En 2001 asistí a la proyección de All about Lily Chou-Chou en el Festival de Sitges. Entré sin saber nada y salí agradecida por haber visto una película al tiempo conmovedora, nueva y capaz de mantener un misterio de orden superior al acabar el metraje. All About Lily Chou-Chou abordaba el acoso escolar en un incipiente contexto virtual desde una intimidad metafísica, con memorables reflexiones sobre lo que su protagonista llamaba el "éter", energía convertida en motivo de disertación filosófica.
Dieciséis años después, en la sección Seven Chances que programa la Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica, me reencuentro con el cine de Shunji Iwai, a quien había perdido la pista durante este tiempo. Su última película, A bride for Rip Van Winkle, de tres horas de duración, me devuelve a su universo cinematográfico en el que vuelve a asombrarme su habilidad para tratar la humillación, la perversidad y la abyección con enorme delicadeza, hilvanando la brutalidad con la cotidianeidad como quien unta oscuro caviar sobre la tostada.
El cine fantástico y el de terror permiten abordar los miedos desde su catarsis o desde la distancia de seguridad que los encuadra en clave de ficción. A bride for Rip Van Winkle opera en sentido contrario consiguiendo resultados tal vez más inquietantes: colocando lo terrible en el centro de lo real, la ficción se desdibuja y deja paso al retrato de una sociedad, la japonesa, en donde el espectador entrevé la posibilidad veraz de los actos más descabellados.
Nos traslada este desasosiego Nanami (Haru Kuroki) y su atribulado paso de la juventud a una vida adulta prematura, marcado por el choque violento de su personalidad —inocente y sin capacidad para imponerse a los demás— con un Japón en donde la soledad, el machismo y una tradición con una vertiente opresiva, determinan el surgimiento de nuevas necesidades macabras y de personas dispuestas a todo para satisfacerlas. Tras un matrimonio fallido por la posible contratación de su suegra de una empresa para reventar relaciones, Nanami conoce a Mashiro (la cantante de pop-rock Cocco), joven de tendencia autodestructiva fascinada por los extremos del amor y de la muerte, quien, sacrificio mediante, devuelve a Nanami a sí misma.
La identidad rige la tensión de fuerzas de la película, en la que todos los personajes tienen un avatar en redes sociales o blogs a través del cual crean una nueva versión de sí mismos para expresar otra faceta de su personalidad. Pero ahí no acaba la cosa, la película explora los efectos de esta disociación del yo en lo virtual como un camino de ida y vuelta. Así, los personajes crean a su vez personajes de sí mismos también en la vida real, en un juego de representaciones que esconde, como las capas de una cebolla, la verdad de cada cuál. Hasta qué punto tiene esto relevancia, lo ejemplifica la escena de la boda entre Nanami y Tetsuya, en donde una chica y un chico jóvenes representan ante los invitados —parte de ellos actores contratados para hacer de los parientes de los que Nanami carece— a los adolescentes novios, narrando para padres y asistentes sus vidas antes de llegar al matrimonio.
Poder ser cualquiera y no poder ser nadie más que uno mismo; poder vivir cualquier vida pero ninguna otra que la que está entre nuestras posibilidades.
Yukimasu Amuro orquesta en el film este baile de identidades y representaciones como responsable de un negocio de servicios personalizados a necesidades desesperadas, algunas de las cuales no desvelaremos aquí para evitar spoilers. En una película occidental, lo más probable es que el personaje de Amuro recibiera un ejemplar castigo por su falta de escrúpulos o emergiera como triunfador maligno. Pero el cine oriental es hábil en observar sin emitir juicios y dejar acontecer. La relación entre Amuro y Nanami es uno de los aspectos más interesantes del film y plantea cómo, en la vida real, la abyección puede ser fuente de éxito social y las personas de pocos escrúpulos son, en no pocas ocasiones, personas percibidas como "normales", y son, además, capaces de la amistad, el amor y la compasión a su propia manera. Entre Nanami y Amuro se construye un territorio ambiguo en donde la manipulación y la liberación están más cerca de lo que parece.
Vidas regidas por sobredosis de miedos, parálisis emocional o desapego. Ilusiones que no han muerto. Personajes limítrofes que se mueven entre los bajos fondos del alma y la excelencia de lo humano. Historias de terror que rehuyen el género. Cine denso, vivo y memorable. El cine de Shunji Iwai.
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