El principio de deseabilidad social es la tendencia a comportarse de acuerdo a las
expectativas socialmente aceptadas y no conforme a las tendencias individuales reales.
En otras palabras, es un concepto que se traduce en el hecho de que una persona lleve a
cabo conductas que supuestamente se ajustan al contexto, teniendo en cuenta la
amplitud de éste.
La aplicación de este término tiene cabida en muchos ámbitos de la vida. Por ejemplo, se
suele llevar una indumentaria diferente para trabajar de juez/a que para hacerlo de
educador/a social. Además, desde una perspectiva de género, es un clásico. A modo de
ejemplo, en un acto festivo las chicas suelen maquillarse, y en cambio los chicos no.
La pregunta es: ¿Qué se esconde detrás del principio de deseabilidad social? La
respuesta es muy sencilla: la opresión de la libertad individual. Es probable, que en
general no seamos conscientes de este hecho, ya que “normalizamos” o “naturalizamos”
las conductas en función del contexto. No obstante, es triste y despersonalizado que
renunciemos a nuestras características particulares por la presión social, teniendo en
cuenta que son prácticas tan arraigadas que ni siquiera somos capaces de identificar que
es producto de una exigencia a nivel social.
La configuración política del parlamento catalán de la X legislatura es un buen ejemplo
para analizar la temática de la indumentaria. Las vestimentas de los dirigentes de los
grupos parlamentarios son casi todas producto del principio de deseabilidad social, ya que
me resulta difícil pensar que la pluralidad de ideas existente se convierta en
homogeneidad casi absoluta en cuanto a la indumentaria. La única excepción se produce
en los diputados de la CUP, los cuáles desde esta perspectiva, son más libres.
La pregunta es: ¿Por qué estamos dispuestos a renunciar a una parte de nuestra libertad,
y a cambio comportarnos según el principio de deseabilidad social? Por diversas razones,
pero en este artículo se expondrán las dos siguientes: en primer lugar, por las
sensaciones negativas y las consecuencias que se derivan de ser y/o sentirse rechazado
socialmente; y en segundo lugar, porque tenemos una sociedad que en general se rige
por unas ideas o premisas no probadas, teniendo en cuenta que éstas son prejuicios
fuertemente destructivos.
¿Es necesario que un abogado vaya con traje y corbata? ¿Por qué? ¿Porqué da mejor
imagen? ¿Porqué genera una mejor impresión? En el momento en que aceptamos esto,
renunciamos a la libertad y a la diversidad. De hecho, estamos legitimando que la
confianza depositada en estos profesionales se base en gran parte en su imagen. Claro,
es verdad, hay que dar buena imagen. ¿Qué es dar buena imagen? Parece que incluso
hemos aceptado un determinado modelo de imagen. ¡Qué triste es el reduccionismo!
¿Por qué un hombre que lleva tres aros en cada oreja no puede dejárselos para una
entrevista de trabajo? Porque es probable, o como mínimo así sucede en ocasiones, que
se tenga en cuenta como criterio de selección el prejuicio de la imagen, y por lo tanto, es
mejor no arriesgarse. ¿La solución es quitarse los aros? Parece que sí, ¿no? Pues yo
creo que no, ya que hacer eso es condenarnos a vivir en una sociedad sin sentido. Y es
que, no conozco ninguna teoría que haya sido reconocida por su gran aportación a las
ciencias sociales que proclame que los hombres que llevan tres aros en cada oreja no
realizarán adecuadamente las tareas laborales que les correspondan. De hecho, Karl
Popper se reiría de tener que someter esta premisa al falsacionismo.
En definitiva, el principio de deseabilidad social ejerce una opresión inconsciente sobre los
individuos. Es necesario un gran cambio a nivel de mentalidad. Hay una larga batalla por
delante. En este sentido, serán muchas decisiones individuales las que condenen el
hecho de actuar conforme este principio, provocando así que dejemos de ser esclavos del
mismo. No obstante, antes de llegar a esta fase, es necesario que como sociedad
abramos los ojos y seamos conscientes de este fenómeno.
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