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Cuando sólo queda una salida

España, hueles a mansedumbre y miedo
Julio Ortega Fraile
sábado, 5 de mayo de 2012, 09:12 h (CET)
Cuando la esperanza deja de habitar en el corazón para deslizarse húmeda y salada por las mejillas.

Cuando la rabia empuja al estómago con sus brazos ígneos hasta situarlo, mejor dicho, hasta atrancarlo en la garganta.

Cuando en la nuca se dibuja la huella de una bota.

Cuando la risa de los que tienen su pie metido en ella la percibimos con mayor intensidad que las protestas de aquellos que les sirven de alfombrilla y hasta de escupidera.

Cuando el verbo “perder” ya carece de cualquier complemento directo y los de “ganar” son justicia y dignidad.

Cuando el presente se asemeja más al pasado lejano que al reciente.

Cuando pensar en el futuro se antoja inútil y estúpido porque el ahora nos está matando.

Cuando en cada manifestación hay policías infiltrados.

Cuando abrir la boca o levantar los puños durante las mismas es razón suficiente y legalmente justificada para que te hundan una porra en el vientre.

Cuando perder un ojo o la vida por un pelotazo de goma salido del arma reglamentaria de un miembro de las fuerzas de seguridad de Estado no es razón para nada.

Cuando nos explican, sin el menor sonrojo, que Gandhi también habría sido esposado y detenido por permanecer pacíficamente sentado.

Cuando cada respiración nos anega los pulmones de amargura y la boca de bilis.

Cuando la tauromaquia viene a ocupar el espacio que fue robado a la educación o a la cultura y nos exigen que la defendamos orgullosos.

Cuando los principales medios de comunicación se convierten en gacetillas al servicio de La Corte

Cuando un Rey, como persona y como Institución, se transforma en el primer transgresor de aquellos principios inquebrantables que con su firma refrenda.

Cuando en un País que se declara como democracia participativa la Monarquía es una imposición incuestionable.

Cuando en las calles la sombra de cada paseante, caminando ante los cierres bajados de pequeños negocios y abiertos de bancos privados y bien inyectados de unas ayudas que eran para los más desprotegidos, es una mancha oscura de tristeza, desesperanza y miedo.

Cuando buscar comida en un contenedor se ha convertido en un delito.

Cuando los verdaderos culpables del hambre están más empachados que nunca.

Cuando tantos esperamos a que alguien haga algo sin comprender que ese alguien también somos nosotros.

Cuando nos toman por esclavos, por cobardes, por idiotas, y con el rostro aplastado contra el suelo bajo el peso de aquellas botas del principio nos damos cuenta que, efectivamente, somos serviles, mansos, pusilánimes e imbéciles, es porque sin duda es el momento de escoger la única, sí, la única alternativa posible para no seguir sumando “cuandos”: la rebeldía, el “hasta aquí hemos llegado”, el “no seguiremos siendo cómplices y víctimas a la vez”, el “NO pasarán”.

¿Qué esa decisión implica sacrificio y hasta dolor? Es cierto, pero también en verdad que ahora padecemos ambos y lo hacemos para que otros, nuestros verdugos, sean los exclusivos beneficiarios de nuestros quebrantos.

España, ¡DESPIERTA!, hazlo so pena de que tus hijos tengan que buscarte en una cuneta como a sus bisabuelos. Pero con la diferencia de que al abrir sus fosas emane un olor a coraje y de las tuyas exhale un hedor a sumisión.

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