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Ante las cosas que no son como queremos: del afán de control al orden interior

Ordenar no es imponer. Ordenar es alinear lo interno con lo externo, lo profundo con lo cotidiano
Llucià Pou Sabaté
martes, 8 de abril de 2025, 08:59 h (CET)

El ego, el control y la ceguera emocional


En muchas tradiciones espirituales y filosóficas, el ego no es algo negativo en sí mismo, pero puede convertirse en una trampa cuando se apodera de nuestra forma de interpretar el mundo. El ego, entendido como una construcción mental que se identifica con lo que poseemos, lo que hacemos y cómo queremos ser vistos, nos lleva a imponer un orden artificial a lo que nos rodea. Ese orden, sin embargo, suele ser un disfraz del deseo de control.


La necesidad de que las cosas salgan como deseamos, de que los demás respondan a nuestras expectativas o de que todo funcione de forma predecible, nace muchas veces de un miedo profundo a lo incierto. Y ese miedo, cuando no se gestiona, alimenta el deseo de control, generando tensión, ansiedad y sufrimiento.


El orden verdadero: armonía y sabiduría


El orden no es rigidez ni perfeccionismo. Es armonía. Es la sabiduría de comprender que cada cosa tiene su momento, su lugar, su ritmo. En Oriente se expresa a través del concepto de Tao: el camino natural, el flujo de la vida. Quien se alinea con ese flujo, vive en orden. Quien lo resiste, intenta imponer control.


El orden interior se manifiesta en una mente clara, una emoción estable y un cuerpo que responde con salud. Este orden genera paz, no solo dentro de uno mismo, sino también en las relaciones con los demás, en el trabajo, en la forma de comunicarnos, de gestionar tareas y de vivir.


Cuando la enfermedad irrumpe: miedos y decisiones


La experiencia de la enfermedad, propia o ajena, suele activar nuestros miedos más profundos. En particular, cuando se trata de enfermedades degenerativas como el Alzheimer, es fácil caer en el desaliento. Muchos hijos, al ver a sus padres perder facultades, se enfrentan a la tentación de pensar que sería mejor que no vivieran esa degradación.


Sin embargo, la vida no nos pertenece. Es un don. Es Dios quien la da y quien la sostiene. Solo hemos de estar en sus manos, confiando en que Él da la gracia necesaria para cada situación. No hay enfermedades, sino enfermos. Cada caso es único. No podemos prever lo imprevisible ni decidir de antemano qué será lo mejor para cada uno. La enfermedad puede ser también un lugar de transformación, de humildad, de entrega.


Desidentificación y presencia: claves del mindfulness


Una de las prácticas más valiosas para cultivar la paz en medio del dolor es el mindfulness. Al entrenarnos en observar nuestros pensamientos y emociones sin identificarnos con ellos, ganamos libertad interior. Podemos ver el miedo, la rabia, la impaciencia... y reconocer que no somos eso. Somos más grandes que todo eso.


Esta desidentificación nos permite habitar la incertidumbre sin que nos devore. Podemos estar en medio del caos y no reaccionar desde el ego, sino responder desde la sabiduría.


Ejemplos para ilustrar todo esto


En una película de Woody Allen, el protagonista acude a hacerse una prueba médica convencido de que tiene cáncer. Al recibir la buena noticia de que no es así, en lugar de alegrarse, se angustia aún más al tomar conciencia de la fragilidad de la vida. Este es un ejemplo de cómo el miedo y el ego pueden hacernos sufrir incluso cuando todo va bien.


En Oriente, se dice que el bambú es el árbol más fuerte no por su rigidez, sino por su flexibilidad. Se dobla con el viento, pero no se rompe. Así también el orden interior permite adaptarse sin perder el centro.


Cuando en el trabajo alguien exige que todo se haga “como Dios manda”, sin dejar espacio a la creatividad o a la humanidad de los demás, está proyectando un desorden interior que solo se calma momentáneamente con el control externo.


Conclusión: del orden al amor


El orden verdadero nace del amor. Amor por uno mismo, por la vida, por los demás. Y ese amor se traduce en respeto, sabiduría, coherencia. Cuando vivimos desde ese lugar, el control deja de tener sentido. La vida fluye. Los conflictos se transforman en oportunidades. La enfermedad deja de ser solo un enemigo, y se convierte en un maestro.


Ordenar no es imponer. Ordenar es alinear lo interno con lo externo, lo profundo con lo cotidiano. Es poner cada cosa en su lugar, empezando por el corazón.

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