El argumento del modelo, del beneficio, de la ejemplificación, el comparativo, el de la autoridad, entre otros, son diferentes tipologías de argumentos. Este artículo está centrado en analizar y criticar el de la autoridad. Contextualizando este concepto, se puede afirmar que la Real Academia Española define la autoridad com el “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia.”
Como experiencia personal, el argumento de la autoridad lo he utilizado frecuentemente, e incluso, abusivamente en el trabajo final de grado. Podría parecer que soy un fanático de esta tipología de argumento, o como mínimo, que soy partidario de usarlo. No obstante, esta reflexión no es del todo cierta. Posiblemente este uso tan intenso se debe sencillamente a acatar las orientaciones del profesorado.
Considero que el argumento de la autoridad está sobrevalorado. Eso no significa que me parezca nula su utilidad. No creo que sea adecuado trasladarse de un extremo al otro. Simplemente creo que muchas explicaciones, afirmaciones y reflexiones tienen un valor a priori superior si están basadas en un autor de prestigio. Y justamente esto, me parece bastante injusto, ya que se está valorando el origen o autoría del contenido, y no el contenido en sí. Por ejemplo, un profesor de derecho, aunque haya demostrado en clase un alto dominio de los diferentes temas jurídicos enseñados, no tendrá razón si en una sesión remite unos conocimientos legales que contradicen la fuente jurídica correspondiente.
Basándome de nuevo en mi experiencia personal con el trabajo final de grado, en ocasiones me daba la sensación de que el argumento de la autoridad era el único válido, o como mínimo el más reconocido. En respuesta a esto, hay argumentos que a nivel académico también son muy importantes e incluso en ocasiones determinantes, como por ejemplo el argumento basado en datos, cifras y estadísticas.
Por otro lado, creer en el argumento basado en la autoridad suele implicar una posición desigual entre el experto y el receptor, que sin duda convierte a este último en un sujeto pasivo. Es decir, este tipo de argumento establece como punto de partida una posición jerárquica entre el sujeto “A” y “B”, que puede desembocar en un abuso de poder. Una de las consecuencias de este hecho, es que al sujeto “B” no se le está potenciando su autonomía, sino al contrario, se le está minimizando.
Otra cuestión a considerar, es que muchas afirmaciones basadas en la autoridad tienen una mayor calidad cuando se refuerzan con otros argumentos. Por ejemplo, cuando un médico comunica a un paciente la enfermedad que padece está utilizando el argumento de la autoridad, pero cuando además argumenta el diagnóstico en base a pruebas médicas, está dando una mayor calidad y fiabilidad a su pronunciamiento.
Para finalizar, es importante tener presente dos falacias: la Ad verecundiam, y la de apelar a la autoridad anónima. Cometer la falacia Ad verecundiam significa basar la veracidad o falsedad de una afirmación únicamente en la autoridad, fama, prestigio, conocimiento o posición de la persona que la realiza. Un buen ejemplo es el anteriormente mencionado sobre el profesor de derecho. En cambio, la falacia de la apelación a la autoridad anónima consiste en utilizar la evidencia de un experto o estudio anónimo para afirmar que una premisa es cierta. Un ejemplo, sería afirmar que en Internet se comenta que hacer ejercicio no es saludable.
En definitiva, muchas proposiciones disfrazadas del argumento de la autoridad son, en el fondo, falacias Ad verecundiam y/o de la apelación a la autoridad anónima. Y por lo tanto, son falsos argumentos que los acabamos convirtiendo en el dogma de la autoridad.
|