El titular de una importante página taurina, al referirse a las firmas de la ILP para declarar la tauromaquia como BIC dice así: "600,000 razones para creer en la libertad de todos". El fiósofo Isaias Berlin diferenciaba la libertad negativa de la positiva definiendo la primera como "libertad de la opresión". Sin duda es a ésta a la que aluden cuando en ella incluyen a las principales víctimas de su libre albedrío: los toros. O a los niños en cuyas mentes y con la connivencia de la administración hacen lo posible por imbuir la tortura de un ser vivo como un acto noble y necesario. El tentadero celebrado recientemente en la Plaza de Toros de Roquetas de Mar de la mano del matador El Fandi, fue calificado por la primer teniente de alcalde de esa localidad como de carácter didáctico añadiendo que con él trataban de promocionar todo lo que es cultura. Lo más desgarrador es que haya padres que se lo crean.
Cultura, ¿cuántas veces no lo nombrarán estos sayones para justificarse? Ahí tenemos otro término para analizar y lo podemos hacer según la definición del etnólogo Edward B. Tylor, que dijo que "la principal tendencia de la cultura desde los orígenes a los tiempos modernos ha sido desde el salvajismo hacia la civilización". A la vista de lo que aquí ocurre está claro que todavía permanecen vestigios, sangrientos y vergonzosos, de esas conductas crueles y bárbaras propias de un primitivismo que todavía no hemos conseguido sacudirnos por completo de encima. La modernidad, entendida como la transformación de la sociedad para el bien común, no es un asunto de fechas sino de realidades. Lo contrario es simplemente mantener las miserias del pasado en "lo moderno".
Libertad, por muchas connotaciones indudablemente positivas que contenga el vocablo, no es siempre sinónimo de justicia, igualdad o bondad, pero sin duda sí acarrea en todo momento un hecho: responsabilidad de los actos que en su nombre se lleven a cabo. De su libertad, por ejemplo, echan mano el violador, el pirómano, el dictador o el pederasta. ¿Debemos darla por buena aún cuando en su ejercicio haya quien padezca las consecuencias en forma de esclavitud, miedo, dolor o muerte? A veces la libertad sirve para amparar actos execrables y la tauromaquia es uno de ellos.
Ya oigo las voces de los que se escandalizan por comparar como víctimas animales humanos y no humanos, y supongo que al final todo se reduce a lo que algunos se plantean siguiendo la clasificación determinada por Arístóteles, que la causa final de la existencia de los animales es su utilización por parte de nuestra especie, sin atender a más consideración que sus propios intereres, afecten a los ingresos o a los placeres. ¿Les sueña el concepto acuñado por el psicólogo Richard Ryder como "especismo"? Otros "ismos" antes corrientes hoy ya se consideran conductas punibles. Este no lo hemos superado de momento.
Entonces, así las cosas, dejémonos de cinismos y en ese caso sigamos ese principio de discriminación moral basada en la especie en cualquier situación. Por lo tanto, no califiquemos como delito los mismos hechos ocurridos con víctima o en lugar y tiempo diferente al autorizado. La tauromaquia es una excepción al delito de maltrato de animales siempre y cuando su celebración cuente con la oportuna licencia. Sin ella se considera crueldad o ensañamiento con esas criaturas. ¿Es o no es algo digno de una legislación aberrante?
Hay cultura repugnante y hay libertades que deben ser prohibidas. En nombre de una y de la otra no todo puede ser lícito, y espectáculos como las corridas de toros, el Toro de la Vega, el de Medinaceli, los correbous, los enmaromados y otros muchos, siguen siendo crímenes desde la ética y no se entiende que todavía no en el código penal, por muchas firmas que pretendan su nombramiento como Bien de Interés Cultural. Están en su pleno derecho de presentarlas, por supuesto, como ocurrió en la ILP por la abolición en Catalunya. Otra cuestión es reflexionar qué se está solicitando en cada iniciativa, porque puestos mañana podemos encontrarnos con una que reúna las firmas necesarias para declarar a los homosexuales como degenerados y condenarlos. Por ejemplo.
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