Ya era hora. Algo tan de sentido común como la cadena perpetua revisable –prisión permanente la llaman, porque siempre ha de quedar un rastro de eufemismo cobarde- por fin tendrá cabida en nuestro código penal. La inmensa mayoría de los países europeos así lo han entendido desde hace décadas. Aquí, como siempre, llegamos tarde. Pero como dice el refrán…
La clave está en proteger a la sociedad de elementos que en el pasado demostraron su peligrosidad y que en el presente no demuestran su rehabilitación. Hasta hoy, cuando uno de estos sujetos cumplía su pena, se le ponía de inmediato en la calle, aunque los informes penitenciarios, psicológicos y psiquiátricos dejasen meridianamente claro que el interesado, salvo algún que otro tatuaje y una incipiente canicie, se hallaba tal cual entró en prisión, es decir, con su grado de peligrosidad intacto. Pues en lo único que cambia la película ahora es en que si dichos informes arrojan tan contundente resultado, el criminal permanecerá en prisión hasta que esos informes digan lo contrario. Y si tal circunstancia no llega a darse, pues el individuo en cuestión acabará sus días enclaustrado, ya sea tras las rejas de la prisión o tras los muros del psiquiátrico penitenciario. De lo que se trata es de que sus pies no vuelvan a pisar la calle mientras siga siendo un peligro inminente para la sociedad.
Pues bien, esto que parece de puro sentido común es lo que hasta hoy no ocurría en España. ¿Saben cuántos asesinatos, violaciones y abusos pederastas se han llevado a cabo por sujetos que después de cumplir su pena han vuelto a ser depositados en las calles de nuestras ciudades? ¿Se imaginan cómo se habrán sentido los familiares de esas nuevas víctimas al ver cómo un criminal, del que se sabía fehacientemente que no estaba rehabilitado, fue puesto en libertad pudiendo, así, perpetrar de nuevo sus terribles fechorías?
Pero no se preocupen, que al sentido común, a la razón y a la justicia siempre habrá quien les escupa a la cara. No ha tardado en salir a la palestra la progresía española para poner el grito en el cielo por la nueva iniciativa penal. Apelan al sacrosanto derecho de reinserción, haciendo gala, como de costumbre, de una mayor preocupación por el delincuente que por sus víctimas, tanto por las consumadas como por las potenciales. Les agradecería a tan excelsos y humanitarios ciudadanos que me indicasen en qué página del Manifiesto comunista, del Capital o de cualquier otro escrito del padre Marx se aboga por la reinserción a toda costa y se censuran los castigos penales severos. Me gustaría que me dijesen por qué defienden con tanto entusiasmo a países donde la reinserción consiste en cortar las manos a los ladrones, lapidar a las adúlteras o retorcer el pescuezo a los homosexuales. Y quisiera que me explicasen, de una maldita vez, por qué tenemos que hacer piña con nuestros vecinos europeos, por ejemplo, en lo que a las normativas antitabaco se refiere y, sin embargo, distanciarnos de ellos en lo tocante a cuestiones penales.
Que se callen ya, por favor. Para una cosa buena que se propone hacer este desastroso gobierno, no vayamos a echarla por tierra.
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