Alejémonos de los manidos libros de autoayudas que parecen escritos a lomos de unicornios bajando un arcoiris, pero conservemos el mal llamado sentido común, que tanto escasea. La felicidad no es un estado permanente, sino un puñado de momentos que equilibran el conjunto de normalidad y desgracia.
Parece que la felicidad se ha convertido en una obligación y que cada día tiene que ser legendario.