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El exterminio silencioso y la eugenesia

Ciertas técnicas de guerra podrían procurar no matar, sino impedir que nazcan nuevos individuos o alterar biológicamente a los ya nacidos
Ángel Ruiz Cediel
martes, 10 de enero de 2012, 11:41 h (CET)
En 2002 publiqué la primera edición de la novela “Los días de Gilgamesh”, en la que planteaba una extinción humana causada por la infertilidad de los hombres y mujeres. El objetivo de la obra era analizar cómo se plegaría la humanidad sobre sí misma en tal supuesto, perdiendo paulatinamente su tecnología y regresando a sus orígenes, si bien en un viaje de retorno que se completaría en unos pocos años nada más. La idea genital partió de un documental de la BBC que vi en televisión en los años 90, el cual se hacía eco del alarmante descenso de la cantidad y calidad del esperma de los varones europeos (superior al 50% en las cuatro últimas décadas), así como del aumento de la infertilidad femenina, cuestiones que achacaban en el documental, al menos en buena parte, a los estrógenos plásticos, fundamentando sus conclusiones en la irrupción masiva de estos tipos de materiales en la vida doméstica y laboral de las sociedades contemporáneas.

Efectivamente, hay un momento en la gestación del feto en que los estrógenos naturales son susceptibles de inhibirse para que el nuevo ser determine por sí mismo el género al que pertenecerá, pero que no se produce cuando hay una intoxicación por estrógenos plásticos, porque estos no tienen la capacidad de inhibirse, lo que produce una sobrenatilidad de niñas, una superfeminización de las que de forma natural ya iban a serlo, o una disminución de la producción de testosterona en aquellos que nacen varones. Algo que también se observó en otras especies contaminadas, especialmente porque sus hábitats están asociados a las aguas o materiales de deshecho humanos, tal y como sucede con algunos tipos de roedores, batracios, reptiles, peces, etc., apreciándose en algunos de estos casos mutaciones genitales en la edad adulta, y tanto más cuando algunas de estas especies, como los reptiles o los peces, pueden cambiar de sexo en la adultez.

Este asunto, desde entonces hasta ahora, ha captado el interés de buena parte de la comunidad científica, y son muchos los estudios realizados por prestigiosos hombres de ciencia y universidades, y muchos los resultados publicados tanto en revistas científicas como en otros medios de información general. Son numerosas las variables que participan en este fenómeno, pero parece ser que uno de los responsables de esta intoxicación, que sigue creciendo de forma extremadamente alarmante, es el Bisfenol A, un monómero común en muchos productos plásticos, especialmente en las resinas de epoxi y en los policarbonatos, además de en muchos otros productos que abarcan desde el recubrimiento de los productos enlatados (conservas o refrescos) a tinturas, composites dentarios, antioxidantes, PVC, poliésteres, etc., de modo que es prácticamente imposible tomar cualquier alimento o bebida embotellada (y aún del grifo, porque se usa también en el recubrimiento interior de las tuberías) sin incluir este peligrosísimo producto en nuestra dieta, con los efectos que ya he comentado. Que cada cual, saque sus propias conclusiones mirando a su alrededor.

La vinculación de estos efectos sobre la salud y normalidad humana está sobradamente contrastada, siendo que en las zonas de producción o de uso habitual de estos monómeros, seguidos de las zonas (normalmente urbanitas) de uso y consumo de estos derivados, la incidencia de la infertilidad es excesivamente mayor, y aún son exponencialmente más abundantes los casos de cáncer de útero o mama, abortos y problemas fetales en las mujeres, además, claro está, de que la cantidad y la calidad del esperma en los hombres es mucho menor que en zonas menos... contaminadas, digamos. La cuestión adicional, es que los residuos de todos estos productos que contienen este peligroso Bisfenol A, por cuestiones obvias terminan por afectar no sólo a las personas, sino también al suelo, a los cauces fluviales y a los acuíferos, pudiéndose encontrar en la actualidad residuos de esta sustancia en la práctica totalidad de todos los entornos humanos, de modo que hoy es casi imposible alimentarse o usar cualquier clase de producto tecnológico que no contenga este veneno. La Bayer, la Dow Chemical, o la GE Plastic, entre otras multinacionales, producen al año cientos de miles de toneladas de esta sustancia que, silenciosa pero eficazmente, están exterminando a auténticas pirámides de una población presente y, lógicamente, futura. “Los días de Gilgamesh”, por lo que se ve, se está convirtiendo en una obra premonitoria.

Sorprende ver cómo las consultas de fertilidad de la Seguridad Social y de las clínicas privadas se llenan de potenciales padres y madres en espléndida edad reproductiva que desean tener hijos con ayuda médica porque no pueden tenerlos de forma natural, entretanto crece de forma colosal el trasiego de niños desde el Tercer Mundo (menos contaminado) hacia el avanzado Occidente (más contaminado). Todo un negocio adicional de nuevo cuño que no pocos conspiranoicos vinculan al anterior efecto, toda vez que a menudo quienes producen la enfermedad y la cura, en cuanto a medicamentos paliativos y coadyuvantes, son los mismos.

Pero no es éste negocio en el único que los conspiranoicos han fijado su objetivo, toda vez que la incidencia de este producto tan bárbaro parece estar vinculado estrechamente a la alarma mundial sobre la superpoblación, no dudando en apuntar que bien pudiera ser un medio para contener el crecimiento demográfico, usando como medio de dispersión del Bisfenol A (entre otros estrógenos plásticos) no sólo los envases y los plásticos (casi todos los objetos de uso hoy son o contienen plásticos), sino también, yendo un paso más allá, los chemtrails que continuamente aviones sin matrícula dispersan en nuestros cielos por casi todo el mundo poblado. Toda una operación eugenésica a nivel global. Las consecuencias de todas estas acciones, suponiéndolas intencionadas y planificadas, pueden ser obtenidas por cualquiera que medite un poco sobre ellas, fijándose nada más que en sus efectos en la población y en la deriva de las tendencias y costumbres de los individuos en las últimas cinco décadas en que el uso y consumo de estos productos se han convertido en masivos. Por mi parte, para evitar caer en análisis que pudieran ser malinterpretados, aquí dejo los datos para que cada quien los valore como mejor guste, o los indicios suficientes para que busque e indague acerca de lo expuesto con el fin de obtener sus propias conclusiones; pero apunto, muy a vuela pluma, que de ser cierto que el uso de estos productos tiene fines eugenésicos, han conseguido ya sus dos primeros puntos a favor: la docilidad y facilidad de manejo de las sociedades contemporáneas, incluso ante las más atroces barbaridades, sean políticas o no; y la notable disminución de la natalidad y del tamaño de la familia media.

Y en lo demás, en fin, que si la palabra es plata, el silencio es oro. Indague por sí mismo y saque sus consecuencias, porque muchos de los trastornos de la sociedad contemporánea a lo mejor no lo son porque nos hayamos vuelto locos, sino que todo tiene una razón de ser. Nada es porque sí, de eso puede estar seguro.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

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