La verdad es que la primera reacción que tengo clara al comenzar este artículo es pedir disculpas por el primer título lleno de palabrotas que tenía previsto para estas notas: "Iñaki, no me jodas, no me jodas Iñaki". Entiéndase por palabrota "no me jodas", que no "Iñaki".
La segunda reacción es pensar en el Rey de España, que nos dijeron que llevaba gafas porque una puerta le había impactado en el rostro. Ahora ya sé que no. Fue él mismo quien mayestáticamente se lanzó contra la primera puerta que encontró: "Iñaki no me jodas, no me jodas Iñaki".
Me he resistido a escribir sobre el gran asunto Iñaki Urdangarín por razones diversas: por acumulación de temas de mayor interés y por vergüenza torera y profesional de no estar a la altura de las observaciones como las de Gabriel Pernau en El Periódico cuando afirma "¿Qué necesidad tenía?". También por una enorme pereza asquerosa de levantarnos cada día ante un grupo de manguis, frikis y vividores que no tienen, como decía mi abuela aragonesa, perdón de dios. Y era éste un tema fácil y cuando uno escribe intenta ponerse listones personales y profesionales que el caso Iñaki no me ha parecido que proporcionen. O quizás sí.
Es una pena enorme derrochar mi energía y la de usted, lector o lectora, para hablar de un nuevo modelo de listo, aprovechado y fenomenal cara dura en versión real que -presuntamente para todos excepto para la Casa Real-, ha reventado el ranking de perversidad, indecencia y frivolidad más allá de la rotunda afirmación del portavoz del Rey cuando indica que su comportamiento no resulta "ejemplar". La alta aristocracia siempre ha sido tremenda a la hora de juzgar y castigar.
Vean sino el caso de las esposas de Enrique VIII que fue rey de Inglaterra y señor de Irlanda allá por el siglo XVI. Ignoro cómo reaccionaría el fiera tratándose la cuestión de un yerno pero conociendo el trato que dio a sus esposas no me extraña que Isabel I pasara a la historia como la reina virgen.
Mi resistencia a escribir sobre el yerno Urdangarín se ha reducido de repente al conocer un episodio trascendental de esta movida. Y es la retirada, !a la voz de ya!, de su figura de la Sala de los Reyes del Museo de Cera de Madrid. ¡Hombre!
Repercusiones familiares al margen por la separación brutal y repentina del joven matrimonio de los duques de Palma y sin saber evaluar cómo esto se le explica a su chiquillería, conste también que las palabras del abogado del duque señalando que su cliente está indignado también motivan. Pero algo menos.
Según se va sabiendo, Urdangarín intentó incluso apalancarse un contrato con el tripartito en Cataluña por valor de 300.000 euros ignorando la firme convicción republicana del entonces conseller en cap Josep Bargalló. No sé yo si el tal Millet del Palau de la Música habría mostrado tamaño atrevimiento. Pero que un aristócrata, aunque sea por matrimonio, pretenda hacer negocios con los republicanos es como mínimo señal de una firme convicción en la fuerza de los títulos de punta a punta del país mande quien mande.
En estos momentos el rey Juan Carlos debe estar considerando un disgusto menor la ofensa del diputado Bosch que le dice por carta que un buen puñado de catalanes quiere marcharse de España. Al monarca le parecerá incluso soportable sentarse con el nuevo portavoz de Amaiur en el Congreso. Y en la intimidad quizás añora aquella España rodeada de nacionalismos demoníacos y de portavoces independentistas de la habilidad de Carod Rovira. Seguro que echa de menos los reportajes ingleses de Selina Scott que explicaban las salidas de incógnito en moto por los alrededores de La Zarzuela. O está deseando llamar al otro Iñaki, el Anasagasti, para que le flagele en vivo y en directo mientras toman unos pacharanes.
Ya es mala suerte que por una infanta catalana que se señala desde el más rancio centralismo como ariete de la monarquía española en Cataluña -como lo hace también buena parte del catalán satisfecho-, esta salga rana, ¡aunque sea también por matrimonio!
Pero en esta historia queda mucho por ver y por sentir. Yo culpo al firme arraigo genético que tiene el papanatismo en el centro y en la periferia. Todos somos unos papanatas. Urdangarín es joven, guapo, deportista y del Barça -juas, juas, que dice mi amiga-. Y ella trabajaba, ¡tócate la pera!, en La Caixa pero por un euro. Presuntamente, así, cualquiera.
Menos mal que ha ganado Rajoy y en Intereconomía y los alrededores están tranquilos sino imagínense en sus bocas frases compuestas con Urdangarín, Cataluña, Rey, honor, patria y la madre que me parió.
Como se lo diría, tengo una especie de sensación de que Urdangarín tiene razón al creerse inocente. ¿El duque ha sido víctima de una peña de asesores, ayudantes y secretarios que le han conseguido una pasta por hacer de real comercial entre los gobiernos autónomos básicamente de pepé? Está claro que el hombre se siente profundamente inocente en un entorno extenso de tráfico de influencias, privilegios y coñas marineras.
Conste que no es eso lo que más me preocupa. Lo que les decía, me inquieta que el duque Urdangarín se sienta indignado. ¡Naturalmente!. Pero tiene suerte porque la monarquía se ha civilizado y demuestra su poder de escarnio público retirándole a uno de la Sala de los Reyes del Museo de Cera y no cortándole el cuello como hicieran los bisabuelos.
Esto es para indignarse y el único que le puede consolar es, pues, don Jaime de Marichalar a quien echaron a la calle por mucho menos con alevosía, publicidad y carretilla.
Y ahora, no sé porque, me viene a la cabeza lo que dejó escrito Larra. Todo ello, ¡Cosas de España!
Xavier Grau
|