Ni Djokovic, ni Nadal, ni siquiera un experimentado sacador como Berdych. El Mutua Madrid Open acabó en brazos de toda una leyenda viviente del tenis como Roger Federer. El helvético derrotó a Berdych (3-6, 7-5 y 7-5) demostrando su enorme capacidad de adaptación a todo tipo de terrenos. Roger es el rey de la tierra azul. Federer sumó así su tercer entorchado en Madrid, arrebató a Nadal el segundo puesto en la clasificación ATP y alzó su vigésimo Masters 1.000, los mismos con los que cuenta Nadal. Serena Williams, en el cuadro femenino, protagonizó idéntico desenlace a costa de Azarenka (6-1 y 6-3).
Ni Federer, el campeón, ni tampoco su adversario Berdych entendían el significado de esa música de viento con la que el respetable amenizó la ceremonia de premios. Los silbidos, como sucedió horas antes en la entrega de trofeos de féminas, tenían un destinatario: Ion Tiriac. Aquí, en Madrid, no gusta en absoluto esto de disputar encuentros sobre tierra batida en color azul cielo. Mucho menos entusiasma que esto haya perjudicado considerablemente al ídolo del tenis español, a Rafa Nadal. Los pitos también tuvieron otra cariñosa dedicatoria a la Infanta doña Elena. El pueblo está muy sensible con todos estos temas sociales-económicos.
El caso es que Federer alzó al cielo de Madrid su tercer trofeo en España (antes ganó en 2006 en el Madrid Arena y 2009, éste en Caja Mágica). No fue una sorpresa ni siquiera un capricho del destino. El suizo, sencillamente, fue el mejor, el mejor que se adaptó a esta nueva superficie, el superviviente al experimento. Y eso que venía de unas vacaciones en el Caribe. El helvético entendió como nadie cómo debía jugarse en Madrid (buen saque, golpes ganadores sin complicarse en exceso y menos apoyos en pista al golpear la bola) y su calidad acompañó durante sus cuatro encuentros en la Caja Mágica. De esta manera, Federer, un tenista que ha ganado todo en todo tipo de torneos -suma 16 grandes- completa su palmarés convirtiéndose en el primer campeón sobre arcilla azul (él se mimetizó vistiendo de azul), el único tenista del mundo invicto sobre esta superficie y en un especialista en resumen después de diez días de tenis en Madrid.
El colofón, como corresponde a toda final, no podía haber tenido un desenlace diferente al que se desarrolló: dos tenistas explotando todas sus artes y su esfuerzo como vía para proclamarse campeones del cuarto Masters 1.000 de esta temporada. El público disfrutó durante las 2 horas y 37 minutos de duración del encuentro. Hubo de todo y para todos. Para empezar, un repertorio de saques veloces y fuertes de Berdych que desarbolaron a Federer. El suizo era incapaz de encontrar el modo de hacer frente a esta avalancha de puntos ganadores del checo. No se trató de su único problema: él estaba impreciso, demasiado errático en su juego, con errores inexplicables. Acabó cediendo esta primera manga, la cual se complicó desde el segundo juego, cuando Berdych hizo el break.
Renace Federer
Después, tras comprobar que Berdych no estaba en la final como invitado ni debido a cuestiones de azar (aún no había cedido ni un solo set en sus anteriores cruces), tocó presenciar el arte que atesora Federer en su raqueta. Que es enorme, y muy variado. Desde saques igualmente veloces fuertes y certeros hasta derechas ganadoras, reveses para enmarcar cuando buscaba el paralelo ganador o esas dejadas que suben y bajan a cámara lenta y girando con efecto e inutilizando cualquier recurso del adversario. Federer, en cuestión de minutos, estaba dentro del partido. De forma cómoda, el suizo se marchó con un contundente 5-2 en el marcador. Y servía para apuntarse su primera manga y equilibrar el marcador. Sin embargo, todo campeón tiene sus despistes. Más o menos como le sucedió a Nadal con Verdasco. La diferencia es que el suizo, al contrario que Nadal, se apuntó este segundo set. Lo hizo después de ver como Berdych era capaz de empatar a 5 juegos, aunque después, quizá debido a la presión del momento, cometió una inocente doble falta que sirvió en bandeja otro break al suizo.
La igualdad no desapareció durante la tercera y definitiva manga (Berdych acabó con 101 puntos ganadores y Federer con 103). Ambos fueron manteniendo sus servicios con mayor o menos problemas. Hasta que se alcanzó el octavo juego de este set y recuperaron el protagonismo entre el público. Éste, desde minutos antes, estaba dedicado en cuerpo y alma a qué hacía o dejaba de hacer Will Smith (promociona su última película), que incluso amenizaba los descansos con algún baile. Pero ese octavo juego fue determinante. O no tanto. Federer se puso con tres bolas de break. Berdych, ante esta situación dramática, recurrió a su mejor arma: un buen saque. El problema es que posteriormente firmó dos dobles faltas consecutivas. Consecuencia: break para Federer (5-3).
Pero, nuevamente, ese miedo a fallar en los momentos claves decidió intervenir para maniatar la muñeca de Federer. Ésta se volvió a bloquear y Berdych recuperó el terreno. Pero lo volvió a ceder un par de juegos después, cuando el suizo volvió a contar, ésta vez, sí con sus primeros puntos de partido. Fueron 3. Pero no aprovechó ninguno. Berdych volvió a ser el sacador que disfruta en altitud. Evitó caer. No lo consiguió, sin embargo, a la cuarta pelota en contra. Federer cerró el encuentro. Roger, se convirtió en el Rey de la tierra azul.
Serena Williams, campeona femenina
Serena Williams renació en campeón en el Mutua Madrid Open. La estadounidense, de 30 años, actuó con los mismos efectos que un huracán: arrasó a la bielorrusa Victoria Azarenka, actual número uno del mundo. Serena ni siquiera tuvo necesidad de sudar: en una hora y cinco minutos trituró a Azarenka (6-1 y 6-3) a base de exhibir músculo con su saque (firmó 14 aces), no complicarse la existencia en la búsqueda de golpes ganadores (54 contra 33) y aprovecharse de los innumerables, e inconcebibles, errores de su adversaria con hasta 6 dobles faltas (tres de ellas en un mismo juego). La americana le dio un auténtico repaso. Serena se llevará 631.000 euros y el cariño de Madrid tras empezar su discurso de agradecimientos con un “muchas gracias” y terminarlo, en inglés, con una declaración de amor (“I love Madrid”).
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