Se podría calificar de peor error político de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Las virtudes de la moneda única -- redujo el precio de las transacciones y la incertidumbre de las fluctuaciones de los tipos de cambio entre las divisas de los socios -- fueron temporales. Sus defectos parecen permanentes o, como poco, semi-permanentes: el coste económico acumulado de salvar el euro; el creciente nacionalismo fruto de buscar culpables.
No espere alguna "solución" mágica. Europa ha entrado en un limbo político y económico del que no hay salida a corto plazo. Sobre el papel, los países en crisis (hasta la fecha: Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y España) se beneficiarían de abandonar el euro y resucitar las divisas nacionales. Podrían entonces devaluar estas divisas, estimulando la exportación y el turismo. Pero en la práctica, esta elección es peligrosa y puede que imposible.
Cualquier indicación de que un miembro puede salir del euro provocaría retiradas masivas de los depósitos bancarios, a medida que los titulares de las cuentas se precipitaran a sacar sus euros. Las entidades bancarias colapsarían. Faltos de compradores para su deuda soberana, los socios quebrarían. Esto impondría mayores pérdidas a las entidades bancarias dentro y fuera del país en descubierto. Sin instituciones bancarias viables, los prestatarios buscarían el crédito con desesperación. Se impondrían controles al flujo de capitales que limitarían la salida de fondos al extranjero. Si un país (pongamos, Grecia) abandona el euro, podría precipitar episodios de pánico bancario y huidas del capital a otros sitios. Escribiendo en el Financial Times, el economista jefe de Citigroup Willem Buiter traza las líneas maestras de esta perspectiva catastrofista:
"Los impagos soberanos desordenados y las salidas de la eurozona... arrastrarían no sólo al sistema bancario europeo sino también al sistema financiero del Atlántico Norte... La crisis económica resultante provocaría una depresión global que se prolongaría durante años, cayendo el producto interior bruto probablemente más de 10 enteros y alcanzando el paro en Occidente el 20 por ciento o más. Los mercados emergentes también se verían arrastrados".
Teniendo en cuenta estas aterradoras posibilidades, casi nadie está impaciente por tentar a la suerte y comprobar si finalmente se materializan o no. Buiter en persona sitúa la probabilidad de que se produzca este resultado apocalíptico por debajo del 5%; la premisa es que los socios europeos -- o alguien -- lo evita mediante rescates continuados (préstamos a los socios débiles). Pero esto crea otro problema. Impone la austeridad a los socios y desplaza el control de sus presupuestos a manos de terceras partes: la Unión Europea o el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La lógica cae por su peso. Si los morosos necesitan rescate, entonces los rescatadores tienen que tener algún control sobre las políticas que pueden dar problemas. Bajo el acuerdo más reciente alcanzado entre líderes europeos, los países miembros han de someter sus presupuestos a Bruselas para certificar que cualquier déficit no supera un techo del 0,5 por ciento de la renta nacional. Se produciría algún periodo de transición inespecífico, porque la mayoría de los presupuestos están vulnerando ya la norma.
El potencial para las intrusiones -- y los resentimientos -- es obvio. Bruselas puede ordenar subidas de los impuestos o recortes del gasto público. La soberanía nacional en competencias políticas básicas se desplaza al extranjero. Demasiadas competencias se están centralizando lejos de los países socios. Alguna respuesta contra la idea de Europa es probable y posible.
Así que Europa queda atrapada en el purgatorio. Lo económicamente sensato es traicionero a nivel político, y lo políticamente sensato es traidor a nivel económico. Además, la promesa del euro ha sido puesta patas arriba.
Cuando se puso en circulación en el año 1999, su objetivo primordial era claro. Como motor de la prosperidad compartida, iba a consolidar una conciencia europea común. La potencia de Alemania se subordinaría al proyecto mayor de una Europa unida. Ahora, todo está al revés: el euro está minando la economía de Europa, sembrando el conflicto (Gran Bretaña ha rechazado la batería de medidas más reciente) y elevando a Alemania sobre los demás socios -- en calidad de socio económicamente más fuerte -- para fijar los términos para abordar la crisis.
Gran parte de esto era predecible y, en la práctica, se predijo. Así reza un escrito mío del año 1997: "Una divisa común (el dólar) circula en Estados Unidos porque los salarios son flexibles y la mano de obra es móvil. El trabajador se desplaza para encontrar empleo... Europa carece de estas ventajas… Una forma que tienen los países de compensar las diferencias de competitividad es mediante tipos de cambio flexibles… La moneda única eliminará esta posibilidad". Otros, más ilustres, hicieron advertencias parecidas.
Dado que las ventajas económicas del euro fueron objeto de excesiva propaganda, también estaba sentenciado a nivel político. "La gran tragedia potencial de esto es que… engendra el cisma". Los europeos "se enfrentarán entre sí culpándose del fracaso de la moneda única a la hora de satisfacer sus exageradas (e irreales) expectativas. Se producirán desilusiones con el ideal genérico de Europa".
Quizá Europa se sobreponga a la crisis actual a través de alguna combinación de préstamo entre el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario junto a políticas encaminadas a mejorar el crecimiento económico. Este es el mejor resultado imaginable, y muchos otros -- mucho peores -- son posibles. Pero ni siquiera el mejor resultado será muy bueno para los europeos o para nosotros. Dejará, como destaqué allá por entonces, "una Europa debilitada y resentida que no será el socio que le hace falta a América en el siglo XXI".
|