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Eurovisión 2012. Un reto que se nos resiste

Miguel Massanet
lunes, 28 de mayo de 2012, 07:02 h (CET)
Les pido que me permitan que, como cada año por estas fechas, me aparte de mi habitual línea política, me ponga en mi otra piel de españolito de a pie y me permita darles mi opinión sobre este famoso festival de las canciones que todos, desde hace años, venimos conociendo como la gran fiesta de la Eurovisión, en este caso la del 2012. No me pidan que les de explicaciones del por qué sigo viéndolo a pesar de estar convencido de que todo es un escapare de marqueting para que, algunos espabilados, hagan su agosto a costa de canciones que, en muchos casos, pasarían desapercibidas por el gran público si no fuera por la parafernalia y el boato que los organizadores se ocupan de imprimirle al evento. Debo confesar que me considero un poco masoquista porque en el 99% de las veces a las que acudimos a este festival estoy completamente convencido de que no nos vamos a comer una rosca y, a veces, vamos a aburrirnos hasta la saciedad; pero es como la Navidad, uno se acostumbra a ella y si no se celebra con pavo y turrón parece que le falta algo. No obstante debemos reconocer que, desde aquel famoso “La, la, la” de Masiel, han sido más los fracasos que las alegrías.

En primer lugar porque, la gran organizadora en España de esta muestra musical es, la TV1 y debemos reconocer que, en pocas ocasiones, ha acertado ni en la elección de los presentadores que ha enviado para retrasmitir el acontecimiento ( recuerdo al señor Uribarri más empeñado en hacer quinielas de cuales serían los votos que darían los distintos países que intervenían en la votación que en estar atento a lo que estaba ocurriendo en la sala del certamen) ni mucho menos en el tipo y la calidad de las canciones que nos han representado y ya no hablemos de los cantantes a los que hemos confiado esta honrilla de defender nuestros colores. Recuerden, por ejemplo, a aquel atrabiliario personaje conocido como el Chiquilicuatre, un señor que sólo se distinguía por su zafiedad y por sus extravagante vestuario o cuando no empeñamos en enviar a los cantantes folklóricos con los que nos empeñamos en convertir a Europa en una especie de España cañí. Por eso y por otras causas que comentaremos, llevamos una serie larga de años de sequía en cuanto a conseguir la victoria y, lo que todavía es peor, nos hemos distinguido por la mala calidad de las canciones (les dio por enviar la más votada por la audiencia lo que resulto fatal a la hora de ser exhibida en el festival) que, sucesivamente, hemos ido enviando al concurso; suponemos que con la esperanza de que no ganaran y no tuviéramos que organizar en España este costoso festival.
Pero no todo se ha perdido por parte nuestra, de los españoles y de la propia TV1. No, señores, también han intervenido factores clientelistas, endogámicos y  mercantiles que, vayan ustedes a saber por qué medios sibilinos, algunos aprovechados han ido arrimando el ascua a su sardina. Por ejemplo: parece obvio que un festival donde intervienen distintas naciones de diferentes hablas de todos los confines de Europa, cada representante debiera de cantar su canción en su propio idioma nacional. Nuestra representación ha ido sufriendo, sistemáticamente, el gran handicap de cantar siempre en castellano, cuando la mayoría de países, incluso los que no son de habla inglesa, han ido cambiando su lengua vernácula por el inglés, un idioma que es conocido en todos los países nórdicos y, por supuesto, en los anglosajones. Tampoco podemos olvidar los intereses endogámicos y mercantiles que forman parte de este gran circo de la producción discográfica, que están interesados en que la canción vencedora sea del idioma que más se habla en esta parte del mundo occidental que, como de todos es sabido, es el inglés.

Y debo reconocer que, si en muchas ocasiones me he quejado de la elección inapropiada de la canción que nos debe representar o, si he puesto en cuarentena a los intérpretes que nos debían representar; en esta ocasión, la canción que hemos llevado a Eurovisión, si no la mejor de todas, si se puede decir que hubo muchas de las que fueron más votadas que eran de una calidad inferior a la nuestra. Y tampoco se puede poner pero alguno a la interpretación de Pastora Soler que, a mi modesto entender, fue muy digna y, por supuesto, llena de coraje y ganas de lucirse. En este aspecto no se le pueden poner pegos. Sí puede que tengamos una tendencia, aparte de la dificultad de que nos entiendan por motivo del idioma, de enviar un tipo de canciones no demasiado festivaleras y que, en ocasiones, las calidades interpretativas del artista o las característica de la propia melodía, no encajan dentro de un modelo que debe ajustarse a las preferencias de un público joven, que es quien, en realidad, es el mayor consumidor de discos y marca la pauta del tipo de música que prefieren.

Hubo rumores de que la propia TV1 estaba interesada en que, la canción española, no saliera elegida como la mejor, debido a que el ente público no estaba en condiciones de financiar un evento de tal magnitud, pero, debo admitir que, aunque soy un crítico acérrimo del despilfarro que existe dentro de la cadena estatal, me cuesta mucho admitir que hubieran llegado a tal grado de hipocresía. Otra cosa sería que, vistos los resultados de los últimos años; examinados los factores que tenemos en contra y la evidente entente de los países de habla inglesa para apoyar a las canciones en este idioma; quizá fuera conveniente replantearse si vale la pena asumir un coste tan elevado, como el que representa organizar el enviar a un representante español a concursar, con todo lo que ello comporta de gasto extraordinario, y plantearse, desde el punto de vista práctico, si lo mejor sería dejar de acudir a dicho acontecimiento.

El décimo lugar conseguido por Pastora Soler, no puede decirse que sea un mal puesto ni tampoco que la cantante, con buen oficio, no diera la talla. Tampoco se le pueden negar méritos a la canción sueca que resultó ser la vencedora aunque su triunfo creo que se debió, más que a su calidad intrínseca, a la habilidad del coreógrafo y al evidente halo misterioso que envolvió a la intérprete que le dio un aditamento morboso. Algo parecido debió suceder con la canción de las abuelas rusas que, evidentemente, fue supervalorada por los espectadores que, con sus votos, le otorgaron unos méritos superiores a los que tenía, si dejamos aparte el acierto indudable de explotar la edad de las intérpretes para darle un componente de ternura al espectáculo. Sin embargo, me hizo el efecto de que, la canción inglesa, sobriamente defendida por el veterano cantante inglés Engelbert Humperdinck, fue injustamente ninguneada, quizá porque los ingleses, fieles a su estilo, no quisieron hacer concesiones a la galería.

Y no quisiera acabar este comentario sobre la gala de Eurovisión, sin llamar la atención de los responsables del marketing y propaganda de la TV1, sobre este defecto de querernos vender que la canción que enviamos siempre es la favorita del festival. El mismo señor Iñigo insistió, una y otra vez, en que nuestra canción era la ganadora. Cada año se incurre en el mismo error, y cada vez se tiene que reconocer que estábamos equivocados. ¡Basta, señores, de ir pregonando que nuestra canción es la favorita, que toda la prensa la da por ganadora o que, en los mentideros de toda Europa, ya la han colocado en el número uno! Es mejor reconocer, con humildad, las posibilidades reales, las variables que nos son contrarias y el hecho, indiscutible de que, si bien nuestra canción era discreta, tenía mejores posibilidades que algunos bodrios enviado en otra ocasión, tampoco tenía la calidad de ganadora. El número 10 me parece justo.

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