MADRID, 16 (OTR/PRESS) Esto, lo de España, no puede seguir así. Me lo dicen algunos periodistas de medios europeos con los que en ocasiones me encuentro. Y estoy de acuerdo: todo, excepto la voluntad del presidente de batir el récord del mundo de resiliencia, aconsejaría celebrar unas elecciones cuanto antes. Por el bien del país, en mi opinión, pero también por el del propio Pedro Sánchez, que, así, pasará a la historia casi como aquel 'Tricky Dick', que es como se apodaba a Richard Nixon, 'el de los trucos y trampas', incluso antes del Watergate. No: Sánchez tiene derecho a que se le recuerde también -también-- por lo que hizo bien, en Europa, en la economía, en Cataluña. Pero solo imitando al canciller alemán Scholz, que se sometió a la cuestión de confianza voluntariamente -no porque nadie, desde fuera, le obligase- y ahora se enfrenta a unas difíciles elecciones, conseguirá Sánchez ya salvar su imagen ante los historiadores. Acumulo diez motivos -o más- por los que Sánchez debería disolver ya las Cámaras legislativas, que él cree, sin razón, controlar, para dar paso a unas elecciones generales, esperemos que esta vez convocadas de manera escrupulosamente constitucional. El primero de estos motivos tiene que ver, cómo no, con Puigdemont, que no puede seguir humillándole así: o cuestión de confianza o no hay presupuestos; o vienes a hacerte una foto conmigo o no hay presupuestos... Ya no es un chantaje o una humillación a la persona, sino al Estado; y, si Sánchez elige no ser humillado, perdiendo así el apoyo parlamentario de Junts, desde luego no debe caer en la peligrosa indignidad de pretender seguir gobernando sin Presupuestos. El fiscal general del Estado, Alvaro García Ortiz, es el segundo motivo obvio por el que Sánchez debería cortar el juego actual y repartir nuevamente la baraja. Si no, caerá con el fiscal y eso ocurrirá más bien pronto que tarde, y puede que la Sala Tercera del Supremo lo acelere. Lo cual desencadena otra serie de motivos por los que la Legislatura debería terminar ya: el increíble enfrentamiento del ministro de Justicia con los fiscales 'disidentes' y con no pocos jueces; el combate del titular de Interior con la investigadora UCO de la Guardia Civil... Así, el Gobierno más inestable en décadas, incluyendo las dudas de Sumar respecto a no pocos ámbitos de la acción del Ejecutivo --el enfrentamiento entre el titular de Economía y la vicepresidenta Díaz es todo un ejemplo--, puede ser objeto de todo tipo de presiones y chantajes externos: a perro flaco... Un gobernante que se siente acosado incluso en temas familiares -y ahí podríamos convenir en que las acusaciones se estén excediendo en unas causas que son poco éticas y menos estéticas, pero dudosamente penales- olvida otras cosas y pone toda la carne en el asador en dar a luz iniciativas como la Proposición de ley Orgánica de "garantía y protección de los derechos fundamentales frente al acoso derivado de acciones judiciales abusivas", conocida en la oposición poco respetuosamente como 'ley Begoña'. Lo último que debe hacer un político, más si es gobernante, es el ridículo, decía Tarradellas. Esta proposición lo es. Y además, imposible. Y además, un fraude inoportuno. Y además... Un Gobierno europeo, máxime si quiere no viajar en los vagones de cola de la UE, ha de mostrar su fortaleza ante los retos que nos vienen, con la 'era Trump' --poco simpatizante de Sánchez, creo, y sí mucho de Abascal--, en política internacional. Ahora, España no es precisamente el aliado favorito del 'nuevo Estados Unidos', no tiene embajador israelí -por motivos obvios--, anda a la gresca con Argentina y con Argelia, en Venezuela todo son incógnitas y cuestiones pendientes y con Marruecos, a cuenta del espionaje del 'Pegasus', del que poco sabemos, hay demasiados misterios entrelazados: en el campo diplomático, quizá más que en ninguno, es preciso reforzar y renovar la política a realizar. Si, además de todo esto, tenemos en cuenta que hemos entrado en una nueva era en la que los grandes pactos políticos y económicos se hacen imprescindibles y que las relaciones, incluso personales, con la oposición están irremediablemente rotas, tendremos un panorama que nos explica por qué, con las instituciones desgastadas, los medios hostiles, los jueces, los fiscales y no pocos funcionarios críticos, Sánchez debería mover ficha. Aún le queda un suelo de siete millones de votos y quizá aún podría, moviéndose con la habilidad negociadora que le caracteriza, tener un resultado aceptable, que acaso le permitiese formar un Gobierno, aunque de naturaleza diferente al actual. Y sí, ya sé que Sánchez no hará nada de eso, o se resistirá todo el tiempo que pueda a hacerlo, férreamente arropado por sus ministros, por su grupo parlamentario, por la mayoría de la militancia de su partido y por sus deudos. Pero, la verdad, ya no sé si eso le basta. Porque, termino como empecé, citando a mis interlocutores colegas extranjeros, esto ya difícilmente podría seguir así. Miren atentamente el rostro de Sánchez en los actos públicos y juzguen ustedes mismos: temo, por él, que es de los que prefieren morir con las botas puestas, arrastren a quien arrastren en su episodio particular de 'más dura será la caída'.
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