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Cádiz, los liberales y el Mercado

Las reformas actuales serían lo más parecido a ver a los soldados de Fernando VII exprimir con más diezmos a los de siempre: el asfixiado vulgo
Alex Vidal
viernes, 23 de marzo de 2012, 08:00 h (CET)
Es de lamentar ver al Presidente del Gobierno, establecer el paralelismo de la Constitución de Cádiz respecto a su política de reajustes. Rajoy se permite semejante pirueta porque es difícil encontrar otro país del G.20 (o de un G.50, si admitimos el ejercicio de imaginación) tan ignorante de su historia como España. En palabras de Jovellanos, “donde no hay instrucción todo falta; donde la hay todo abunda”. De este modo, la mayor ligereza se convierte, en boca de un listo solemne, en una aguda y perspicaz sentencia de estadista. “Los constitucionalistas gaditanos nos enseñaron que en tiempos de crisis no hay que tener miedo a hacer reformas”. Si Sarkozy perpetra una tergiversación semejante respecto a la Revolución Francesa, lo sacan por la ventana. Mariano en cambio, nada tiene que temer. Diríase que al igual que hace dos siglos, el vulgo español aplaude a nuestros próceres, al grito de ¡Vivan las caenas!

Cádiz supuso el triunfo de la tendencia progresista más audaz y humanista posible, desde el espectro político existente e imaginable en aquel entonces. Hablamos de una verdadera Revolución institucional. Lo que allí ocurre es de todo, menos conservador. Por supuesto eran posturas selectas, burguesas, derivadas de una minoría escogida de la población, en reacción a su contraria (que persigue conservar la realidad de su status quo). No es ningún secreto que el populacho se da por descontado, salvo para arengarlo en las parroquias y alzarlo en armas por parte de los de siempre, pero ello no resta un ápice de mérito a la convulsión que supone la emergencia de un impulso histórico que busca no sólo edificar un nuevo Estado frente al absolutismo, sino un nueva escala de valores en el hombre y en su contrato social.

Una elite de intelectuales, no desde la lucha de clases (aún por desarrollarse)  sino revolucionaria en su pensamiento, transformará, desde la razón, una imposición medieval, inquisitorial y feudal, en una soberanía nacional, un rey sometido al parlamento, una división de poderes, y a unos súbditos en ciudadanos. Se reconocen derechos individuales, la propiedad privada, la inviolabilidad del domicilio, la libertad de imprenta, el derecho del pueblo a ser ilustrado, la igualdad ante la ley, el sufragio universal masculino, se debate la supresión de la Inquisición, las desamortizaciones eclesiásticas o la reforma del clero. Es un cataclismo. Algo jamás visto en nombre de la razón y la dignidad humana.

Ahora descubrimos cómo algunos no sólo se apropian de Cádiz; por lo visto sus tatarabuelos compartieron incluso las pretensiones napoleónicas que en España les llevaron a la muerte o en el mejor de los casos, al exilio. Consuela descubrir  que estamos gobernados por héroes dispuestos a arriesgar sus vidas; no hay más que verlos. Las reformas actuales serían lo más parecido a ver a los soldados de Fernando VII exprimir con más diezmos a los de siempre: su asfixiada chusma. Nuestra versión gaditana de la Revolución Francesa, no es que no pueda asemejarse a los liberales de ahora; ni siquiera podría extenderse a la socialdemocracia actual. Las consecuencias de Cádiz hoy, serían similares a las derivadas de establecer de la noche al día, la creación de una Banca Nacional, someter la CNMV a la supervisión de Hacienda, promover un nuevo estatuto del BCE, la lucha contra el fraude fiscal, los paraísos fiscales, el blanqueo de capitales, una tasa sobre transacciones,  modificar la ley hipotecaria, derogar la gansteril prescripción de los delitos económicos, incrementar la longevidad de sus penas, etc, etc. Entrado el XXI, todas estas medidas resultan para el dogma global, una entelequia marxista sin rigor alguno. Por eso, a falta de revoluciones, de Cádiz y de clase política, unos pasan de absolutistas a liberales y otros, ya no saben ni cómo fingir.

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