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La idea de revolución ha trascendido hasta la actualidad convirtiéndose en una idea bastante atractiva para las mentes más desertoras. La idea de revolución significa el suceso de un cambio drástico y generalmente violento o radical en las estructuras políticas, sociales, económicas o culturales de una sociedad.
Muchas veces pienso en los pensamientos y hechos de los emigrantes españoles que en los años 50, 60 y 70 del pasado siglo XX emigraron a países de América del Sur, o a países europeos como Suiza o Alemania. Estas familias españolas emigraban para trabajar, ya que el trabajo (que dignifica al ser humano) era el motivo de su desplazamiento.
Hoy vamos a reflexionar sobre un problema político clásico, que ha demostrado no solo estar más vigente que nunca, sino también haberse radicalizado en el caldo decadente de nuestras democracias occidentales. En la historia de nuestras democracias, se ha observado un patrón recurrente: una retórica puritana que clama por la moralidad y la probidad de sus gobernantes, acompañada de una realidad política marcada por el cinismo, la hipocresía y la corrupción.
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