Entre los problemas vinculados al divorcio, preocupa en particular la cuestión de los hijos, que son las primeras víctimas de las decisiones de sus padres. Es verdad que se difunde ampliamente la idea de que la separación o el divorcio son la solución natural a las crisis matrimoniales, y algunos dicen que, en fin de cuentas, no es tan mala para los hijos. "Es mejor un buen divorcio -afirman- que un mal matrimonio". Se dice que los hijos sufren menos en caso de separación neta que en un clima de enfrentamiento entre los padres.
Por el contrario, muchos observadores, en los numerosos estudios que se han dedicado a este tema, subrayan que el divorcio desestabiliza a todos los miembros de la familia, altera en profundidad las relaciones entre los padres y el niño durante los años decisivos en los que se forma su personalidad, y le hace perder las referencias simbólicas que ofrece el ambiente familiar. El niño debe volver a ubicarse en nuevas relaciones familiares, y eso causa desconcierto e incluso sufrimientos. Para el hijo, el divorcio de los padres será el acontecimiento más importante y doloroso de los años de su crecimiento, el acontecimiento que lo afecta más profundamente. Las consecuencias del divorcio sobre el niño son profundas, numerosas y duraderas. Algunas sólo se manifestarán a largo plazo.
Así pues, no sorprende constatar que el divorcio provoca frecuentemente en los hijos fenómenos como el retraso escolar, las tentaciones de delincuencia, el uso de droga, la inestabilidad personal, las dificultades para relacionarse, el miedo a los compromisos, los fracasos profesionales, la marginación, como demuestran los especialistas en estas materias. Las estadísticas ponen de manifiesto también que los hijos de padres divorciados tienen más dificultades que los demás para entrar en una relación conyugal estable y suelen divorciarse también ellos con más frecuencia. En efecto, la separación y, más aún, el divorcio provocan en los hijos daños notables y los marcan para toda la vida.
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