MADRID, 7 (OTR/PRESS) Aunque en principio no se le había pedido expresamente desde Bruselas y aunque teóricamente no puede hablar en su nombre, Pedro Sánchez viaja a la China comunista como enviado especial de la Unión Europea. En ese sentido viene a ser una continuación del reciente viaje del comisario de comercio de la Comisión, Maros Sefcovic. Todo ello, naturalmente, sin olvidar la dimensión nacional del viaje del presidente español, que se entenderá a partir de un dato: nuestro abultado déficit comercial con el gigante chino: España exporta bienes o servicios por valor de 7.500 millones de euros, unas seis veces menos de lo que importamos (45.000 millones de euros). Se entiende, por tanto, que este sea el tercer viaje de Sánchez a Pekín (con visita previa a Vietnam) en los últimos tres años. El viaje estaba planificado antes de la epidemia arancelaria de Trump, pero la coordinación con la Comisión que preside Ursula Von der Layen era una exigencia. Coordinación orientada básicamente en dos direcciones. Una, tantear las posibilidades de encontrar en los mil millones de consumidores chinos (sin contar otros países asiáticos) un mercado alternativo al norteamericano sin que eso suponga la sustitución de este. Y dos, desplegar un discurso que deje clara la intención europea de entenderse con la China de Xi Jinping en el negociable terreno de los intereses, pero rivalizar en el no negociable terreno de los valores. Capítulo aparte es lo que deja y lo que tapa puertas adentro este viaje. Al menos de momento los problemas de Sánchez quedan en segundo plano. Los malos presagios de su agenda política, con relación a su enfermiza sed de poder, entran momentáneamente en la nevera. La causa es que el ecosistema político y mediático está expropiado en España y el resto del mundo por el miedo a la recesión y los espasmos de las cancillerías de todo el mundo frente a las insensatas decisiones de Trump. Todo está abierto a la espera de acontecimientos, en vísperas del miércoles, 9 de abril (a las 18.00, hora española), que es la fecha señalada por la Casa Blanca para que entren en vigor los aranceles impuestos a los productos europeos (20%). La UE parece dispuesta a explorar las últimas ventanas de oportunidad negociadora antes de proceder a la "reciprocidad fiscal". Así que puede pasar de todo. Desde la declaración de guerra (comercial, se entiende) hasta algún tipo de acuerdo de última hora. Sin descartar un generalizado malestar de la ciudadanía estadounidense que derive en rebelión civil y tumbe a Donald Trump, lo cual cursaría en forma de desquite entre quienes somos acusados de confundir los deseos con la realidad cuando sobrevaloramos los síntomas del "no es no" a tan nefasto personaje.
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