Me harta, me cansa, me aburre la música contemporánea; los millones de chunda-chundas que, en base a cuatro o cinco notas, nos abruman desde todas las esquinas de la sociedad, los cientos de estilos existentes para tan menguado arte y los incontables pipiolos de mucho lustre para jovencitas o los divos o cantantes o grupos para todos los dis-gustos que nos asaltan desde ondas y televisiones, internet, mp3, mp4 y hasta desde la vecina de enfrente, quien también hace sus gorgoritos y se levanta tarareando su hit-parade insoportable, pero sin que en todo ese océano insondable de arpegios y trinos y ritmos sandungueros haya cuatro o cinco notas seguidas con cierto talento que merezcan por sí mismas salvarse del merecido olvido que toda esta decadencia exige. Me harta, me cansa, me aburre la literatura actual; los millones de vacuas páginas de eso que llaman novela y sus géneros y subgéneros, la insufriblemente extensa inabarcable cantidad de temas absurdos y sin sentido en que se extienden sus tramas, y la hortera legión de escribanos que han reducido la expresión humana a esta síntesis absurda de sí misma, con ese lenguaje universalizado con que aborregan a las sociedades, iguales en sus estilos maquinados por correctores homófonos como si usaran ladrillos por palabras, alineados en una horrible sintaxis sin expresión ni carácter, resultando casi imposible saber cuántas décadas hay que escalar en el tiempo para encontrar media docena de líneas con cierta calidad literaria entre todo el inconmensurable maremagno de insulsas estulticias editadas. Me harta, me cansa, me aburre el mismo arte, sea pintura, escultura, cine o arquitectura; sus retorcidas formas y su confusión abominable, sus multiplicidad infinita de infames estilos y tendencias, su abominación sin límites por cuanto le han hecho al Arte, y esa innombrable caterva de siniestros meapilas que han arrastrado lo sublime del devenir humano por el mezquino suelo de su incólume falta de talento, convirtiendo la andadura humana y cuanto de sublime hubo en ella en esta cosa ridícula de edificios retorcidos, consoladores gigantes, pinturas como enfermedades mentales, esculturas como abominaciones del Infierno y cine como blasfemias a la inteligencia, todo ello elevado a la potencia destructora de mil estilos a cuál más ridículo y prescindible. No puedo con todo esto: me resulta insoportable.
Sin embargo, nada de todo ello ha sido el resultado de una deriva casual, sino objeto de un plan largamente madurado. Es la Ceremonia de la Confusión en su manifestación práctica. Una confusión que ha procurado centrar al Hombre en la forma y la estética de la nada, en la superficialidad del ninguneo, en la piel, la cáscara o lo exterior de la vacuidad más desoladora, cual si el ser humano careciera de profundidad u objetivos, o, acaso, cual si los que tuvo y los que le animaron durante milenios de andadura se hubieran extraviado o disuelto en el vacío de lo efímero. Una Ceremonia de la Confusión que también ha sabido profundizar en los orbes del espíritu para corromper la naturaleza humana en su esencia más excelsa, ofreciéndole incontables legiones de ordinarios y extraordinarios imbéciles adobados con túnicas azafranes o estrellas n-dimensionales, hermanos de las estrellas, sociedades secretas, gurús de universos paralelos y todo un elenco de credos de fanfarria y consolación que serían causa de ingreso de urgencias en un psiquiátrico si quien lo valorase en puridad fuera un psiquiatra en sus cabales. Nada, absolutamente, se ha dejado al azar, como incluso en la glorificación de lo vacuo se ha exacerbado, instituyendo como virtud lo que hasta ayer mismo fuera horrible falta, la corrupción moral o carnal, y aún se ofrecen sin límite infinita profusión de posibilidades para que el grupo se disuelva o la identidad del individuo con otros semejantes desaparezca, ninguneando al conjunto de los seres humanos al adulterar o destruir patrias, dioses y credos, a la vez que se ofrece para un mejor adormecer los quebrantos de la conciencia el griterío deportivo, la pornografía en sus mil delirios o la moda o el haber o el disfrute sin trasfondo sobre las aspiraciones de unas almas narcotizadas por los gozos de la carne y el ahora. Nada, nada se ha dejado al azar.
