MADRID, 16 (OTR/PRESS) La democracia, tal y como se entiende en los ambientes más civilizados, está sufriendo sin duda un serio retroceso. En el mundo -y Trump tiene no poca culpa-, en Europa -y Trump tiene también su culpa- y en España -y me parece que Trump tiene, en este caso, menos culpa: algo se había desandado ya por estos pagos en el sendero democrático-. Ahora, el Gobierno español, percibiendo, dice, una tendencia, sobre todo entre los jóvenes, de simpatía hacia posiciones populistas y autoritarias, contraataca con una serie de medidas: una de ellas, intenta establecer el voto a los dieciséis años. Entre otras cosas. Pero eso, por supuesto, no es bastante. La democracia se defiende también, y sobre todo, con otras decisiones y pasos. Estos: Me parece que, además de invocar la 'democracia de los cincuenta años' tras la muerte de Franco, que es una falacia histórica; además de destinar unos cuantos millones de euros a publicitar la 'espléndida democracia que vivimos' -que es una cierta falacia contemporánea--; además de obligar a las cadenas públicas a emitir debates electorales plurales y reglados -lo que no está mal--; además de lo de votar a los dieciséis -comprendo que es polémico, pero a mí me parece conveniente, lo mismo que rebajar la edad penal--; además de todo eso... El Gobierno tiene que hacer bastantes cosas y deshacer bastantes otras. En primer lugar, potenciar la separación de poderes, cada vez más ofuscada por el peso del Ejecutivo. Eso significa reverdecer la acción del Parlamento, en debates (lo que está ocurriendo con los de control parlamentario es algo vergonzoso) y hasta en calendario, y respetar las decisiones y trámites judiciales, por más que en ocasiones parezcan, y quizá hasta lo sean, sesgados e inquisitoriales. Lo mismo digo de los medios, el que debería ser 'cuarto poder', que no puede comprarse solamente a golpe de anuncios y publicidades varias, sino con transparencia, igualdad en el acceso a la información y apoyo máximo a una libertad de expresión cada día menos valorada por los poderes públicos. Y más: creo que es imprescindible respetar lo que se han llamado 'líneas rojas' de una actuación gubernamental. Minimizar el delito de malversación para contentar y asegurarse el apoyo en el Congreso de quien ha sido un golpista contra el Estado es debilitar a ese Estado, y lo mismo puede decirse de los supuestos clave de la ley de amnistía. Olvidarse de los preceptos de la Constitución cuando conviene -y a veces hasta porque sí-poco puede hacer por la defensa de ese Estado, que se debilita en su concepto clásico cada día, sin ser sustituido por algo mejor. El diálogo con la oposición -quiero creer que se está iniciando un algo más positivo, pero insuficiente, camino, y en este caso eso ocurriría gracias a las maldades de Trump- es una de las claves, aquí y ahora escasamente respetadas, de una democracia plena. Respecto a la acción de la oposición también habría bastante que decir, pero eso, como decía Pujol en sus momentos más cínicos, hoy no toca. Yo creo que, en cuanto a gobernación, de ninguna manera se puede circunscribir la actuación de las 'patas' del poder -Ejecutivo, grupo parlamentario y partido-al servilismo y aplauso a cualquier acción del 'jefe'. A cualquiera, incluso a ciertas desfachateces inaceptables. Parece inconcebible que no se hayan levantado voces críticas en el Grupo Socialista de Congreso y Senado contra algunas actuaciones claramente lesivas para la acción del Legislativo y del Judicial, y aquí incluyo la polémica en torno al fiscal general del Estado. O que en el seno del PSOE no haya quien se asombre públicamente -sí lo hacen algunos en privado, consta-del silencio de sus dirigentes ante hechos como los que se están revelando en actuaciones pasadas de, por ejemplo, el ex ministro y ex secretario de Organización José Luis Abalos. ¿Cómo es posible que, si el partido fundado por Pablo Iglesias, el más antiguo de España, está globalmente exento de toda culpa en aquellas trapisondas -en realidad, delitos--, aún no se haya erigido en acusación particular contra el ex ministro de Transportes y ex secretario de Organización? Ya digo: me parecen bien las medidas para fortalecer la democracia, que son, por otra parte, tímidas e insuficientes -habría que reformar la normativa electoral y ciertos aspectos de la Constitución, por ejemplo--. Pero no por votar dos años antes de lo que ahora es posible hacerlo vamos a poder presumir, como los portavoces gubernamentales hacen en cuanto pueden, de ser una nación modelo entre los modelos de democracia. Hay que releer libros como el de los politólogos de Harvard -sí, esa Universidad castigada por Trump por ser demasiado liberal-Levitsky y Ziblatt, 'Cómo mueren las democracias', para darse cuenta de que no basta con votar cada cuatro años, ni siquiera rebajando la edad a los dieciséis, para preservar una buena democracia. Y sí, el libro se refiere a los peligros del 'trumpismo', pero podríamos encontrar en él algún reflejo y similitud en país más cercano. Y conste, advierto, que yo jamás equipararé el estropicio que sobre todo lo que era bueno está haciendo el inquilino actual de la Casa Blanca con otros dislates, excesos y defectos en los que pueda incurrir cualquier otro mandatario de país democrático. Pero, eso sí, que luego no se extrañen esos mandatarios de que la juventud, harta de malos ejemplos, se eche en las manos a mi juicio más inconvenientes. Puede que algún día lo paguemos caro.
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