
Investigadores han desarrollado una metodología transdisciplinar que une la ecología con la filosofía dialéctica de Hegel para afrontar los problemas ambientales.
El investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) David G. Angeler y la filósofa Julie E. Maybee de la City University of New York (EEUU) se preguntaron qué puede aportar la filosofía de Hegel a la ecología del siglo XXI.
Frente a las estrategias de gestión basadas en recuperar ecosistemas perdidos, plantean entenderlos como sistemas que cambian a través de tensiones y transformaciones en lugar de analizarlos como algo estático o lineal.
La restauración tradicional de ecosistemas busca recuperar un estado prístino, pero el trabajo propone aprovechar el potencial creativo del cambio, también el inducido por el ser humano, para repensar la gestión ambiental. Esta comprensión también transforma nuestra relación con la memoria ecológica de los lugares.
Los autores partieron de una reflexión: la historia de la degradación no puede borrarse. Un río contaminado puede limpiarse, sí, pero no será nunca exactamente igual que antes. Su pasado sigue influyendo. Es aquí donde proponen trabajar con la realidad presente, con sus cicatrices, sus cambios y sus posibilidades, poniendo el foco en la transformación.
"Un ecosistema dañado no tiene que volver atrás para ser valioso, sino que debe transformarse en algo nuevo. Ahí tenemos el ejemplo de las minas de carbón donde se han creado lagos artificiales que ahora albergan aves, anfibios y plantas acuáticas. O las fábricas abandonadas de algunas ciudades que se han terminado convirtiendo en bosques urbanos. No se trata de restaurar, sino de reimaginar", explica Angeler.
Para el investigadores, la situación ambiental del planeta "es un problema transversal que afecta a toda la humanidad y no se puede abordar desde una única perspectiva, sino que hay que unir todo el conocimiento al que tenemos acceso para buscar soluciones". "Esta es la idea que subyace a esta propuesta", apunta.
"Ninguna disciplina científica puede solucionar la crisis ambiental desde un enfoque aislado, sino que debemos trabajar juntos abordando las distintas perspectivas", continúa.
La dialéctica no ofrece una metodología cerrada, sino un marco interpretativo que permite tomar decisiones desde una comprensión dinámica y conflictiva de la naturaleza, una visión especialmente útil en ecosistemas dinámicos y frágiles, como los lagos someros, donde el cambio es parte inherente del sistema.
Es el caso de Las Tablas de Daimiel, donde la pérdida de aportes hídricos ha alterado de forma irreversible las condiciones que sostenían un estado anterior más biodiverso. En estos contextos, restaurar el equilibrio original no solo es difícil, sino muchas veces inviable.
"En nuestras investigaciones, hemos aplicado este enfoque para entender cómo las transiciones entre aguas claras con macrófitas sumergidas y aguas turbias dominadas por fitoplancton no son fallos, sino parte de procesos de transformación ecológica. La eutrofización por exceso de nutrientes, por ejemplo, puede desencadenar un régimen turbio que, una vez establecido, se estabiliza mediante retroalimentaciones que dificultan su reversión, incluso con intervenciones intensivas", aclara Angeler.
En Daimiel, añade, "ya no es viable recuperar el dominio de macrófitas propio del pasado, pero sí es posible fomentar nuevas configuraciones funcionales, como refugios vegetales en zonas protegidas o con control de nutrientes".
"En lugar de intentar restaurar un estado ecológico perdido, lo que hacemos es transformar los sistemas según sus condiciones actuales, restableciendo funciones clave (hábitat acuático, mejora de la calidad del agua o resiliencia ante perturbaciones). No buscamos revertir el cambio, sino acompañarlo, aceptando las cicatrices del sistema como parte de su identidad y punto de partida para imaginar futuros viables", señala.
Frente a crisis ecológicas globales -como la pérdida de biodiversidad o el cambio climático- son necesarias nuevas formas de entender la naturaleza.
La dialéctica hace preguntas clave como ¿qué se conserva cuando algo cambia?, ¿qué surge cuando chocan los opuestos? o ¿cómo manejamos una realidad que no tiene respuestas simples?.
La investigación recalca que reimaginar los ecosistemas "no es solo una tarea teórica, sino una responsabilidad compartida que exige sensibilidad, creatividad y la voluntad de construir futuros posibles".
Esta visión puede orientar a científicos, gestores y responsables políticos hacia formas de intervención más adaptativas y realistas. En la práctica, el enfoque dialéctico se traduce en herramientas como la planificación flexible, la evaluación de la resiliencia o el diseño participativo de acciones en paisajes degradados, ofreciendo un marco para acompañar -y no resistir- los procesos de transformación ecológica.
"Si aprendemos a ver estos cambios no como fallos, sino como partes del todo, quizá podamos desarrollar formas más inteligentes y sensibles de convivir con la naturaleza. No se trata solo de conservar lo que queda, sino de acompañar los procesos de transformación y de imaginar juntos un futuro vivo", concluye Angeler.
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