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Enterrad mi corazón en Wounded Knee

La Historia está tan atiborrada de invenciones, que poco o nada tiene que ver con la realidad
Ángel Ruiz Cediel
miércoles, 7 de diciembre de 2011, 10:51 h (CET)

La Historia, para cualquiera que la ha estudiado un poco, no tiene mucho que ver con los sucesos reales que se verificaron. Tal vez sea así porque la escriben los vencedores, o tal vez lo sea porque apenas si conocemos algunos hitos, pocos, sobre una sucesión de hechos continuados que se resuelven en lo que somos; pero lo cierto es que todo parecido con el propio devenir humano está basado en presupuestos o conjeturas falsas, débilmente apoyadas en esporádicos hechos constatados. Y poco importa que se trate de sucesos que se remonten al alba de los tiempos o que sean acaecimientos de anteayer, porque son por lo común igual de manipulados y con textos igual de falsos han sido recogidos en los epítomes de la Historia.

Si atendemos a la Historia contada en cada uno de sus pueblos, la Batalla de Kadesh, por ejemplo, la ganaron al mismo tiempo ambos contrincantes, Ramsés II y Muwatalis, cuando se enfrentaron hititas y egipcios por el dominio de lo que hoy es Siria; si, viniéndonos más al presente, queremos saber quién comenzó la Guerra del Pacífico en el ámbito de la II Guerra Mundial, fueron, según las fuentes, Japón y los EEUU al mismo tiempo, o, con mayor precisión, para los japoneses fueron los norteamericanos los que les empujaron a atacar Pearl Harbor, y para los norteamericanos justamente al revés, sufriendo por sorpresa aquel día de la infamia, dicho en palabras de Roosevelt. En el primer caso, hoy sabemos con cierta seguridad, gracias a los buceadores de la Historia, que por más que Ramsés II hiciera componer estelas y poemas épicos como el Poema de Pentaur, fueron los hititas y sus aliados, los amorreos, los que le llenaron la cara de dedos y le hicieron salir de Siria por piernas a Ramsés II y los suyos; y en el segundo, a pesar de que todavía los sucesivos gobiernos norteamericanos consideran toda la información referente al ataque japonés a Pearl Harbor como secreto de Estado, podemos asegurar según muchas fuentes que fue una trampa en toda regla urdida por los aspirantes a ser el imperio del porvenir, los norteamericanos, quienes tenían sobrada información de la fecha del ataque japonés y de la composición de las fuerzas que dirigía el Almirante Yamamoto, y que no dieron la alarma a sus propias fuerzas precisamente para tener a su disposición un día de la infamia a la que acogerse para liar la que liaron, bombas atómicas incluidas.

Cualquier asunto de la Historia que tratemos, sean las Cruzadas, la Inquisición, la Conquista o cualquier otro suceso histórico, siempre tendrá, al menos, dos versiones muy contradictorias, si es que no una docena de ellas. Nadie, por avezado y constante que sea en el buceo y búsqueda de pruebas históricas, puede jurar sobre sagrado que la única verdad es aquélla que ha logrado urdir en base a las pruebas –siempre limitadas- que ha encontrado. Así, podría afirmarse que nada de lo que figura en los libros de Historia es lo que parece que es, sino que son convencionalismos aceptados para que las nuevas generaciones no estén con ambos pies en el aire, como la misma andadura humana está en la misma tesitura, aceptándose como verídico lo que son simples y llanas aberraciones. Pongo por caso, por poner sólo alguno, el asunto de la Evolución, barbarie donde las haya sin prueba alguna que lo respalde –no en vano sigue siendo una teoría o una hipótesis-; el que los sumerios hicieran una cabriola tal que les hicieron pasar de la Edad de Piedra a inventar el lenguaje, convertirse en astrónomos muy por delante de los nuestros del siglo XX,  dominar la astrología, saber medir el tiempo, inventar la Literatura, establecer las unidades de medida, dominar las Matemáticas, la Geometría, la misma Historia (sus escritos de remontan cientos de miles de años atrás de sus propia aparición como pueblo), etc.; el que los faraones egipcios fueran egipcios –antropológicamente no tienen nada en común los egipcios y los faraones, sino que pertenecen a razas (¿especies?) distintas-; el que los hombres construyeran, en la Edad del Cobre, las pirámides de Gizeh –y ya no digamos del desvarío de pretender hacernos creer que se edificaron en 22 años-; el que un pueblo del neolítico, los mayas, construyeron las ciudades hoy tomadas como mayas, como Tikal, Chichén Itzá, etc., conociendo la rueda pero sin usarla, y tanto más enterrando después esas titánicas obras a los 52 años de construidas para edificar otras semejantes, y que finalmente desaparecieran sin dejar un solo vestigio de su ciencia –su conocimiento astronómico o matemático supera largamente muchos de nuestros conocimientos actuales-; el que los tihuanacos fueran algo así como pastores con algún talento, cuando dejaron vestigios de una Ciencia que nos desborda; o el que dejen en puntos suspensivos los miles de objetos imposibles que abundan en todos los continentes, así artísticos como tecnológicos, lo mismo que mapas de una antigüedad remota, como el Piri Reis o el Oronteus Finaeus, en los que está cartografiada la Antártida sin hielo… cientos si no miles de años antes de que se descubriera, o los mapas de los Caminos de Yu el Grande, en los que en su diseño sabemos que se ha usado trigonometría esférica cuando según la ciencia oficial estábamos todavía en los palotes o en la Edad de Piedra.

