Son muchos los temas de actualidad que podríamos aquí tratar, comentar,
denunciar... pero, qué diantres, ya se cansa uno de todo... son siglos de desastre
continuo los que nos contemplan.
Si echamos la vista atrás y hacemos siquiera un somero balance del
panorama que a nuestras espaldas ha quedado, en lo tocante a España, muy a
grandes rasgos, avizoraremos un paisaje triste y un tanto grotesco. Nada nuevo
bajo el sol desde que el susodicho no se ponía sobre nuestro imperial pretérito.
De no ser por los “dopajes” consustanciales a la sociedad de consumo
(que en nuestro caso advino a partir de los setenta del pasado siglo) y por ciertas
convenciones perpetuadas tras ser vaciadas de contenido, la atmósfera de
desencanto sería insoportable; no en vano, la gran falacia, perpetrada durante
casi medio siglo, se ha sostenido, y se sigue sosteniendo, gracias a los
trampantojos que abruman o confunden al que contempla no dejándolo ver el
paisaje panorámicamente, con la suficiente perspectiva. Todo se ha
sobredimensionado bajo la lógica del “cortoplacismo” y la inmediatez. Todo
transcurre en consonancia con una lógica a su vez deudora de una vocación
homogeneizadora a nivel planetario, que rinde culto a la más pedestre e injusta
estandarización de lo diverso.
No obstante, quedan elementos idiosicrásicos diferenciales entre unas
porciones territoriales y otras (esas sobre las que se fueron erigiendo estados
durante la Modernidad).
Y entre las características más propias de nuestro país está un
temperamento que adquirió su plenitud en pleno Barroco, cuando una España
decadente florecía culturalmente a través de una serie de genios en todos los
dominios de la creatividad: esa estirpe de talentos que se vienen arriba creando
contra la ignominia; siendo aupados por el desencanto y el desafecto en muchos
casos.
Dicho tipo de artistas sigue vigente, engrosando obras formidables
inspiradas en el marasmo, en lo anodino, en lo intolerable, en lo infame...
Pero ocurre que, entre lo que se conoce como industria cultural y las
nuevas vías de comunicación, se da una obturación que dificulta el oportuno
desbroce para asir lo edificante.
De entre los artistas patrios de larga y contrastada trayectoria me
gustaría traer aquí a unos cuantos grandes, de temperamento y estilo
abarrocados en sus respectivos dominios: José Luis Alonso de Santos, Miguel
Ángel Hernando Trillo (Lichis), Evaristo páramos Pérez, José Carlos Romero
Lorente (Kutxi), Ramón Borrajo Domarco (Moncho Borrajo), Javier Gurruchaga
Iriarte, Rafael Álvarez (El Brujo), José Miguel Monzón Navarro (Gran Wyoming),
Juan Abarca Sanchis, Alejandro de la Iglesia Mendoza (Alex de la Iglesia)...
Estos virtuosos que atracan a vuelapluma en mi caletre se me antojan
talentosos, inteligentes, locuaces, indómitos y portadores de sendas
acusadísimas personalidades. Todos tienen un ágil manejo del lenguaje oral y
escrito; un punto pantomímico y provocador. Son críticos, eximios, excesivos,
profusos y polifacéticos. Tienen componente burlón, erudito y juglaresco. Nos
cuentan historias de manera amena e ingeniosa, escarnecen al poder, zahieren al
común a través de la muestra de ciertos vicios colectivos...
Me refiero al sainetesco escepticismo de José Luis Alonso de Santos; a
la elevación del más trivial chascarrillo a materia lírica de Lichis; al lirismo bronco
de Evaristo Páramos; al abigarrado compendio de tropos que son las letras de
Kutxi Romero; al hiperactivo conceptismo de Moncho Borrajo; al temperamento
excesivo, polifacético, suntuario y bufo de Javier Gurruchaga; al talento
goliardesco del Brujo; al sarcasmo impenitente e impertinente del Gran Wyoming;
al ímpetu lúdico en un sentido léxico-semántico y musical de Juan Abarca; al
tremendismo desaforado de los filmes de Alex de la Iglesia...
Todos ellos y muchos más (portadores de cierta barroca filiación)
conforman un plantel de lujo para gloria de nuestro país.
Hay que valorar en la medida en que lo merecen a este tipo de geniales
artistas, máxime en tiempos en los que no ceja de subir la luz (que no las “luces”),
evidencia esta que a la vez es una buena excusa para dejarnos iluminar por sus
grandes capacidades creativas (provocadoras, ilustradoras y con el germen de la
delectación en su seno). Al poblador medio siempre nos ha quedado eso... el
purgante abandono a la genialidad (y hoy incluso tal cosa está en peligro).
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