soy hombre, y me cabrea. Si fuera mujer, me cabrearía y me ofendería también. El agua embotellada, un gasto absurdo e inmoral aunque su precio sea un euro, es tendencia global. Espero que le dediquen un reportaje especial en SModa, porque los famosos no beben del grifo.
Es frívolo hablar de celebrities en 2011. Supongo que lo era menos en 2005, cuando vivíamos en un sueño húmedo de prosperidad ilimitada. Hablando de famosos, la semana pasada Mick Jagger, el ya casi fantasmagórico vocalista de los Rolling Stones, fue declarado “huésped ilustre y embajador turístico y protector” de la región amazónica peruana del río Madre de Dios, un cargo honorífico que espero sirva para proteger un ecosistema al borde del Apocalipsis. En las cimas andinas, cerca de Arequipa, se “descubrió” hace unos meses (y a ver si esta es la definitiva) la fuente del Amazonas. Los responsables de la hazaña ya han afirmado que el enclave está amenazado por la explotación minera. Uno se imagina que el lugar más remoto del mundo sería el último en ser mancillado por el progreso. Pero no es así: el origen de una quinta parte del agua dulce del planeta tiene ya fecha de caducidad.
También hemos sabido esta semana que los 600 indígenas y activistas que ocupaban las obras de la presa de Belo Monte, en el río Xingú (el corazón del Amazonas), han decidido levantar el campamento. La construcción, que tarde o temprano se finalizará a pesar de los éxitos judiciales de quienes protestan, convertirá a Belo Monte en la tercera presa del mundo. Las economías emergentes emergen a costa del paisaje contenido en sus fronteras políticas, y más allá, al igual que lo hicieron las economías decadentes. La Historia, con hache mayúscula, es triste porque se repite. El agua, que es más impotante aun que la Coca-cola light para la vida en la Tierra, va midiéndose, acotándose, tasándose. Mientras, en Bangkok nadie puede contenerla. Y nadie puede beberla. Tienen que beber agua embotellada, y ya no queda agua que vender. No sé.
|