Solos, como borrachos que trastabillan en la madrugada bajo la macilenta luz de las farolas, con los sentidos acorchados por la desolación y el zumbón mareo de un equilibrio incierto, vagamos entre los charcos de ruinosas callejas rumbo a un sueño reparador que no permita oír el clamor de la esperanza. El Hombre está solo ante sí mismo, sin camaradas ni compañeros, sin hermanos de lucha o de utopía, coritos de esperanzas y sin un porvenir al que dirigirse, sabiéndose dueño de ninguna cosa, ni de sus pasos siquiera. Ya no hay un Dios al que rezar, ni un credo al que aferrarse cuando llega la dicotomía, ni un puerto en el que guarecerse cuando arrecia la galerna, ni siquiera un amor por el que se pueda poner toda la carne en el fuego. Lo de hoy, es de hoy nada más, o acaso sólo de ahora. En cualquier momento el Hombre puede ser traicionado por el Hombre, varar sin causas en el desempleo, quedar sin recursos… y quedar infamemente solo, porque nadie –todos lo saben- aprecian o quieren a un Hombre sin recursos. Anteayer, hace algunos años, el horizonte era de una vida con esfuerzos pero sin sobresaltos; más tarde, ayer, la vista sólo alcanzaba algunos años; pero hoy, el horizonte se aproxima a meses, a semanas, acaso sólo a días. Una proximidad sin compañía, sin seguridades, sin certidumbres. Ya no hay dioses: murieron en aquellas guerras infernales o les mataron las luces cosmopolitas, la ciencia cuadrática y sus fórmulas o las modas y sus ofrendas; ya no hay partidos, ni siquiera, por imposición de la supervivencia y la rutina, hay utopías a las que dirigirse, paraísos del más allá o encarnaciones venideras que no sean animalescas; ya no hay sindicatos que amparen derechos, ni democracias que se midan en votos: todo ha sido pervertido, adulterado por el lenguaje políticamente correcto. Ni el que hoy tiene, tiene, ni el que no tiene, le falta.
La Ceremonia de la Confusión es el rito de los creyentes. Desde lo antiguo siempre se le representó al Hombre como inmerso en un laberinto: muchas opciones, pero sólo una conducía al objetivo. Hoy, ese laberinto se ha complicado, y, tal vez por exceso de información o por la aceleración del tiempo, los ramales falsos se han ido multiplicando hasta el extremo de que ya no hay posibilidades ni siquiera de sondearlos. La sensación de extravío e impotencia es tan bárbara que da la impresión de que no hay ciencia ni instinto para saber dónde se dirige, sino sólo para vegetar matando el tiempo en este entretenimiento o en ese gozo, sin importar en qué demos o para qué estemos.
Pero la Ceremonia de la Confusión no ha sido un elemento sin causa, sino la puesta en escena de un esquema perfectamente planificado. Interesaba que no se viera, que no se supiera, que no se entendiera qué es lo que se oculta, el fin por el que se pastorea a la manada. La Ceremonia de la Confusión es un ardid, una trampa, un camuflaje de los poderosos cuyos planes desean que pasen desapercibidos. Nada hay de azar en todo ello, y quienes están medianamente informados, lo saben. La información y los medios están en manos de unos pocos, y estos pocos cuentan con los recursos para sufragar a legiones de opinadores que venden sus almas por sueldos exiguos para engañar a la manada. Son los cabestros. No se trata de elegir o de comprar a un autor que escriba vacuidades, sino de elegir sólo la vacuidad que interesa y convertirla en un best-seller; no se trata de potenciar la pintura-basura, sino de que algunos estómagos agradecidos ensalcen esa materia excrementicia con críticas tan crípticas y glorificantes que los torpes lo crean a pies juntillas, por más que no entiendan ni una sola palabra –el cuento del rey desnudo-; no se trata de que la población elija a quién vota, sino de que lo haga entre cualquiera de los brazos de sus monstruos políticos, fabricado cada cual a la medida de unos intereses bien específicos para que gane quien va a aplicar medidas restrictivas que afectan a quienes pudieran levantar la cresta; y no se trata de demostrar que hay una crisis económica, sino de repetir tantas veces la mentira que cause hartazgo, de modo difundiéndola día y noche por sus medios todos la crean aunque nadie demuestre su existencia. Y lo creerán, como pagarán a pies juntillas los impuestos que se tercien, sólo amenazándoles con que esta o aquélla cantidad debe sufragar estas o aquéllas pérdidas producidas por una indemostrada crisis mundial que no existe, quedando finalmente en la mitad o en menos, de modo que incluso los escépticos sientan alivio de que no tengan que pagar tanto. Es la Ceremonia de la Confusión puesta en planta. Idiotizada la manada con el cine, la música, la carne, la moda, la literatura o los mil ardides de la tramoya, nadie percibirá que le están robando su porvenir, incluso su propio país, y se sentirá conforme porque está acompañado de toda una manada de conformes, ignorando todos que absolutamente todos están disconformes y que tienen poder, si despertaran, para cambiar las cosas. El cuento del rey desnudo.
