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Apoyo a Intereconomía

Los dueños y trabajadores de Intereconomía tienen todo el derecho a defender sus tesis, a salir a la calle y entrevistar a todo el que se deje
Pedro de Hoyos
viernes, 24 de febrero de 2012, 08:33 h (CET)
Permítanme empezar por ponerme la venda: No tengo nada que ver con esta cadena, ni soy empleado, ni socio, ni fanático. Mea culpa, la sigo de vez en cuando, aunque no con frecuencia, pero me alegré de su inicio y de que entrara a formar parte de los medios españoles, tanto en prensa como en TV o radio. ¿O no hay otros de derechas, de izquierdas o de centro? ¿Les hay más dignos que otros según lo que opinen?

Sí, es de derechas, quizá muy de derechas. ¿Y? Precisamente por eso me alegró. Porque para prensa de izquierdas, especialmente en el sector televisivo, ya vamos sobrados. Ya vamos manipulados, quiero decir. Y de teles amorfas y acomodaticias también estamos saturados, hartos a reventar. ¿Es que Intereconomía no tiene todo el derecho del mundo a ser de derechas, a opinar lo que quiera y a publicitarlo? ¡Como cualquier otro, tanto como la Cuatro o la Sexta, tanto como la cadena SER, como Público o como El País! ¿Por qué se agrede a la tele de derechas y no a la de izquierdas? ¿Acaso es más digna una opinión que la otra? ¿Es más demócrata un medio de izquierdas por ser de izquierdas que uno de derechas? En España nos falta mucha democracia, mucho respeto a los demás, aunque no sean de izquierdas, aunque no sean de la Zeja, aunque no sean de Polanco, aunque no apoyen al PSOE, aunque irriten al Gran Guayomin.

Precisamente porque irritan al Gran Guayomin. España está llena de demócratas de cartón piedra, de demócratas de boquilla, de demócratas postizos. Los dueños y trabajadores de Intereconomía tienen todo el derecho a defender sus tesis, a salir a la calle y entrevistar a todo el que se deje. Y si tienen como objetivo defender las tesis de millones de ciudadanos… mejor que mejor.

Intereconomía dice lo que piensan muchos españoles, que en definitiva son sus clientes, de ellos vive la empresa. Y no engañan a nadie, no van de políticamente correctos, que es lo que más gusta de ellos. Lo que más me gusta de ellos. Hay un sector de españoles que siguen sus informaciones con cariño y aprecio, valorando positivamente todo su trabajo. No viven de subvenciones como el cine español, tan sectario, tan doctrinario, sino de sus anunciantes y sus espectadores.

La agresión que casi todos hemos visto es de lo más cobarde y rastrero, propio de dictadorzuelos baratos, de malnacidos carentes de valores democráticos, de fascistas y comunistas que creen en la intrínseca maldad de todos aquellos que no piensan como ellos. Ya digo,  dictadorzuelos baratos, Franco, Mussolini y Hitler, todos juntos, que creen que la razón es suya, sólo suya, todos los que no somos como ellos estamos equivocados y merecemos ser agredidos en plena calle. Los que han cometido esa tropelía, y los que ahora les dan palmaditas en la espalda, entienden la libertad de expresión sólo para los que opinan como ellos. Por ejemplo, Lenin, Stalin y Pol Pot. Quizá por eso, no sólo por eso, apoyo a Intereconomía.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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