La donación de sangre no se debe permitir como negocio por cuatro motivos: en primer lugar,
porque progresivamente la cultura del lucro va adquiriendo un protagonismo excesivo; en
segundo lugar, porque la donación de sangre será una actividad que probablemente disminuirá;
en tercer lugar, porque se pone en peligro el acceso a recibir sangre, teniendo en cuenta que
ésta es un bien inelástico; y por último, porque se pueden producir clases sociales en función
de los tipos de sangre.
Etimológicamente, filantropía proviene del griego y significa “amor a la humanidad”.
Precisamente, en nombre de la filantropía muchas personas sienten las energías y las
motivaciones necesarias para realizar determinados actos, es decir, muchas acciones se llevan a
cabo por amor o estima al ser humano, como por ejemplo la donación de sangre. No obstante,
si la extracción de sangre se convierte también en un negocio se genera un gran cambio de
valores, ya que la cultura de la solidaridad se minimiza para maximizar la del lucro. En este
sentido, que la lógica empresarial se instale en este tipo de actividades implica que
progresivamente la sociedad pierda los valores humanitarios, y en consecuencia, el ser humano
se acabe convirtiendo en un animal mercantil o del beneficio.
Además, si la extracción de sangre se acepta como actividad económica es muy probable que
se produzca una gran disminución de los actos filantrópicos en esta materia. La justificación es
clara y sencilla de entender: muchas de las personas que actualmente ya donan sangre tendrán
la voluntad de seguir haciéndolo, pero obteniendo recursos económicos a cambio. De este
modo, la donación de sangre disminuirá, ya que en la nueva situación habrán dos opciones: la
extracción de sangre por vía mercantil y por vía filantrópica. En cambio, en la actualidad este
tipo de acción se establece dentro del monopolio de la solidaridad.
Por otro lado, la sangre es un bien inelástico, es decir, en principio aunque aumente su precio
la demanda se mantendrá en el mismo nivel, ya que es un bien imprescindible, y por lo tanto,
no sustituible por otro. Si éste queda regulado en gran parte por el sector privado, muchas
personas tendrán grandes problemas para acceder a su compra. De hecho, muchas de ellas no
tendrán suficiente capacidad económica. Es cierto que se pueden buscar diferentes fórmulas,
como por ejemplo que la administración pública se haga cargo del coste total, o bien, que se
aplique el copago garantizando que ningún individuo quede en situación de exclusión. No
obstante, esto implicaría aumentar el nivel de gasto público, y teniendo en cuenta los altos
niveles de deuda pública no parece que sea la opción más recomendable.
Finalmente, si la extracción de sangre acaba teniendo representatividad mercantil supondrá la
creación de diferentes clases sociales en función del tipo de sangre que tenga cada persona. Es
lógico que la sangre más demandada, y a la que muy probablemente se le otorgue una
retribución económica mayor, sea la de 0-. De este modo, se estaría recompensando en función
de la lotería natural, es decir, que la suerte o desgracia de haber nacido con un tipo de sangre
sería clave para partir con unas mayores o menores ventajas económicas. En definitiva, luchar
por la igualdad de oportunidades también significa no permitir que la lotería natural tenga una
gran repercusión en la vida de las personas.
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