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Asilo moral

Para Puigdemont y todo su partido, no hay ni un ápice de creencia legítima en lo que están haciendo
Iria Bouzas Álvarez
miércoles, 1 de noviembre de 2017, 08:38 h (CET)
¡Niños sirios! Es lo que se me viene a la cabeza cada vez que leo o veo al señor Puigdemont montando el numerito en Bruselas amagando con la posibilidad de pedir asilo político. Invaden mi mente los cientos de imágenes que hemos visto a lo largo de los últimos años. Familias sirias escapando sin nada, salvo desesperación, del horror de la guerra y la destrucción.

Esas imágenes son casi insoportables para cualquier corazón éticamente sano, sobre todo cuando nos fijamos en la cara de esos niños que llevan a su lado. Pequeños cansados, asustados e indefensos ante un mundo de adultos indecentes e inhumanos.

No hay patria, proyecto, idea o cabezonería que justifique lo que está haciendo el nada honorable señor Puigdemont. Hace tiempo que sus ridiculeces y numeritos dejaron de tener gracia si es que alguna vez tuvieron alguna.

No me cabe duda de que para Puigdemont y todo su partido, no hay ni un ápice de creencia legítima en lo que están haciendo. Son sólo un montón de políticos que no han sabido ganarse la vida fuera del sistema de partidos y que han empezado una pelea por algo en lo que no creían pero que les mantenía en el poder y que ahora, no tienen ni idea de cómo parar.

“Puigdemont & Co” no son más que una suerte muy floja de faranduleros de medio pelo que necesitan seguir manteniendo al público atento a su espectáculo. Condenados a seguir subidos en las tablas del teatro, día tras día sin parar, porque en el momento en el que lo hagan. En el momento en el que paren, saben que los espectadores comprenderán que toda su puesta en escena no era más que humo y entonces, estarán perdidos.

Cuando te comportas como un adolescente protestón y malcriado, como en este caso, corres el riesgo de no medir bien y pasarte de la raya.

El expresidente de la Generalitat y su séquito de apoltronados han pasado ya incontables rayas, han roto la convivencia entre ciudadanos, han desesperado a un país con sus ridiculeces, han comprometido el futuro económico de una región entera y todo esto, por unos intereses personales muy mediocres que lejos están de ningún sentimiento real nacionalista.

Todo esto es reprobable y moralmente cuestionable. Pero ir a Bruselas sembrando la posibilidad de pedir asilo político, poniéndose así al mismo nivel que los expatriados de guerras, persecución y muerte es, con mucho, una de las actitudes morales más repugnantes que he visto por parte de un político en mucho tiempo.

Si de verdad hay independentistas que quieren construir un país liderado por esperpentos éticos de semejante calibre, es para plantearse seriamente la viabilidad de la especie humana en el futuro inmediato.

Periodistas, políticos, gestores, opinadores. Todos estamos pendientes de cuál va a ser el próximo numerito que nos van a ofrecer” Puigdemont y amigos”.

Desde ahora mismo servidora se niega.

No pienso dedicar un minuto más de mi energía vital a un indecente moral que es capaz de utilizar tan indecorosamente una figura imprescindible como es la del refugiado político sin que se le revuelva la conciencia ni durante dos segundos si quiera.

Desde hoy la que pide asilo moral del señor Puigdemont soy yo.

¡Hasta aquí hemos llegado!

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En un mundo que presume de avances sociales, tecnológicos y morales, hay un virus antiguo que sigue latiendo bajo la superficie, “el egoísmo”. No se trata de una simple preferencia por uno mismo, sino de una actitud enquistada que se manifiesta, con demasiada frecuencia, en la avaricia y la indiferencia hacia quienes solo aspiran a algo tan básico como vivir con dignidad.

Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.

Existen hoy periodistas, si se les puede llamar así, que buscan la conformidad fácil reivindicando un ateísmo moderno y un antitradicionalismo de manual progre, y perdonen, pero no estoy de acuerdo. Es triste que basándose en tópicos y estereotipos que son minoría en muchos sentidos, se pierda el respeto a las tradiciones y a la cultura religiosa, que es mucha.

 
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