MADRID, 8 (OTR/PRESS) Con la normalización del despropósito en los Estados Unidos, de acreditada capacidad de contagio a los países alineados en el eje de la democracia liberal, volvemos a la ley de la selva. Marcha atrás hacia los tiempos oscuros que los hombres fueron superando a medida que a lo largo de la historia el "logos" iba arrinconando al "mythos". Aún es pronto para nombrar la obra política de Donald Trump a partir de su desembarco en la Casa Blanca. A bote pronto se me ocurre hablar de "tecnocracia militarizada" si miro hacia su alianza con los tiburones empresariales de Silicon Valley mientras oigo decir al nuevo presidente norteamericano que no descarta el uso de las fuerzas para anexionarse total o parcialmente los territorios de Panamá, Groenlandia o Canadá. O de los tres al mismo tiempo, "por razones de seguridad". Pero si le dedico un breve turno de reflexión al caso acabaré con el pelo erizado. Por el espanto, mayormente, ante la falta de reacción en los círculos políticos y mediáticos de Occidente tras un rebrote imperialista propio de potencias militares que a lo largo de la historia apelaron a la necesidad de "espacio vital" como pretexto de descarados atropellos a la integridad territorial de terceros países. Hitler durante la segunda guerra mundial, o Netanhayu y Putin en nuestros días, son ejemplos claros de abuso de sus ejércitos para ampliar el espacio vital de sus respectivos territorios a costa de la soberanía de terceros. Y no hacía falta que, también en tiempo presente, a la comunidad internacional le saliera esta especie de "espadón" del siglo XXI" que está a punto de tomar posesión como presidente de la primera potencia militar del mundo. La "tecnocracia militarizada" podría dar lugar al despropósito de un eventual enfrentamiento entre países aliados en la OTAN (Canadá y Dinamarca, en este caso). Otro despropósito ya causa enfrentamientos entre países unidos en torno al eje defensivo de la democracia liberal. Me refiero a lo que alguien ya ha nombrado como "internacional del bulo", forjada en una especie de barra libre que, en nombre de la libertad de expresión, los poderosos amigos de Trump quieren instalar en las redes sociales. Elon Musk (X, antiguo Twitter) y Mark Zuckerberg (Facebook e Instagram, básicamente) están por la cancelación absoluta de los elementos verificadores, de modo que cada persona será libre de colgar cualquier ocurrencia privada en un espacio público. Da igual que sea verdad o mentira. Ya lo están sufriendo algunos dirigentes políticos europeos, como el primer ministro británico, Keir Starmer. O el canciller alemán, Olaf Scholz, que hace unos días alertó a sus seguidores ante las falsedades difundidas por Elon Musk ("No alimentéis al troll", dijo).
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