MADRID, 4 (OTR/PRESS) En la España de nuestros días la política oficial hace tiempo que dejó atrás el arte de lo posible para comparecer como una representación, en la que asistimos a un juego de ambiciones en el que determinados actores que carecen de principios imponen al conjunto del país una agenda política orientada a consolidar sus posiciones de poder. O de expectativas de poder alejadas del interés general. Tal es el caso de la extraña pareja que forman Pedro Sánchez y Carles Puigdemont. Que el primero sea el presidente del Gobierno y el segundo un prófugo de la Justicia debería ser argumento suficiente para que cualquier relación, y no digamos contacto directo, entre ambos resultara imposible. Pero no solo no es así sino que, en razón de sus respectivos intereses, han llegado a construir lo que el mundo anglosajón se conoce como una "joint venture" política, una asociación temporal de intereses en la que ambas partes actúan con la vista puesta en un objetivo que les asegura beneficios. En el caso de Sánchez, líder de un partido (PSOE) que carece de presencia parlamentaria suficiente apoyo para intentar sacar adelante leyes y proyectos en el Congreso. Puigdemont -siete años en Bélgica huido de la Justicia- mantiene esa asociación temporal a la espera de que sucesivas aportaciones del derecho creativo que promueve el Gobierno y que ya en su día impulsó la ley de amnistía complete el manto de impunidad que borre los presuntos delitos cometidos durante el golpe del "procés" y se le permita volver a Cataluña. Por el camino, puesto que no se fía de la palabra de Sánchez, Puigdemont va pidiendo lo que podríamos llamar "pruebas inversas de vida" exigiendo la presencia de dirigentes del PSOE en su refugio de Waterloo. A cambio va negociando tacita a tacita el apoyo de Junts a diversas iniciativas del Ejecutivo. Pero se hace de rogar al respecto de la más acariciada por Sánchez: los Presupuestos. Amaga y siembra dudas, incluso le ha puesto como condición peliculera que Sánchez se traslade a Bélgica para hacerse una foto con él. Sería una humillación nunca antes vista que un presidente del Gobierno de España se retratara con un sujeto reclamado por la Justicia española. Pero Sánchez, que tiene más intereses que principios, ha dicho estar dispuesto. Atentos a la pantalla porque la foto podría estar al caer.
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