Como muestra el anuncio de S&P, colocando en el punto de mira las calificaciones de las economías más solventes de Europa, comparativamente con las cumbres y con los episodios previos de la crisis europea (abril-mayo 2010, julio 2011, octubre 2011), el grado de amenaza para la economía y para el sector financiero no sólo es más elevado, sino que las consecuencias de un nuevo fracaso pueden ser dramáticas. Esto es porque la crisis de deuda europea ha pasado de nivel y ya no es una suma de problemas nacionales, sino una cuestión sistémica algunos de cuyos posibles desenlaces resultan simplemente catastróficos (default de estados miembro de la Eurozona e instituciones financieras y fin de la breve historia del euro).
Llegados a este punto solamente hay dos alternativas: integración o disgregación. Y dado que la decisión está en manos de los políticos y no van a optar por la segunda de las alternativas, no queda más que optar por la integración, algo que solamente se alcanzará con esfuerzos y compromisos creíbles y sustanciales en el sentido de la cooperación fiscal.
Si atendemos a las declaraciones posteriores a la reunión mantenida hoy por Merkel y Sarkozy en Paris, aunque se han hecho progresos en el sentido de la apuesta por la integración y hay acuerdo en el "qué", queda por ver el "cómo" y la puesta en marcha del plan. Cualquier modificación de los tratados llevará más tiempo del disponible, puesto que hace meses que estamos en tiempo de descuento, cortesía del BCE, institución que puede actuar e intervenir significativamente en la solución final a la crisis.
Pero para que eso sea posible y la estabilidad financiera de la Eurozona esté a salvo con un papel activo por parte del BCE, se hacen necesarios mecanismos más ágiles que la mera modificación de los tratados. De lo contrario las compras de deuda por parte del BCE seguirán siendo vistas como oportunidades de venta por parte de los operadores de mercado.
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