El futuro ya llega porque el tiempo se acelera, y en los próximos meses se acelerará logarítmicamente. La II Guerra Mundial la ganaron, en realidad, las logias, las mismas que desataron los diablos en Hiroshima y Nagashaki. Fundaron un nuevo orden basado en el pánico y funcionó, al menos entre potencias. Potencias que no son distintas, sino brazos de la misma bestia. Lean “Sangre Azul (El Club)” en www.angelruizcediel.es, es gratis). Pero hubo un momento de contestación con el Movimiento Hippy, y tuvieron miedo, como lo tuvieron con el Mayo del 68; sin embargo, supieron cómo corromperlos desde dentro y, aprendida la lección, crearon partidos contestatarios –o reformaron algunos que ya existían, como el PC o el PS-, y en nombre de cierto progreso renunciaron a sus credos para convertirse en lo mismo que les interesaba, aunque conservando sus colores encarnados. Fue el principio de la Ceremonia de la Confusión. Ceremonia que, andando el tiempo, fue derribando los credos –todos- uno por uno, con el único objeto de desvestir al Hombre de propósitos o fines, emborronando todas sus utopías. El paso siguiente fueron los créditos, los plazos, el “disfrute ahora”, y los Hombres se pusieron encantados pesadas cadenas en sus pies que les impidieron caminar, limitándose a permanecer estáticos imitando la Américan Way of Life o queriendo ser Onasis en miniaturas. A continuación llegó la violencia y sus atracos, y todo tuvo que hacerse a través de los bancos, para, finalmente, llegar a sociedades estables de opulencia donde todo se daba a crédito a treinta, cuarenta, cincuenta años, pareciendo que el porvenir estaba asegurado. Pero no lo estaba. Ahora, esas cadenas crediticias o hipotecarias no sólo siguen siendo pesadas cadenas que impiden todo vuelo, sino que también son una mordaza. El Hombre está encadenado a su casa, a su coche, a sus vacaciones o a su nivel de vida; pero está encadenado y amordazado, sin libertad de ninguna clase.
El futuro nos ha alcanzado en el meollo del laberinto, y el laberinto es hoy mucho más complejo. Ya no se tiene el sol de un dios o una patria, ni la brújula de un credo. El hombre está perdido, y dispone de tanta información que no comprende nada porque todo se junta y revuelve formando un lío formidable. No entiende que esta crisis es inventada no por falta de capacidad, sino porque sus sentidos estaban puestos en la casa o en el coche o en su nivel de vida mientras le estafaban, mientras le quitaban su sol y su bandera y su fe y su credo, y lo convertían en nada más que en carne sola y salada.
Bueno, pues estamos aquí. En mi novela “Tetragrammaton” el protagonista, un hombre que ha formado parte de los “relojeros”, una organización que se dedicaba a poner en marcha los relojes de la paz y de la guerra sirviendo a sus señores, le envía mensajes a un antiguo amigo, hoy policía, mediante crímenes horrorosos; pero lejos de lamentarse por ello, él se justifica diciendo: “No importa. Ya estaban todos muertos aunque aún no lo supieran.” Tal vez, algo de todo esto suceda hoy, y todos, de alguna manera, quizás expresamente, estemos muertos aunque no lo sepamos. Me explico. ¿Cuándo comenzó la crisis que nos concierne?... Algunos dirán que en 2008, pero no es así. ¿2006?...: tampoco. ¿2003?...: correcto, aunque se desató en los primeros países dos años después. ¿Y qué sucedió en 2003?... Bueno, esto es algo que tienen que buscar por sí mismos, porque no vale la verdad descubierta sin esfuerzo: tienen todos los datos, aunque tienen que buscarlos.
