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Viento en proa a toda vela

No es que pinte mal para el nuevo gobierno que tomará posesión en España, sino que pinta mal para el mundo
Ángel Ruiz Cediel
sábado, 10 de diciembre de 2011, 08:55 h (CET)

Fue Thomas Jefferson que el, con enorme acierto, vaticinó que el mayor peligro de los Estados modernos no se encontraba en los enemigos externos, sino en la Banca, si sucedía que a ésta se la consentía el control de las finanzas. Y, bueno, los problemas que tenemos actualmente, en cierta forma, son una materialización de aquel miedo, hoy cristalizada en los lobbies financieros, además de, por supuesto, la Banca. Éste es el verdadero mal que nos aqueja, y es el único problema que ni gobiernos ni expertos atacan, entre otras cosas porque ellos, los gobiernos y los expertos, son, precisamente, sus valedores.

Da lo mismo que la señora Merkel y el señor Sarcoçy diseñen economías de alta moda o que se conjuren para sostener un euro al que más parece que le están alargando una atroz agonía, porque de nada vale ninguna acción si no se ataca el problema en su raíz. Mejor que sería que en vez de aplicar carísimos recursos para baldear agua, arreglaran de una vez el tejado, y por más que estén buscando soluciones donde hay luz, donde perdimos lo que buscamos es la oscuridad de las maniobras financieras, ya lo ha dicho mil veces.

No sé si todo esta falsa crisis y los hechos que están acaeciendo en los últimos años son piezas de un plan diseñado para llevar al mundo al extremo más extremo de necesidad que faculte la implantación de un gobierno mundial –así lo creo-, pero de lo que no debe caber ninguna duda es que los únicos beneficiados con todo este maremagno de catástrofes continuadas son solamente los lobbies financieros y la Banca, a quienes, a pesar del daño que han producido, no dejan de inyectárseles auténticas millonadas y modificar las leyes para que estén felices y cómodos y sigan depredando. O quizás no sea un plan maquiavélico diseñado expresamente por mentes retorcidas y conspirativas, sino un monstruo que creamos y que ya tiene autonomía propia, como un golem que tiene un hambre insaciable. Lo primero de este monstruo es que nació, se alimenta, crece, se reproduce por todo el mundo y sabemos que aunque sea por consunción de su propio alimento, morirá, todo lo cual no son sino las señas de identidad  comunes a los seres vivos.

España, intencionadamente –así lo creo y sostengo- o no, cometió su mayor error cuando se integró justo donde no debía: en Europa. Dio la espalda a su mundo, abandonó su credo, renegó de su Historia y fue a someterse bajo la bota de sus enemigos naturales, perpetrando un yerro que nos costará, probablemente, el porvenir. No sólo hemos perdido el 60% de las exportaciones a Latinoamérica en favor y beneficio de nuestros aliados europeos y contra los intereses de España, sino que si, por ejemplo, España se hubiera mantenido fiel a Latinoamérica y nuestras gentes, que son aquéllas, no habríamos sentido la crisis y conjuntamente seríamos hoy una potencia; o si tan siquiera hubiéramos estado ocupando nuestro puesto en la actualidad, cuando esta semana se firmó el Acuerdo de Mérida por el que se establecía un TLC entre México y Centroamérica, hoy no tendríamos aranceles en aquellos países, crecerían nuestras exportaciones y solucionaríamos en buena medida el problema del desempleo que, por el camino que vamos, jamás se solucionará. Demasiado ocupada ha estado nuestra deplorable clase política limpiando botas europeas como para poder levantar la vista del suelo para ver nada distinto que los animalitos que creó Dios de cara al suelo.

El euro se muere, en fin, porque el monstruo de las finanzas, el golem de los intereses pecuniarios, es insaciable y no tiene patria, como no tiene patria el dinero, sino que sólo se tiene a sí mismo. Tan es así, que está por arrastrarnos a todos a una hecatombe militar de dimensiones épicas, devorándonos por todos los flancos al mismo tiempo, tal vez en la falsa esperanza de que un gobierno mundial, dirigido por ellos, venga a solucionarlo todo de manera milagrosa. Será, tal vez, el rey del cementerio. Lo cierto, es que empuñando loables palabras y dulces propósitos aparentes está llegando tan lejos con su codicia –Egipto, Yemen, Libia, Siria, etc.-, que más pronto que tarde -ya, según no pocos- pinchará en hueso y la cosa se le irá de las manos, quizás consiguiendo su otro propósito de reducir el problema de la superpoblación de la forma más expedita, cosa que le viene de perlas ya que le importa un ardite, a quien no tiene alma, el sufrimiento de los pueblos y las personas. El enfrentamiento militar entre bloques no sólo ha vuelto –hay que reinstaurar la Guerra Fría para potenciar la industria armamentística-, sino que también se han dispuesto los medios para abrir las puertas del infierno de par en par, liberando a los caballos de la muerte, la guerra, el hambre y la peste, pues que lo que está por suceder en los próximos meses a los cuatro jinetes les afecta, pero, sobre todo, nos incumbe a nosotros.

