Pensando bien, nadie entiende la crisis que está empobreciendo a las sociedades, amenazando ya con enclaustrarlas a todas en el Tercer Mundo; pensando mal, los poderes lo saben, aunque es difícil colegir qué pretenden conseguir con la ruptura de todas las fuentes de sostenimiento ciudadano. Todos los días las informaciones abruman al ciudadano con dimes y diretes sobre economía, deuda, esfuerzos para superar la crisis, y por más que los gobiernos toman medidas coercitivas sobre los derechos civiles y laborales, que suben los impuestos hasta mucho más allá de lo tolerable y que favorecen con sus medidas a aquéllos que están atracando a las sociedades en un asalto global, todas ellas se muestran insuficientes, y los mismos que han sido incapaces de verlas venir o de saber qué sucede –BCE, FMI, etc.-, exigen más y más ajustes que sólo destruyen fuentes de trabajo y generan más deuda e inestabilidad social.
A ras de calle, hace tiempo que el ciudadano medio ha dejado de tratar de comprender qué sucede. Es más, no le importa un ardite. Sabe que está siendo atracado, y no le importa en qué dé la situación o el porvenir. Sus urgencias son el aquí y ahora, y ya nadie o casi nadie tiene fe en sus gobiernos o en las autoridades de su país, tanto menos en las de Europa o las de esa infecta marabunta que se nombra como “los mercados”.
En estos días de asueto forzoso para la mitad de la población, a causa del desempleo y de su expulsión más o menos definitiva de la sociedad, y de vacaciones religiosas –o idólatras- para la otra mitad que aún conserva un puesto de trabajo o una empresa que le permite ir tirando, se habla mucho sobre la situación, porque ésta se ha convertido en el eje de casi todas las vidas. Casi nadie ve un futuro estable, o siquiera sea simplemente un futuro. Son muchos los pareceres, según como le vaya a cada cual en esta feria, pero cada día hay más gente que, incrédula de la realidad que le cuentan los medios o los vendidos opinadores al pienso del sistema, pasan de sus autoridades, de sus verdades y procuran hacer su propia guerra. “¡Que le jodan al país!” es una expresión cada vez más pronunciada por personas que, sólo hace unos meses o un año, estaban decididamente de la otra parte, cual si hubieran abierto los ojos a una realidad no sólo incomprensible, sino decididamente perversa.
No son ya chicos con rastas los antisistema, por más que se empeñen los medios propiedad de las elites –casi el 70% de ellos- en definirlos como ácratas o inconformistas que usan este sentir para ser violentos de forma gratuita: los antisistema, hoy, lo mismo son jubilados que personas maduras, administrativos como desempleados o intelectuales como trabajadores de base. La cuestión verdadera, es que no sólo cada vez una más exigua cantidad de personas creen en el sistema –a los que les va bien, y, claro, quieren que el mundo y la sociedad siga estando en paz y orden para que puedan disfrutar sus haberes-, sino menos cada día los que creen en partidos, autoridades, cargos o lo que sea, porque saben con certeza que están supeditados o vendidos a intereses espurios.
“Si yo lo le importo a mi país, a mí mi país me importa un huevo”, dicen algunos con no poca rabia haciendo inflexiones en la voz, cuando no con un sarcasmo tal que se echa de ver que para ellos quien cree en los poderes al uso es simple y llanamente un imbécil. La radicalidad, en fin, crece, y lo hace de una forma exponencialmente coherente, porque a estas alturas nadie ignora que cuando fue la época de bonanza nos trajeron a los inmigrantes no para ser generosos con los débiles, sino para que los ricos lo fueran más y pudieran pagar a los nacionales menos, y cuando llega la hora de arrimar el hombro, vuelve el patrioterismo al lenguaje de los pérfidos, tratando de movilizar por la vía del instinto básico la generosidad y la abnegación de los contribuyentes. El caso, por lo que se ve, es que ya no cuela, y que aquí y en Alemania, en EEUU y en Japón, y en cualquier otra esquina de la Tierra, ya nadie cree en lo que otrora fuera sagrado, como las patrias, en todas partes abjuran de sus poderes y saben ya las masas que quienes les gobiernan en realidad les pastorean, que no es que les hayan mentido en algo, sino que no les han dicho nunca la verdad en nada.
El sistema se derrumba a ojos vista porque ya no hay quien lo sostenga. Se cuartea y cae a pedazos como una edificación ruinosa que nadie mantiene, y ante el colectivo humano sólo se abre una duda: ¿cómo hacemos para que todos estos villanos vayan a la cárcel?... Ni siquiera importa el sistema que le siga a este sistema, porque ya nadie cree este orden tenga ninguna posibilidad de supervivencia. No se trata de si otro orden es mejor, sino que éste es malo, un orden que premia a los malvados y que saquea a los ciudadanos.
Se equivocan los partidos si llegan a creer que les votaron quienes creían en ellos, y se equivocan los analistas si creen que haciendo esto o aquello se resolverá un problema que ni siquiera nadie ha logrado definir todavía, de la misma que se equivocan los gobiernos con sus medidas –todos los días podemos comprobarlo por la vía de los hechos-. Todos ellos, sin excepción, son parte del problema, y a la vista está que no lo comprenden, o de otra manera hubieran acertado en algún caso, el que fuera. Sin embargo no lo han hecho, y llevamos ya cuatro años continuados de empobrecimiento global, no habiendo nada que haga presagiar que se ha encontrado el quiz de la cuestión que pueda revertir la situación. Ni saben, ni comprenden. Y no puede solucionar un problema aquél que no lo comprende. Es más, probablemente –seguro, vaya-, forma parte del problema.
País…, ¿qué país?..., ¿el país de quién?... A los griegos les quitaron su país lo mismo que a los italianos, quienes tienen en sus gobiernos dirigentes que no votaron, que ni siquiera se presentaron a las elecciones, haciendo de sus leyes harina. En otros países, aunque se hayan presentado los electos, los gobiernos están dominados por “los mercados”, los exempleados de Lehman Brothers o Goldman Sach o cualesquiera de esos grandes trust de especuladores que desataron el demonio de esta crisis inventada. Por eso cada día, cuando alguien defiende a su país, no falta quien replique: “País…, ¿qué país?..., ¿el país de quién?...: ¡Anda y que le jodan al país!”
|