El mayor bien que le pueden quitar a una persona, a un pueblo, a una cultura, es el de la voluntad. Sin ella todas las virtudes de las que se disponga son endebles, precarias, seguramente efímeras. Sus sujetos pueden ser fuertes temporalmente, pero si caen, es fácilmente esperable que no se levanten, bastante tenían con estar en pie.
Hace muchos años leímos en la magnífica y desaparecida revista Triunfo un artículo sobre cómo actuaban los miembros del vietcong. En él se explicaba como llenaban de arroz una especie de longaniza que se ponían en bandolera y se adentraban en la selva por días, sin otro alimento. Pero sabían que habían vencido a dos de los más poderosos ejércitos del mundo, al japonés y al francés, y tenían la firme voluntad de vencer al tercero, al de los EEUU. Era una voluntad histórica.
A esa voluntad suelen nutrirla otras cualidades. No se tiene voluntad porque sí. Hay seres egoístas a los que su solo egoísmo les basta. Pero no es el estímulo más poderoso, máxime si se trata de pueblos. Se dirá que el egoísta, el que antepone lo material (ese suele ser su objetivo principal) a lo espiritual gana, pero no. Las obras magníficas de la humanidad, al margen de que sean justas o injustas (no siempre se tiene clara consciencia de esta cuestión), han sido producto de un empujón de carácter espiritual, psicológico, inmaterial. Ahí están las victorias de ejércitos peor pertrechados que han vencido gracias a su fuerte moral. No recordamos en qué estadística hemos leído que si ahora se movilizara a la población norteamericana, sólo un 21 por ciento sería calificado como apto para una guerra. ¿Están mejor los europeos?
La voluntad se suele inspirar en unos antecedentes, en un propósito. Confianza y objetivos. Si se quiere que el niño se encarrile bien en la vida, facilítese un éxito temprano; le dará confianza, y esta le alimentará en muchas otras cosas, entre ellas en su voluntad, pensando que es capaz si ya lo consiguió una vez.
En los antecedentes de la voluntad pueden figurar el sentido de sacrificio, de justicia, la autoestima, la biografía, la consciencia de que sin voluntad no es fácil llegar a algún sitio.
La experiencia del sacrificio es muy importante. Un ser, un pueblo, educado en la comodidad, en la molicie, en anteponer lo vano a lo esencial seguramente no la tiene suficientemente ejercitada en cuanto ha enfrentado pocas adversidades y casi todo lo ha recibido hecho.
Quizás en esto resida parte del ciclo de la Historia: el pueblo poderoso al final se acomoda y es vencido por aquel que ha fraguado su espíritu en la adversidad. Algo así como la paradoja del amo y del esclavo de Hegel.
Incluso creemos que el egoísmo por el egoísmo no es suficientemente poderoso; que a la larga resulta endeble. Creemos recordar que era Kant quien decía que el egoísta es un monstruo que se devora a sí mismo. ¿O era el soberbio? De cualquier forma son parecidos, tienen la misma raíz, un ego malformado.
La cultura
Por esto es tan importante la cultura de un pueblo (la verdadera). Esta es la que la moldea (a la voluntad), la que dibuja en el espacio los mitos, la que delinea las odiseas, la que valora colectivamente los esfuerzos desinteresados, la que establece las claves de la dignidad, la que articula los objetivos, la que se convierte en consciencia y se modula y fortalece mediante la reflexión sobre el destino colectivo, sobre la imperiosidad de lo necesario.
Pero Europa vive de una cultura prestada. Hasta de una cultura disolvente, donde incluso se prefiere al individuo histriónico (para deleite de los otros, convertidos en espectadores. ¡Que comience el espectáculo!) que a un sujeto que se mantiene dignamente serio, cautelosamente circunspecto, quizás por una especie de desconfianza (contrastada la realidad) ante la algarabía injustificada. La cultura europea no es europea. Fue la primera y más importante entrega tras la última guerra mundial. Leímos en algún sitio que los ancianos japoneses se sentían avergonzados por la americanización de sus jóvenes, los cuales habían olvidado los horrores sufridos (y por lo cual tampoco podían tener conciencia de lo que ellos causaron). Aquí, por el contrario, el menor parecido cualifica la labor. ¿Cómo nos decía el presentador sobre la guerra de Irak? ¿La defensa del spanish way of life? Sí, eso era...
El Congreso por la libertad de la cultura fue descubierto y desmontado. Pero ahí estaba la otra voluntad, la que sí existía frente a la europea. La que no desistiría. Y no creemos que verdaderamente fuera un movimiento contra una ideología, sino más bien el afianzamiento de otra cultura que no trataba de proteger a Europa, sino de absorberla.
Trump habla
Hoy, la gran ventaja que ofrece Trump frente a otros políticos norteamericanos es que habla claro. A nuestro entender, erróneamente claro. Lo melifluo es más peligroso. La cuestión es que en Davos se ha explicado: «O hacéis vuestros productos en América o pagáis aranceles». Habría que responderle: ¿Aún más?
Desde 1914 les hemos hecho ricos ¿y no es suficiente? Nos levantamos como parapeto, cavamos trincheras que nos aislaron. Dejamos que sembraran sus setas de acero, Asumimos sus enemistades, nos aislamos, endeudamos, embaseamos, dolarizamos, quedamos sin energía, sin industrias. Nos quedamos sin cine, sin música, sin literatura, sin marcas; dejamos que nuestras estrellas (como Alain Delon y Ornelia Mutti), ya no brillara; llevamos la bandera en las camisetas, y si no los anagramas de las multinacionales que pagan mínimos impuestos; incluso ya ancianos seguimos siendo artríticos rockeros (un modo de vida, como acertadamente decía una chica mejicana), ángeles del diablo en vespino; en la radio sólo oímos música en inglés; los adoramos, veneramos, respetamos, tememos, imitamos, angliceamos; somos wokes o no, antiemigración o no, anticontaminación o no, según sople el viento, ¿y Trump quiere más?
Nos avenimos a romper los acuerdos de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, (1975, Helsinki). Rompimos en 1990 la promesa de James Baker, Secretario de Estado, de no avanzar la OTAN. Lo mismo en 1997 con el Acta Fundacional, para la paz y la integración (sobre todo la integración). Nosotros cambiamos a los árabes por los israelíes, a los hispanoamericanos por los angloamericanos. Callamos lo de Gaza. Defendemos el librecambismo o el proteccionismo según les vaya bien o mal.
¿Hemos luchado por la libertad, su libertad, y ahora no podemos comprar donde queramos?
Dicen que Trump es un negociador, no un ideólogo, y que pone los listones muy altos para luego ir rebajándolos en la negociación. Pero, sin una cultura, expresión de un espíritu propio, ¿no seguiremos diciendo sí a cualquier cosa que nos impongan?
|