En un sistema cerrado –y el mundo lo es- nada se crea ni se destruye. Si hubo dinero, ese dinero está en alguna parte, y del sistema, oficialmente, han desparecido muchos miles de millones, incluso billones de euros. Una cantidad tan magnífica que omito escribirla en pesetas porque llenaría más de una línea de dígitos. Algo tan enorme que no puede haberse traspapelado, ni quedado olvidada en algún rincón o en alguna gaveta. ¿Entonces?... Entonces se ha gastado, y se ha hecho en algo que no se ha visto y que no se ve, en buena medida debido al propio camuflaje que es la crisis, el motivo que ni pintiparado para esconder a los ojos de todos lo que a los ojos de todos se están creando. ¿Qué se ha hecho en el mundo desde 2003, en general, y desde 2005, en particular?... Infrestructuras gigantescas de todo tipo: aeropuertos por doquier, autopistas, ciudades enteras con cualquier excusa… Esto no se construye sin recursos, precisamente, y no hay país que no haya gastado en esto lo que no viene en los papeles. Por ejemplo, en España hay seis supertuneladoras, entretanto en Europa entera hay sólo dos. ¿Esto no dice nada?... Una pista: ¿qué puede consumir infinita cantidad de recursos, justificativo de la crisis, que se esté construyendo y no se vea?... Naturalmente, todo el movimiento de tierras y materiales debe camuflarse de alguna manera, y nada mejor para ello que ciertas infraestructuras que, además, sean tan útiles en determinadas circunstancias como avocadas al fracaso social aparente, justificando así por lo mínimo (corrupción) lo máximo (instalaciones secretas).
Naturalmente, queda saber el porqué, aunque ya casi todo el mundo tiene una idea bastante ajustada de esto. Les remito de nuevo a mi propia web, porque es de estos años, del 2003 al 2005 cuando escribí las novelas que hacen referencia a estos hechos. Reitero que es gratis su lectura íntegra, de modo que no hay excusas. Desde finales del siglo pasado, y de una forma coordinada, la Ciencia de todo el mundo se empeñó en tareas como la desencriptación del genoma humano, animal y vegetal, en los trasplantes y en el avance de la Física y la Astronomía. Entretanto, desde esa fecha se han creados silos subterráneos para preservar esos genomas, semillas de todo tipo y se han construido búnkeres subterráneos a gran profundidad en casi todos los países del mundo. Rusia ha reconocido más de 5000 sólo para Moscú, se rumorea que en España son más de 200 y en las demás potencias basta con que echen un vistazo a la Red. Búnkeres que, aunque haya crisis, es el gran negocio de la actualidad, porque los propietarios de grandes fortunas están obsesionados con esto, construyéndose aquel que puede uno allá donde tiene una propiedad, y son muchos, pero muchísimos en todo el mundo, en algo parecido a una fiebre de pánico provocada por alguna información restringida a la que estos personajes pueden tener acceso, seguramente limitado. A todo ello, sin adentrarnos en otras cuestiones, deberíamos añadir los incontables grupos de supervivencia extrema y de migraciones de población a los llamados “emplazamientos seguros” que se están verificando en todo el mundo. Faltaría saber, como es natural, que uno se plantee después de leído lo expuesto si merece la pena supervivir entre quienes prefieren salvarse a sí mismos que correr la suerte de la especie. Pero, en fin, eso es un tema muy personal. Lo trataré en la tercera y última parte de esta serie. En todo caso, anticipo que creo que todo este esfuerzo no tiene ningún porvenir. Ítem más, creo que es una forma segura de contar con un catafalco previo, un ataúd en vida.
