Han pasado 43 años desde los sucesos cuyo epicentro tuvieron como escenario el Village de Nueva York y un local ya mítico: Stonewall Inn. Aquel último fin de semana de junio de 1969 se produjo la eclosión multitudinaria que se prolongó varios días y en el que fue muerto un ciudadano, multitud de heridos y cientos de mujeres y hombres fueron detenidos. Privados de libertad y cuyo delito radicaba en su orientación sexual. Arrancaba el inicio de la reivindicación de los derechos civiles del colectivo gay, el principio del fin de la persecución y la clandestinidad. El 28 de junio simboliza desde entonces la señal que dio paso en el mundo a la organización de verdaderos movimientos de liberación, de lo que con el tiempo conoceríamos como colectivo LGTB.
En nuestro país las primeras y tímidas manifestaciones llegaban con el fin del franquismo, cuando salir del armario, manifestarse en la vía pública, significaba la burla, el estigma, cuando no el apaleamiento físico y moral, bajo el amparo de lo que no era Ley sino represión. No es necesario recordar que durante la Dictadura la condición de homosexual podía conducirte a la cárcel cuando no a un campo de concentración. Y como no pretendo hacer una historia del movimiento de liberación gay, sobre lo que ya se vierten ríos de tinta, tinta a la que desde mi modesta pluma, también participé, participo y participaré. Hoy quiero resumirlo en algo que tuve la fortuna de presenciar hará unos tres años, en un popular espacio de ocio gay al sur de la isla de Gran Canaria. Lo que en principio no era más que una actuación de transformistas para goce de turistas y paseantes, devino en lo que bien pudo denominarse "La declaración de Playa del Inglés".
Una señora, ya entrada en años, avatar de la gran Rocío Jurado, súbitamente, en una calurosa noche otoñal, comenzó relatando sus inicios en el mundo del espectáculo cuando España aún olía a orines. Conminaba a los allí presentes a disfrutar, "porque ahora vivir es bonito". Y entre suecas, fineses y peninsulares rememoró como, cuando se vestia de chica en su lejana pubertad, no solo se veía sometida al escarnio y el vilipendio público. Relató como era escupida, apedreada...y lo que en principio prometía divertimento se tornó en una secuencia de experiencias terribles, dolorosas, muy tristes. Un relato no muy extenso, intenso, poderoso, que arrancó los aplausos de los nacionales ante la perplejidad de las nórdicas presentes. No entendían mayormente lo que la señora decía, pero si su mirada, su tono, su gesto. Ojalá tantos y tantas gurús guays de las libertades y jovencitos que se escandalizan, como damiselas decimonónicas, al considerar que el Orgullo hoy es carnaval, ojalá hubiesen estado allí. Cuanta tontería, cuanta mojigatería nos inunda. Y por si fuera poco, aparecen sectarismos, como si la orientación sexual entendiese de ideologías, clases o etnias. Y veo, con estupor, polémicas estériles, vacuas, entre gais de distintas tendencias. Que disparate. Si algo unió desde sus inicios a los movimientos de liberación, o al ciudadano individual activista, era y debe seguir siendo, su lucha por los derechos civiles de las personas de orientaciones sexuales minoritarias. Sin distingos entre el casco de minero o las medias de seda de ejecutiva, o ambos en uno. Eso tiene otras arenas.
Ciudadanos, la reivindicación y la fiesta suman. Fiesta por lo logros conseguidos, reivindicación por su consolidación y lucha por su expansión. Se nos olvida con frecuencia que en muchos países, en muchas sociedades lejanas y muy próximas, nuestro colectivo, con nefasta fortuna, sigue como en la juventud de la señora de las Afortunadas o mucho, mucho peor. Por nosotros, por ellas, lo último que necesitamos es caer en divisiones que solo benefician a la reacción y ofrecen flaco favor a quienes debemos servir de referente. Ciudadanas, hay espacio para la proclama y para la fiesta. Nadie está obligado a desfilar en tanga o con corbata. Necesitamos un Orgulo sin prejuicios. Y como terminó la señora de Playa del Inglés, antes de arrancarse con el "Quién te crees tu" de la Jurado, su "vive y deja vivir" sonó con una fuerza que para sí la hubiese querido la inmortal Dietrich en "Sed de mal".
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