La Historia oficial no se sostiene ni en lo remoto ni en lo presente, y podríamos, sin demasiada probabilidad de error, asegurar que todo cuanto proclama la verdad oficial es sencilla y llanamente mentira, una adaptación manipulada que se ajusta a los intereses de ciertos poderosos de cada momento, una sucesión de leyendas inventadas, ideadas para consuelo y control de masas ignorantes. Esto, en cierta forma, es muy lógico, porque todo el sistema humano está sostenido en la credibilidad de una elite que rige y gobierna, que impone credos y dioses y que, de aceptarse que la Historia es otra y el sentido profundo de la misma existencia es diferente, no tendrían legitimidad para ocupar los puestos que ocupan y su torre de marfil del poder se derrumbaría por su propio peso.

Por poner algunos interrogantes controvertidos, ¿qué sucedería si supiéramos a ciencia cierta que los llamados dioses no son los supercreadores omnipotentes, sino seres con mucho avance tecnológico, muy longevos pero mortales al fin y al cabo, venidos del espacio?... ¿Qué, si quienes nos crearon mediante ingeniería genética no fueron los dioses que hasta ahora creemos dogmáticamente, sino ingenieros biológicos que nos fabricaron a partir de un simple simio para algo tan espurio como para que les sirviéramos como esclavos o sirvientes, si es que no por simple entretenimiento o de forma experimental?... ¿Y qué, si tuviéramos la seguridad de que las religiones, los credos y todo lo demás no fueran sino argucias de aquellos visitantes, amos, señores y creadores de la especie que nos insertaron estos códigos de creencias para mantenernos en el redil de la obediencia sin tener que vigilarnos?...

Esto pudiera parce un despropósito, pero seguramente no lo es menos que el que el mundo esté como está y los dioses de cada credo guarden silencio y permanezcan inactivos, no importa cuánta fe o devoción u oraciones les regalen sus devotos; o que nuestro proceder habitual, allá por tiempos remotos lo mismo que hoy en día, siga siendo el de monos locos que son incapaces de tener conciencia de especie o de grupo, y sólo sean capaces de lo mismo de todas las formas posibles: abusar, servirse o masacrar a sus semejantes. Por otra parte, sin ánimo de ofender creencias particulares, resulta cuando menos chocante que un Dios único y universal, todo omnipotencia creadora, se limite a un pueblo o a un periodo histórico, dejando de lado al resto de su supuesta propia creación, así en cuanto a tiempo histórico como a las multitudes de humanos que han llenado con su devenir esos mismos periodos.

Algo falta que debe completar el complejo mosaico de la Historia, y es algo que los poderes nos sisan por insano interés de dominio y que por miedo a enfrentar una probable verdad desconsoladora el hombre no encara o está falto de osadía. Completar el rompecabezas nos haría comprender y comprendernos, en lugar de esperar un suceso sobrenatural o milagroso que nos conduzca de la mano de incomprensibles dioses del Infierno al Edén, tal vez teniendo entonces fuerza suficiente como colectivo para avanzar sabiéndonos con certeza nada más que lo que somos, polvo armado con forma de hombres e inteligencia limitada de hombres, cuyo destino depende exclusivamente de sus propias fuerzas y capacidades, sin un más allá ni un más acá ni nada que se le parezca. Un panorama desolador, pero acaso no menos doloroso que la realidad que vivimos.

En la actualidad somos un poco como aquellos indios lakota que sobrevivieron al exterminio a la carnicería que sometieron a su pueblo el Séptimo de Caballería en Wounded Knee. Podemos lamentarnos e invocar la memoria de los caídos en el pasado, esperando que los dioses o Manitú venguen el ayer y nos orienten hacia el futuro, o podemos enterrar el corazón junto a los masacrados de la Historia –siempre pueblos arrasados por el poder o pueblos enfrentados a pueblos por el los poderosos- y caminar de frente al porvenir, hollándolo sabiendo que del pretérito poco o nada conocemos, pero que somos dueños del futuro.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

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