Los riesgos que actualmente corremos son de todos conocidos, y entre ellos se encuentran tanto los de ECMs fatales como de guerras prevenidas o previsibles que bien pudieran degenerar en nucleares. Hay otro riesgo, sin embargo, y es ése que nadie se atreve a justificar por apocalíptico: Nibiru y su cola de escombros, tan coincidente en sus efectos con los libros de Enoc, de la Biblia Kolbrin o aún del mismo Apocalipsis cristiano. Por mi parte, además de lo que ya expuse en otros artículos en que trataba este asunto, les invito a que consideren el estado de la Luna, se fijen por donde amanece y se pone el sol o que comparen un planisferio celeste (seguro que tienen alguno en casa) con el cielo que pueden ver cualquier noche de estas sobre sus cabezas. Incluso para los más expertos, les invito a que analicen nuevamente el tránsito de Venus, filmado en miles de videos, y comprueben por sí mismos si este tránsito fue normal o tal si tuvo algunas perturbaciones no explicadas. Tal vez en el conjunto de todo esto esté la causa u origen común de todas las anomalías, y por ahí vayan los tiros.
El tiempo se aproxima. Las necesidades de recursos en este último tramo de lo que esperan quienes saben, a medida que la desesperación aumente, hará la situación más imprevisible. El oro no está donde debiera, siendo que incuso algunos países, como España durante la etapa anterior, vendieron buena parte de él con la excusa de obtener fluidez inmediata. Los ejércitos de todo el mundo occidental, por su parte, no sólo han preparado unidades especiales contra catástrofes –UME en España-, sino que se han preparado en escenarios bélicos de guerrillas urbanas en mil guerras construidas artificialmente por esos mundos de Dios, además que han preparado a ciertas unidades como antidisturbios. Nada es descartable, pero la suma de todos estos actores señalan un escenario muy específico. ¿Es descartable una guerra nuclear?... No, en absoluto. Como decía aquel personaje de mi novela que mencionaba antes: “No importa. Ya estaban todos muertos aunque aún no lo supieran.” Cabe la posibilidad, desde luego. Incluso podría ser una dramática solución de última hora para justificar un gobierno mundial incontestable. Después de todo, ya saben que entre bueyes no hay cornadas, y si leyeron “Sangre Azul (El Club)” saben que ambos bandos tienen los mismos intereses más allá de las aparentes diferencias.
En los años setenta fueron de dominio público tres informes particularmente clarificadores de todo esto que estoy apuntando: el Tratado de Iron Mountain, que proponía medios y técnicas para controlar a la población y establecer un gobierno mundial; el Informe 2000, que realizado en tiempos de Jimmy Carter proponía la reducción de la población a 2000 millones de personas mediante guerras controladas y pandemias –justo antes de que apareciera el SIDA, por ejemplo-; y Alternativa-3, que aunque luego se justificó como broma, fue el pie para las ciclópeas construcciones que he mencionado. Construcciones, por cierto, realizadas a la llamada profundidad de seguridad, que es de unos diez kilómetros, y para construir las cuales suelen detonarse pequeñas cargas nucleares por dos razones: funde las rocas y blinda por fusión la burbuja creada. Compárenlo con la profundidad de los sismos de la última década, y luego saquen sus conclusiones.
Como digo en ese “Sangre Azul (El Club)” en sus párrafos finales, “No creas que he pretendido dejar de cuadrado ninguna verdad, porque sólo me ha movido mostrarte cómo funciona la sociedad, extrayendo algunos de los sucesos más capitales que han marcado mi/tu vida y mi/tu tiempo. Ni a la señora vida se la puede enseñar ni los hechos mienten; la una, ha sido antes que nosotros, lo es ahora y será después de nosotros, y ni se conmueve ni aplaude; los otros, son piezas de un fantástico y ciclópeo puzzle que sólo hay que colocar en su sitio con la paciencia y la maestría adecuadas para saber qué significan. Es la hora de la cosecha, y pronto la hoz va a segar el trigo. Hemos avanzado tanto, hemos querido aplicar tanto orden a nuestro sistema que nuestro desarrollo nos engulle por pura y tozuda entropía. Se hacen necesarios ciertos factores de incertidumbre como la individualidad pensante. Disgregar es confundir; sintetizar, sublimar. El alquímico disuelve y condensa de ayer, nunca estuvo más vigente. Tenemos la geometría de cuanto nos rodea, y sólo con contemplarla podemos ver adónde nos ha conducido nuestra errática locura. Después de todo, sólo somos lo que ahorramos.” Esto decía, y esto sostengo, aunque a cada quién le corresponde analizar por sí mismos los hechos para obrar en consecuencia. Alea jacta est.
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