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Por la boca muere el pez

Juan José Cervera
lunes, 13 de agosto de 2012, 07:32 h (CET)
“La revolución es algo que se lleva en el alma, no en la boca para vivir de ella”

Ernesto Che Guevara

Hay gente, gentuza, y luego la gente que se cree que actúa de forma adecuada. A este último tipo pertenece Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda y parlamentario andaluz.

Resulta contradictorio que un edil comunista, lo cuál es respetable, elija como eslogan de su ayuntamiento “Una utopía hacía la paz”, cuando parece ser que no entiende el significado de esas palabras. Y es que, a través de la fuerza, los insultos, el robo y porque no la ilegalidad, no se llega ni a la utopía, y ni mucho menos a la paz.

No voy a entrar en las actitudes que debería tener un político para desempeñar cualquier cargo público, o dos. Sin embargo, es menester que la ejemplaridad sea dicha, y este hombre no cumple tal requisito; que ánima a sus seguidores a violar la ley, ocupando tierras ajenas y saqueando supermercados, que sustituye las banderas autonómicas y nacionales de los edificios públicos, por otras que no son las pertinentes y oficiales.

Los hechos cometidos hace dos días, son una ofensa hacía los demás colectivos: A los españoles; A los desempleando (y no parados, que no es lo mismo) que se las ven y se las desean para sacar adelante a sus familias, y que lo último que harían sería atracar, puesto que eso no sería un buen ejemplo para sus hijos; y a los trabajadores de Mercadona que van a tener que pagar los platos rotos de los demás, pagando de su bolsillo lo sustraído.

Looking for paradise, la exitosa canción de Alejandro Sanz ¿se acuerdan? Pues bien, para muchos y muchas Marinaleda es el paraíso español, está claro que a cierta vista lo parece: Está toda la población ocupada, felices, sin cargas de deuda en el banco, con viviendas construidas por ellos mismos pagando una aportación de 15 euros al mes, con un gobierno estable, un líder que gana de forma abrumadora las elecciones. Totalmente el polo opuesto de la situación española.

Pero eso es una sociedad vestida en seda, sencillamente una gran farsa, que sobrevive de las subvenciones públicas. Un tinglado fácil de desmontar.

En la página web del ayuntamiento se detalla con lenguaje bastante peculiar y revolucionario cómo se hicieron los ‘líderes jornaleros’ con el control del latifundio que sirve de sustento a todo el pueblo, la finca ‘Los Humosos’, sobre la que gravita toda la economía local.

Se acercaba el ’92 y con ella la celebración de la Exposición Universal de Sevilla, que resultaba intocable tanto para el Gobierno central como autonómico. El Sindicato de Obreros del Campo (Ahora SAT) vio en esa celebración el instrumento perfecto para presionar con el fin de que se le cediera el usufructo y explotación de esa finca, que previamente había sido expropiada con la reforma agraria (que a lo postre fue un fiasco monumental) En efecto, así fue y, para garantizar la ‘paz social’ durante los fastos de la Expo 92, el Gobierno andaluz cedió finalmente a los jornaleros la explotación de las 1.200 hectáreas de aquella finca. Y es que, este hecho es fundamental para entender lo ocurrido porque sin esa finca, y la lluvia de subvenciones continuas que han llegado a través de la misma, la supuesta ‘utopía de Marinaleda’ no existiría.

Si la imagen de España en el exterior ya era de por sí deplorable, ahora ha sufrido otro revés de la mano de este señor. Lo menos que podría hacer sería pedir una disculpa general, similar a la que hizo ya el Rey, por su desafortunada acción.

Me relaja saber que los demás ciudadanos, más inteligentes y concienciados saben que tal modo de conductas no es una solución, y que encima son perjudiciales para la estabilidad y confianza de nuestra nación, porque es de todos, y si todos actuásemos igual que Sánchez Gordillo y compañía, pues claramente nos encontraríamos ante un estado cocotero similar a cualquier país desgastado socialmente, nuestra credibilidad se hundiría como bloque de cemento en el agua, y goodbye… España.

Somos personas, y tenemos derecho a equivocarnos, para también la obligación de rectificar, aunque ya no sea cosas de sabios.

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