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Tiempos fantasmales

España ha pasado, apenas en unos años, de ser uno de los países donde la población era más feliz, a ser uno donde se siente de las más desdichadas del planeta
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 12 de marzo de 2012, 10:08 h (CET)
Moverse por España puede ser un viaje a la desolación y la desesperanza, un desplazamiento a la catástrofe, una migración a la última tristeza. Este país, no hace tanto cuajado de obras por doquier y donde en cualquier pueblo nacían lo mismo pujantes urbanizaciones que colosales polígonos industriales, cada día se va pareciendo más al paisaje que uno esperaría contemplar después de una catástrofe nuclear o tsunami apocalíptico. Las carreteras y autopistas a menudo están jalonadas de fábricas cerradas a cal y canto, con los muros graficados por artistas marginales urbanos y las puertas y ventanas desvencijadas a causa del abandono; por todas partes, igual en las periferias de las urbes que en medio de ninguna parte, se extienden bastas promociones de viviendas deshabitadas o abandonadas a media construcción; y aún en el centro o en la periferia de las ciudades más importantes abundan faraónicas obras levantadas por los dementes a los que se les otorgó el poder, hoy sin utilidad alguna o a medio construir, a pesar de haber costado el conjunto de ellas mucho más que varios presupuestos nacionales de dineros públicos. Hay un hálito fantasmal que recorre España de punta a cabo inundándolo todo de una tristeza inenarrable, porque, al mismo tiempo, a pesar de haber más de cinco millones de viviendas deshabitadas, casi un cuarto de la población no tiene una vivienda en la que cobijarse, otro cuarto está a punto de perderla por no poder hacer frente  a sus hipotecas y otro cuarto más las tiene en tan malas condiciones que casi sería mejor no tenerlas.

Los bancos, con la sevicia del usurero, engañaron a quienes sabían de antemano que no iban a poder hacer frente en poco tiempo a los créditos concedidos para prestarles un dinero con que el adquirieran una casa a precio de oro, la cual hoy se la quitan por impago a la vez que les reclaman la deuda y los intereses, y, entre risas y muecas de triunfo, los banqueros se reparten los dividendos del atraco y se premian con salarios de locos irrecuperables, primas, jubilaciones millonarias y hasta reclaman por vía judicial otras millonadas impensables por haber quebrado incluso las cajas que jugaban con los dineros públicos. Nada anormal en este país donde algunos arquitectos desalmados en connivencia con autoridades corruptas dilapidaron miles y miles de millones en caprichos demenciales, quedándose buena parte de todos esos dineros en bolsillos bien privados. Sin embargo, a pesar de todo esto, los juicios por corrupción abarcan poco más que pleitos por trajes de treinta mil euros, y además salen los acusados inocentes. Vaya, que si consideramos la corrupción de nuestros políticos por los juicios en trámite y sus sentencias, aunque estén involucrados desde personajes próximos, muy próximos a la Corona y las máximas autoridades de algunas comunidades, aquí no pasa nada y todo está de perlas: es más, es seguro que en las próximas elecciones, como ha sucedido en las pasadas con otros personajes de esta misma catadura, saldrán elegidos por una cohorte de… Mejor ponga usted el calificativo a estas personas que, con la que está cayendo, votan a esta casta cleptocrática, a esta inmunda Sociedad del Roquefort.

Casi seis millones de seres humanos no tienen trabajo, de los cuales más de cinco no tienen expectativa alguna de conseguirlo en los próximos años, y todavía los hay que votan. Toda esta infame casta política de corruptos siguen choriceando, colocando a sus gentes a la sombra del Erario, gastando como nuevos ricos, dándose viso de maharajás, cobrando como si fueran decentes y útiles mientras liquidan España y dilapidan lo que no es suyo, y regalándose unas jubilaciones de multimillonarios por haber descuartizado al país y haberlo sumido en este sindiós, y todavía los hay que votan. Los hay que votan, sí, a éstos que han hecho lo que han hecho, que nos han conducido hasta la sima en la que estamos y que nos han robado hasta el porvenir, mientras ellos siguen ahí, sin merecer otra suerte que juicios severísimos que los coloquen donde deben estar: todos en la cárcel…, después de habérseles expropiado a ellos y a sus deudos o testaferros todo cuanto tengan, seguramente obtenido bajo cuerda de todos esos derroches que enmascaraban comisiones, cheques, chalés, coches de lujo, comilonas, putas o putos y un vivir como si fueran los amos del cortijo, en este país en el que mucho ciudadanos ya pasan hambre.

En unos días más habrá de nuevo elecciones, y todavía los habrá que los voten. Pero ya se está agotando el filón porque la paciencia ciudadana ha llegado ya al límite. Los habrá que los voten, sí; pero hay muchos más que pedimos cárcel para todos, eliminación de las jubilaciones, y reintegración absoluta de todo lo que han robado o dilapidado, y, mientras no hayan repuesto todo, que no salgan de la cárcel. Mientras no haya compensación legal a su latrocinio, no habrá Justicia en España, y cualquiera estará legitimado a robar lo que quiera, a apropiarse de lo que le dé la gana o a no pagar impuestos. No se merecen otra cosa quienes, a pesar de todo ello, reforman las leyes para que los desempleados sean más, los desesperanzados tengan más desesperanza y los pobres sean más pobres, beneficiando a los ricos y a los empresarios, además, claro, de a los tiburones internacionales a los que nos vendieron. Deben pagar por lo que han hecho, y deben hacerlo ya. Por odio de unos no debe ganar ninguno las elecciones, sino que deben pagar todos, sin excepción: los que robaron, porque robaron; y los que no, por haber consentido que los demás robaran. Todos, de un modo o de otro, estaban en el ajo, con su acción o con su silencio culpable. No hay inocentes en la clase política, sino sólo culpables. Cualquier otra cosa, votar por ejemplo, es darle un arma a aquéllos que nos roban nos sigan robando.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

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