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Escrúpulos

Los escrúpulos, especialmente los éticos, son el único obstáculo para tener una exitosa carrera política
Ángel Ruiz Cediel
jueves, 22 de marzo de 2012, 10:03 h (CET)
Los chicos terminan su carrera periodística, buscan empleo y, si lo encuentran aunque sea de becario, por amor del salario abrazan la ideología del medio que los contrata, tal vez por un simple agradecimiento animal o por esa predestinación divina que los mahométicos sellan con la jaculatoria “Alláh lo quiere”. Con la política, que es la la otra ideología del más acá, sucede un poco lo mismo, y, aunque el militante sea una persona capaz y de una moralidad encomiable, suele sentirse obligado a apretar filas y defender a su manada o a cualquiera de sus conmilitones, si es que el partido o alguno del grupo se viera acusado de corrupción o bandolerismo político, poniendo por encima de su propia integridad los intereses de la manada a la que pertenece. Será, igualmente, que Alláh lo quiere.

El desprestigio de la cleptocracia política española, avalada por las evidencias apabullantes de que cada cual que ha podido ha pillado tanto cacho como ha podido y ha vivido como un dios de chicha y nabo a cosa del Erario, no tendrá peso alguno, como es preceptivo en quienes pertenecen o simpatizan con su partido, a la hora de votar en las próximas elecciones que se celebrarán el próximo día 29. Por activa o por pasiva, por votar contra alguien o a favor de alguno, la participación ciudadana se verá tan nutrida como siempre, superándose, con total seguridad, el quórum y aún el 70% del electorado convocado a las urnas. De ellas surgirá otra cleptocracia dominante que impondrá sus fueros durante unos cuantos años más, al modo y manera de los dictadores, diferenciándose de sus predecesores, si es que hubiere cambio, en nada más que a quién beneficiarán, entendiéndose que el mismo país quedará fuera de esas potenciales ventajas. Y esto será así porque en política no hay inocentes, y pocos o ninguno son lo que dicen ser, sino mandados por un orden mayor que les impondrá procederes y maneras, a quién beneficiar o a quién perjudicar. Todo ello si hay tiempo, claro, que no lo hay ya.

A la vista de todos estos hechos constatables, uno comprende al punto que la sociedad, como conjunto, no aprende nada de nada, y que de sabia no tiene ni el nombre, sino que ese epíteto sólo es el halago con que la seducen estos maulas porque salen beneficiados de su simpleza. No; la masa no es sabia, ni lo es la sociedad, o de otro modo no estaríamos como estamos ni tendríamos los políticos que tenemos, tanto los que choricean a base de bien en plan alimaña como los que callan otorgando. Se podría decir, por el contrario, que la sociedad es asníficamente manejable, y que unos u otros cleptócratas serán capaces de llevarles al huerto para seguir viviendo como dioses, con todos los lujos y prebendas para sí, su partido y los suyos, mientras el país y la ciudadanía, los votantes, siguen languideciendo en un orden cada vez más injusto y deprimente. Sarna con gusto…, ya se sabe, no pica, y poco o nada importará que éstos pillos sean iguales a los otros pillos, ni valdrá aquél “a alguien tengo que votar”, absurdidad semejante a que si uno se enfrentara a un atraco o a una violación eligiera a quién desea que le atraque o le borre el cerito, nada más porque lo inevitable sucederá de todos modos.

La impunidad alcanzada por ciertas sentencias irracionalmente benevolentes ha lanzado a esos no condenados a la demencial soberbia de creer que, no sólo no hicieron nada indebido, sino que todo lo que hicieron fue estupendo y maravilloso, por más que el propio predio o feudo sobre el que ejercieron su poder esté manga por hombro, e inundado de un hedor azul y agusanado a Sociedad del Roquefort. Yo mismo, que vivo en una comunidad que es feudo tradicional de azules gaviotas, dispongo de excelentes piscinas que costaron un Potosí y que fueron inauguradas a bombo y platillo –como media docenas de hospitales hoy sin utilidad alguna-… ¡que no tiene ni pileta! Así está la cosa a este lado, como lo está en el otro, el de pendones rojos.

Demostrado está que a la cleptocracia política no le crea ningún cargo de conciencia repartir subsidios a quienes ni siquiera tienen en mente negocios, o a esnifarse los dineros de los desempleados, o a beneficiar a las empresas de los nenes o a lo que sea, ya hablemos de economía, obras públicas o incluso terrorismo, porque son los dictadores. Pero esto ha sucedido lo mismo en el Norte que en el Sur, en el Este que el Oeste, entre azules y rojos, y lo mismo con lo público que con lo estrictamente personal. Vean cómo viven los salientes, allá de donde les echaron a patadas. Vegetan como maharajás, con excelentes sueldos y pensiones vitalicias, despachos, coches oficiales, gastos onerosos y además colocados en otras ubres estatales o paraestatales, premio y dádiva obtenida en justiprecio por haber quebrado el Estado y habernos endeudado a todos hasta la deuda eterna.

No se trata, pues, de si esta cleptocracia tiene escrúpulos o no, porque prácticamente todos los partidos han gobernado de facto –aún los que con su apoyo han procurado despropósitos para beneficiarse, como esos partidos minoritarios que facultaron a los choris en el poder el que sacaran a adelante sus actos de desgobierno-, sino que los tenga el ciudadano. Mal que está que a uno le atraquen o le violen, pero de ahí a que uno elija quién de los delincuentes quiere que sea el que quite la cartera o sea el que rompa su virginidad, francamente va mucho trecho. Me recuerda esto a aquel delincuente mejicano que, ataviado de mariachi, después de atracar a sus víctimas las obligaba a escuchar un par o tres de corridos. Y los atracados aplaudían con fervoroso entusiasmo, claro, lo mismo que hacen los votantes en España a quienes elijen.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

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