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Antidisturbios, verdaderos patriotas

Creo que es llegada la hora de poner a cada cual en su sitio y reconocerle a cada quien sus méritos
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 16 de julio de 2012, 06:43 h (CET)
Siempre me pregunté qué tipo de motivación podía tener un individuo para meterse a antidisturbios, convertirse por un exiguo salario en el látigo del pueblo contra el pueblo, sometiéndole a base cruentos trallazos al orden que quiera que sea dimane de las autoridades políticas de turno (poco importa el color o si son demócratas o dictatoriales), sin importarles un ardite que entre quienes manifiestan públicamente sus quejas, según sus derechos constitucionales, estén sus parientes, amigos, colegas, niños, ancianos o quien sea. Siempre me pregunté, ciertamente, si era el uniforme o el enorme falo en forma de cachiporra lo que les hacía creerse los machos alfa capaces de someter a la manada de machos y hembras omega, y aún de cachorros sin categoría alguna. Siempre, sí, me pregunté esto, y creo que por fin lo comprendo: es por patriotismo. Si por dinero no puede ser, si por su no pertenencia a la misma manada oprimida por el poder político tampoco, si no lo es por uniformidad o por propensión fálica, forzosamente ha de serlo por patriotismo. No hay otra.

Entendiéndolo así, se comprende en consecuencia la sevicia con se emplean contra quienes alborotan el orden de manada y la geometría de jardín de las calles y lares, porque no sólo así se lo ordenan quienes son los jefes pretorianos, sino que toda esa marabunta de disconformes que es el pueblo soberano está alterando el normal y tranquilo desenvolvimiento de su patria. Mande quien mande y mande lo que quiera que sea que mande, es el poder político y nada más que el poder político (legítimo o ilegítimo) el único que puede asumir el papel de dios social y decretar qué clases se enriquecen hasta los cuernos de la luna –banqueros, especuladores, ricos, tramposos y ellos mismos-, y quiénes pueden y deben ser amiseriados hasta el hambre –clases medias y bajas-. Y si éstos, los políticos, les ordenan y mandan que carguen contra la plebe, pues, ¡sus y a ellos!, lo hacen con fervoroso entusiasmo, lo mismo empleándose con inusitado ardor tres o cuatro patriotas de mucha porra y cachiporra contra una anciana, que dándole a base de bien a todas las teclas del clavicordio de las costillas a una nena de 13 años, que inmovilizando hasta la fractura ósea entre siete u ocho uniformados de la patria a un peligrosísimo anciano que pasó la barrera de los sesenta y cinco y que estaba dotado del arma inciso-contundente de la palabra protestona, que disparando pelotas de goma a los ciudadanos de la masa a quemarropa o que apaleando a quien quiera que sea que esté al alcance de su consolador-falo con fin de joderlo.

No; no se tienen por qué identificar, a fin de que cundo eventualmente sean filmados en un exceso por cualquiera de los innumerables móviles de que disponen los perro-flautas y los antisistema violentos –esto es, cualquier ciudadano que se manifieste con intenciones distintas de balar (de beeeee, y no de bala), según el decir de los patriotas gubernamentales-, no puedan ser señalados personalmente sino como un simple hijo de la patria más, un patriota de las botas de campaña al casco de guerra, pasando por todas las demás protecciones necesarias contra el enemigo, en el decir de aquel Jefe de éstos que todos conocemos. Que la ley les ordene ir identificados no va con ellos, porque de esto les han eximido oportunamente los políticos, patriotas como ellos donde los haya. ¡Salve a los patriotas de porra y falo! ¡Salve a los políticos de ordeno y mando (amiseriar al pueblo)! ¡Salve a los grandísimos hijos de la gran patria, e ignominia eterna de antisistemas a los apaleados!

El gobierno y sus secuaces deben estar como unas pascuas de contentos con estos pretorianos hijos del pueblo que sirven de dique para que el pueblo no pueda ser soberano, ni siquiera pueda manifestar sin costo en sangre qué piensa o qué siente, y tanto más si es un rechazo a las trampas e injusticias del propio gobierno que se ampara tras estos pretorianos. Deben estar no sólo contentos, sino orgullosos de este colectivo que bien merece un penacho negro en lo alto de sus cascos guerreros, en la más recia y reconocida tradición del cuerpo pretoriano. El patriotismo de estos insignes patriotas debe ser reconocido, pues que van mucho más allá del patriotismo de chicha y nabo del pueblo soberano al que debieran pertenecer –dándoles tanto así que a quienes golpean y vejan sean violentos, manifestantes que ejercen sus derechos constitucionales o simples transeúntes-, y deberían reconocérselo como merecen. Más, mucho más que al pueblo llano y soberano. Y para que no quede sin ideas esta propuesta y para distinguir a estos preclaros y fervorosos hijos putativos del pueblo soberano del que reniegan, desde estas líneas sugiero con el máximo encomio que si a los infectos ciudadanos de clases medias y bajas que conforman el pueblo se les roba una paga, se les bajan los suelos y se les suben los impuestos, a estos fieles servidores del poder y sus aledaños, por sus distinguidos méritos, se les quiten cinco o seis pagas, se les bajen a mucho menos de la mitad los suelos y les suban los impuestos por lo menos el doble que a los demás ciudadanos. Su patriotismo lo exige, su proceder lo merece sin lugar a dudas y su fervor patriótico lo agradecerá por siempre.

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