¿El euro?... ¿A quién le importa el euro?... Malo si estamos en él, y peor si salimos porque las deudas de todos los españoles está en euros, de modo que sus débitos crecerían al mismo ritmo que se depreciara la moneda reinstaurada, la peseta. En definitiva: hemos ido tan lejos que somos tácitamente esclavos del euro. No hay salida por ahí. Pero es que también hemos hecho tantos movimientos contra natura que hemos perdido nuestro norte, nuestro lugar en la Historia y nuestra propia identidad. Y esto, sin meternos mucho en que hemos descuartizado la formación de nuestros jóvenes, que aquéllos a los hemos formado y titulado los estamos subempleando o los estamos forzando a marchar del país –lo mejor que les podía pasar, curiosamente, porque aquí no hay futuro alguno-, y hemos dejado en la ribera del hambre a millones de ciudadanos a los que se esconde bajo cifras insultantes, porcentajes o gélidos guarismos estadísticos. Hombres y mujeres que, con ciertas edades, ya no tienen esperanza alguna de reconstruir su vida laboral y, consecuentemente, su futuro, y jóvenes a los que se empuja a la marginación merced a un sistema educativo pervertido y tramposo y a una falta de expectativas laborales que sólo les puede empujar a la desesperanza y el desprecio.

El gobierno de España, en fin, va a cambiar, pero me temo que no va servir de otra cosa que para darles garantías a los que nos devorarán, pues un poquitín más allá de sus palabras grandilocuentes y sus maneras pomposas hay largas colas de gentes que esperan los desperdicios a las puertas traseras de los supermercados, ciudadanos que asaltan los cementerios para robar algunos metales –aunque representen a su propio Dios- para poder comprar un aliento de mañana, y toda una legión de ciudadanos que va dejando de creer en su gobierno, en su país y, lo que es mucho más grave, en su Dios, ya que no escucha el ensordecedor clamor de sus oraciones ni se conmueve con los ríos de amargas lágrimas que forman estos caudalosos ríos de sufrimiento.

Una mujer, esta misma semana, desesperada porque llevaba ya un par de meses sin recibir ninguna clase de ayuda social para sostenerse a sí misma y a sus dos hijos, se suicidó en la misma oficina de asistencia social de Laredo, Texas, después de haber disparado a sus hijos. Un acto extremo en un país donde esta misma semana también, se ha aprobado una ley mediante la cual, la mayor democracia de la Tierra puede detener a quien quiera, como quiera y donde quiera, sin siquiera presentar cargos ni tener límites el arresto, convirtiendo EEUU en un enorme Guantánamo. Un modelo que, habida cuenta de nuestra posición de colonia imperial, no tardará de imponerse en España, o en Europa, tanto da. No sólo no hay expectativas de porvenir para los ciudadanos, sino que todos los recursos se aplican a la represión y al látigo. O fíjense, si no, en cómo las fórmulas de represión ciudadana son idénticas en las supuestas dictaduras sangrientas que combatimos que en nuestras democracias límpidas y bellas.

Resumiendo, el viento sopla de proa y no sólo no se han arriado las velas, sino que vamos a todo trapo. Ya se sabe que cuando se está en el fondo de un pozo, si se quiere salir lo único que no hay que hacer es cavar; pero seguimos cavando. Nos aliamos con los que nos oprimen -¿en qué, por el amor del cielo, podemos competir con Alemania sino como limpiabotas?..., luego ¿no será Alemania la beneficiada en nuestro perjuicio, o hay alguien tan tonto que compre productos españoles cuando los tiene alemanes por el mismo precio y moneda?...-, renunciamos y despreciamos a los que son nuestros –Latinoamérica-, destruimos nuestro tejido industrial en beneficio de nuestros enemigos comerciales, echamos del país a nuestros jóvenes y dejamos sin empleo a las personas maduras, consentimos que las multinacionales y los grandes predadores aprovechen la crisis para despedir personal entretanto mantienen la facturación, Hacienda persigue a los autónomos y pymes (que son los que producen empleo), destruimos el porvenir con sistemas educativos alineantes y lamentables, y, por si fuera poco, instalamos en nuestra casa los sistemas de supuesta defensa -¿para protegernos del ataque de quién?- de los teóricos aliados que nos van a encenagar en una guerra probablemente nuclear, digo yo que para poner los muertos, claro.

No; no pinta nada bien la cosa para el gobierno en ciernes; pero, sobre todo, no pinta bien para nosotros los ciudadanos. Viento en proa en toda vela, vamos camino del desastre, y, cómo no, mientras alimentamos al monstruo que nos devora, dando a los lobbies financieros las leyes de sangre que nos exigen y a los bancos los dineros que podrían sostenernos. Y si los banqueros son pillados en un renuncio flagrante, pues indulto. El poder es como los bueyes, y ya se sabe que entre bueyes no hay cornadas, no hay más que ver cómo todas las clases dirigentes, desde lo más alto a lo más local, se han echado al monte de trincar todo lo que pueden de donde pueden, porque ha llegado la hora del reparto y hay que sortear las ropas del crucificado. "Los bueyes", decía el memorable Miguel Hernández, "doblan la frente impotentemente mansa ante los castigos", y tenía razón, pero se equivocó en aquello de que "nunca medraron los bueyes en los páramos de España". Queda saber dónde quedaron los toros, y me temo, por el cariz que están tomando las cosas, que en las banderas que llenan los estadios de fumbo, flameando, como riela el viento de proa en las velas, de espaldas a nuestro destino.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

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